10 de febrero de 2013

Señora de las seis décadas

(Enlazando hilos de una misma historia)


"La vida no es lo que uno vivió 
sino lo que recuerda 
y cómo la recuerda para contarla"
Gabriel García Márquez


Sexagenaria... palabra fuerte.  Sinónimo de envejeciente,  “baby-boomers”, persona grande, de edad avanzada  o de la tercera edad… Cuántos eufemismos para evitar decir vieja.  Señora, no ya de las cuatro décadas, como dice Arjona, sino de seis... pues, como canta Ana Belén, “yo también nací en el ‘53”.
Fui una niña feliz, y me atrevo a decir que así me siento a veces, como si aún fuera esa niña feliz. Quizás es que en realidad, nunca me abandonó o que esos sesenta años  pasaron demasiado rápido.
La primera década terminó abruptamente con la partida de mi abuelo. Vivíamos siete en la casa: mis abuelos Juan y Esperanza, mis tíos Lydia y William, mami, mi hermana Sandra y yo.  Papi, como siempre lo llamé, tenía a sus 83 años,  esa fortaleza, serenidad y seguridad que solo tienen los que han vivido con responsabilidad y fe.  Y así se fue, y conocí lo permanente que es la muerte. Fue él quien le dio forma a la casa de Roosevelt. Aún quedan en la verja las granadas, residuos de la Segunda Guerra Mundial, y en una de sus columnas, el viejo semáforo, pieza del ya extinto ferrocarril donde trabajó. Era un contador de historias, aún me parece verlo sentado en su sillón en el balcón, fumando el habano de la tarde.
De esa primera década no recuerdo mucho,  mi memoria me traiciona con frecuencia.  Los buenos recuerdos tanto como los malos, se confunden, se mezclan, se pierden.  Si sé que contamos siempre con el respaldo de Tata, una venezolana, amiga de abuela, que se convirtió en un pilar de la familia.  Y que mi camino tuvo como norte el de mi hermana.  Siempre traté de seguir los pasos de Sandra y de repetir sus logros.  Conté con su guía y orientación, hasta con sus mapas.  Y por lo general, lo conseguí.
Representé a mi clase de segundo grado en una coronación escolar.  No llegué a reina, creo que fui segunda princesa. Estaba muy orgullosa de mi traje, inspirado en el flamboyán, y que estaba pintado a mano en toda la tela amarilla.  Por poco no puedo estrenarlo, el asma quería dañarme la fiesta, pero desfilé, con mi abuelo a mi lado, sombrilla en mano, por si llovía.
Mami trabajaba en la Sección de Nóminas del Departamento de Educación.  Me encantaba ir con ella a su trabajo y ver aquella máquina que llamaban computadora, tan grande que tomaba toda una pared, llena de agujeros, al que le insertaban cables, los cuales cambiaban cada cierto tiempo de sitio.  De la misma, salían unas tarjetas de colores con orificios pequeñitos rectangulares y que nosotras enumerábamos con un instrumento que iba cambiando de número. 
Recuerdo con mucho cariño a las monjas Trinitarias.  El convento quedaba tras de casa, y en la capilla tenían un Niñito de Praga, al que le cambiaban la ropa.  Fue una gran tristeza cuando le encomendaron el Colegio a otra Congregación.  Sin embargo, no tuve muchos problemas, tengo que aceptar que fui estofona y seriecita. Me gustaba estudiar y participar en todas las actividades extracurriculares que pudiera.
Siempre conté con el apoyo de mami.  Si quería ser niña escucha, mami era líder de la tropa.  Hasta abuelita iba a todos los campamentos allá en el Elisa Colberg.   Nunca fui sola a una fiesta, mami se quedaba en las mesas, junto a otras madres,  hasta que nos cansábamos de dar vueltas, porque poco era lo que bailábamos.  No había tiempo para aburrirse. Paseábamos por la isla, a la playa, al Yunque, siempre rodeados de amigos que veían en mami a otra madre. Tomaba clases de guitarra, de baile, de natación; pertenecía a las Hijas de María, a la JAC, al Club de Filatelia, al Drama Club.  Mis compañeros y amigos  fueron más o menos siempre los mismos, pues o eran del Colegio donde estudié desde kínder o  vecinos de la Urbanización Roosevelt, donde siempre viví. Del Colegio La Merced pasé a la Universidad, Recinto de Río Piedras, como si fuera un paso lógico, necesario, sin tener una idea certera de a qué facultad quería ingresar.
Cerré mi segunda década – 1973 –  con el viaje a Disney-NY-Canada.  Sandra se graduaba de la UPR, y yo, tomé mi regalo anticipado. Fue una época de cambios y decisiones que marcaron lo que sería mi futuro.  Estudiando el año básico, solicité admisión a la Facultad de Humanidades para estudiar Teatro.  Años  inolvidables los de estudiantes, nuevas amigas que serían para siempre. A pesar de que seguía viviendo en casa, todo era distinto. Estudié, me divertí, hice teatro, descubrí la vida nocturna de San Juan, el café teatro La Tea, la nueva trova, la música de protesta, vi por primera vez a Serrat, seguí todos los conciertos de Danny Rivera, fumé, bebí, gocé mi juventud sin perderla ni ensuciarla, y prueba de esto es que me gradué con honores a los 21 años.
Trabajaba en el Dispensario de la parada 19, cuando se me ofreció la plaza de teatro de la escuela superior de Vega Baja.  Pensé no aceptarla, ya tenía una plaza permanente en MedicAid, vivía en casa y no tenía gastos mayores. Sin embargo, no era eso lo que había estudiado y aunque económicamente salía perdiendo, decidí aceptarla.  Mi hermana ocupaba una plaza del Seguro Social en Manatí, y quería irme con ella.  Así, a mis 22 años me convertí en la maestra de teatro de la Escuela Superior Lino Padrón Rivera,  puesto que ocupé hasta  cumplir los treinta años en el gobierno y poder retirarme, a pesar de no contar con la edad requerida para la jubilación.  Un año después ella se trasladó a San Juan pero ya Vega Baja me había robado para siempre.
Terminé mi tercera década - 1983- , casada, con dos hijos Maritza Beatriz, Noel Ernesto  (Juan Noel llegaría al año siguiente) en la casa que es todavía nuestro hogar.  A través de los años, me di cuenta que había escogido la profesión correcta, que podía llegar a los estudiantes por medio del teatro y me sentí orgullosa de la labor realizada.  Estuve activa en actividades culturales y sindicales, a través del Centro Cultural y la Federación de Maestros.
Para mi cuarta década-1993 - estaba divorciada, con tres hijos, viviendo con ellos y para ellos, contando hasta su partida con la inmensa ayuda de mami, de la incomparable titi Lydia, (a abuelita la había perdido en el 85) y doña Gloria, mi “siempre suegra” como ella misma se llama, tres madres que nunca me dejaron sola.  Disfruté ver crecer a mis hijos, vivimos juntos alegrías y decepciones, logros y tristezas, escuela y diversiones, playa, aventuras, risas y lágrimas.  Nos acostumbramos a estar juntos, a compartirlo todo, a dividir todo entre cuatro.  El teatro se convirtió en pieza clave en el tablero de mi vida y por osmosis,  en la de mis hijos. Nuestros amigos se convirtieron en compadres, los hijos de todos en primos, y nacieron nuevos lazos que serían eternos. Fue a principios de esta década, no recuerdo el año, que conocí a mi padre biológico, un día de Acción de Gracias. Así sin aviso, sin esperármelo, le di el primer y último beso de nuestras vidas. Lamentablemente, en esta década también se lo dí a mi madre.
En la quinta década -2003- empecé el conteo regresivo para el retiro, con nuevos planes y proyectos, que aunque no se concretaron, me permitieron dar ese paso con muchas ilusiones. Mis hijos se graduaron de la escuela superior (le di clase a los tres), buscaron sus rumbos, abandonaron el nido… y descubrí el Internet. Fue ese año que viajé por primera vez a Buenos Aires y por lo que ahora, 10 años después, tengo dos nietos argentinos.
Me enfrenté a que mis hijos dejaran de ser “los hijos de Elsia” y  se refirieran a mí como la mamá de ellos. 
En todas las épocas hubo personas, amigos, que me ayudaron a seguir adelante.  Gente que me ayudó a moverme  para que pudiéramos ir a actividades escolares y deportivas, que me respaldaron en el proceso de crianza.  Gente que me acompañó en los momentos más felices y me ayudó a superar los más difíciles. Gente que lloró conmigo y río conmigo, gente que me motivó a desarrollar mis talentos, a olvidar mi timidez, a luchar por mis hijos y por mí misma, para que ellos se convirtieran en los adultos que hoy son y yo me sienta hoy realizada. Por miedo a omitir a alguien, quiero evitar mencionar nombres, pues fueron muchos los ángeles que encontré en el camino, muchos de los cuales aún siguen a mi lado.
En ocasiones siento que algunos episodios de mi vida pertenecen a otra persona, que viví por momentos una vida prestada.  Cuando miro atrás y pienso en la hija, en la maestra, en la actriz y directora, en la amiga, en la joven que un día fui, me parecen escenas envueltas en un sueño, partes de una película ajena. 
Cierro esta sexta década con la hermosa e inigualable experiencia de ser cinco veces abuela.  Un amor distinto, no más grande pero quizás sí más tierno, más divertido.  Disfruto  ser la maestra en casa de Edil Nahuel, comunicarme en la distancia con Germán Emilio, haber estado en el nacimiento de Luna Esperanza, tener en la isla a Mía Beatriz y Urayoán Noel.  Si emocionante es que te digan “mami”, indescriptible es escuchar abuela”. Y ni decir del poder de persuasión que tienen las palabras “abuelita linda”.
Escribir cuentos, llevar un blog y participar en talleres literarios me ilusionan.  La tecnología de este nuevo siglo y el avance de las comunicaciones me maravillan. El respeto a las canas y la silla asegurada son algunas de las recompensas de la edad. Ser la abuela en la casa donde fui la menor de las nietas es una sensación bien extraña.  No han pasado seis décadas en vano.
Crecí, maduré (¡menos mal!), envejecí.  Pero… no sé si he cambiado tanto… 
Pensaba  entonces que los Beatles era el mejor grupo musical del mundo y que nunca pasarían de moda.  Hoy estoy segura de ello.
Creía que Danny Rivera era la mejor voz masculina de Puerto Rico y Joan Manuel Serrat el mejor cantautor del mundo.  Hoy lo sigo  creyendo
Entonces no me gustaban los salones de belleza, el maquillaje excesivo ni las joyas.  Como no me gustaban los mariscos ni las aceitunas. Todavía no me gustan.
Pensaba que no había diferencias entre clases sociales, razas, culturas.  Lo sigo pensando.
Me apasionaba la literatura, la música, las artes y los deportes.  Me siguen apasionando.
De joven creía que la libertad era un derecho de todos los pueblos y que mi patria, como toda América, podía tenerla.  Creía en la posibilidad de un mundo mejor, en la solidaridad, en la tolerancia, en que la mayoría de los seres humanos son buenos y podíamos vivir en paz.  Hoy, a pesar de todo…. lo sigo creyendo.
No sé si cerraré más décadas, ¿cómo saberlo?   Así me quede una noche, un año o diez, puedo citar a Amado Nervo:

Muy cerca de mi ocaso, yo te bendigo, vida,
porque nunca me diste ni esperanza fallida,
ni trabajos injustos, ni pena inmerecida;
porque veo al final de mi rudo camino
que yo fui el arquitecto de mi propio destino;
que si extraje las mieles o la hiel de las cosas,
fue porque en ellas puse hiel o mieles sabrosas:
cuando planté rosales, coseché siempre rosas.
...Cierto, a mis lozanías va a seguir el invierno:
¡mas tú no me dijiste que mayo fuese eterno! 
Hallé sin duda largas las noches de mis penas;
mas no me prometiste tan sólo noches buenas;
y en cambio tuve algunas santamente serenas...
Amé, fui amado, el sol acarició mi faz.
¡Vida, nada me debes! ¡Vida, estamos en paz!


6 de febrero de 2013

Hace veinte años dije que hace veinte años que tengo veinte años


Hace veinte años (dije que hace veinte años) que tengo veinte años,
Veinte años y aún tengo fuerza, y no tengo el alma muerta, y me siento hervir la sangre. 
Y aún me siento capaz de cantar si otro canta.
Hoy que aún tengo voz y aún puedo creer en dioses... 
Quiero cantar a las piedras, a la tierra, al agua, al trigo y al camino que voy pisando. A la noche, al cielo, a este mar tan nuestro, y al viento que por la mañana viene a besarme el rostro. Quiero levantar la voz, por una tempestad, por un rayo de sol, o por el ruiseñor que ha de cantar al atardecer.

Hace veinte años (dije que hace veinte años) que tengo veinte años, Veinte años y aún tengo fuerza, y no tengo el alma muerta, y me siento hervir la sangre. 
Hace veinte años (dije que hace veinte años)  que tengo veinte años, y el corazón, aún, se me dispara, por un instante de amar, o al ver un niño llorar... 
Quiero cantar al amor. Al primero. Al último. Al que hace sufrir. Al que vives un día. Quiero llorar con aquellos que se encuentran solos y sin amor van pasando por el mundo. Quiero levantar la voz, para cantar a los hombres que han nacido de pie, que viven de pie, y que de pie mueren. Quiero y quiero y quiero cantar hoy que aún tengo voz. Quién sabe si podré mañana.

 Hace veinte años  (dije que hace veinte años) que tengo veinte años, Veinte años y aún tengo fuerza, y no tengo el alma muerta, y me siento hervir la sangre.  

Joan Manuel Serrat



Yo también nací en el '53. 
y jamás le tuve miedo a vivir. 
Me subí de un salto en el primer tren 
hay que ver en todo he sido aprendiz. 
No me pesa lo vivido, me mata la estupidez 
de enterrar un fin de siglo 
distinto del que soñé. 

Yo también nací en el '53. 
Yo también crecí con el "Yesterday". 
Como tú, sintiendo la sangre arder
me abracé sabiendo que iba a perder 
siempre encuentras algún listo 
que sabe lo que hay que hacer, 
que aprendió todo en los libros 
que nunca saltó sin red. 

Qué te puedo decir que tú no hayas vivido, 
qué te puedo contar que tú no hayas soñado. 

Yo también nací en el '53. 
y soñé lo mismo que sueñas tú 
como tú no quiero mirar atrás 
sé muy bien que puedo volverme sal. 
Siempre tuve más amigos 
de los que pude contar 
sé que hay varios malheridos 
que esperan una señal. 

Qué te puedo decir que tú no hayas vivido, 
qué te puedo contar que tú no hayas soñado. 

No me pesa lo vivido, me mata la estupidez 
de enterrar un fin de siglo distinto del que soñé. 
Qué te puedo contar que tú no hayas vivido, 
qué te puedo contar que tú no hayas soñado...

¿Qué te puedo contar, qué te puedo decir? 

25 de enero de 2013

6 años escribiendo en voz alta

Cierto, este año es en el que menos he escrito.  Las razones, no sé… cansancio, apatía, dejadez, otros proyectos, … pero acá estamos.  Cumpliendo seis años, y celebrándolos.
No te asustes, querido blog,  no voy a abandonarte, eres parte de mí.  Espero sacar el tiempo necesario y el entusiasmo para seguir escribiendo en voz alta muchos años más.  Dios me dé salud y las musas me acompañen.

Este año publiqué veintitrés entradas, de las cuales mis favoritas fueron:

Gracias a los amigos que siempre comentan, en especial a Hilda Vélez de Puerto Rico y Aristos Veyrud  de Costa Rica, que me siguen acompañando.
Gracias a los que me comentan a través de Facebook, a los que leen calladitos, a los que pasan por aquí buscando alguna información o imagen, a las amistades hechas, a las entradas compartidas, a los que me enlazan o me citan.
Gracias a Dios, por aquel 25 de enero de 2007, en que escribí por primera vez en voz alta.
Gracias a los que escuchan, porque sin ellos, las palabras escritas en voz alta caerían en el silencio.

19 de enero de 2013

Tener 60 años


Adolescentes de los 60, crecimos escuchando a los Beatles, bailando twist, admirando a  los hippies, protestando la guerra de Vietnam, dibujando en todas partes el símbolo de la paz, vistiendo pantalones campanas y minifaldas y demandando "paz y amor".
Hoy nos llaman baby boomers, y somos la generación de abuelos más atrevidos y "modernos"... o así nos consideramos.  Quizás porque nunca perdimos esa rebeldía con la que crecimos y nos oponemos a ser los culpables ante los ojos de nuestros nietos de lo mismo que le echábamos en cara a nuestros padres y abuelos. 
Reproduzco un discurso pronunciado en Colombia por la doctora Mirta Núñez, porque sé que muchos de los hoy llamados "baby boomers", nos identificaremos con sus palabras.



Tener 60 años
Dra. Mirta Núñez
Texto de la ponencia presentada en el VIII Curso de ASOGA, 
Barranquilla, Colombia

Tener 60 años es tener dos veces 30 años; es entonces reconocer la densidad y riqueza del ayer y lo frágil y precario del mañana; es estar dispuesta a vivir intensamente la década que se abre con la lúcida convicción de que puede ser la última –o por lo menos la última en poder vivirse intensamente–; es ya no posponer los sueños y hacerlos realidad en la medida de lo posible. Es alegrarse cuando, al despertar, a uno le duele algo: una articulación, la garganta, la cabeza, porque significa que está viva. Esto me le enseñó un amigo algo pesimista y a la vez de una gran lucidez en cuanto a los pequeños estragos de los años acumulados. 
Tener 60 años es tener respeto a los espejos porque no mienten y no volverán a mentir nunca más. 
Tener 60 años es por fin saber quiénes son tus verdaderos amigos y amigas y haberse ganado el enorme privilegio de no simular más frente a los otros; es saber decir “no” cuando es “no”; es conocerse a fondo y poder, por fin, dialogar con su cuerpo, conocer los caprichos de su digestión, los ritmos de su corazón, la capacidad de sus pulmones y la susceptibilidad de sus articulaciones en tiempos de lluvia. 
Tener 60 años es burlarse de todas las dietas de las revistas femeninas porque ya uno sabe perfectamente cuál es su dieta de vida. 
Tener 60 años es conversar con la soledad y nunca sentirse sola con ella. Tener 60 años es ya no pedir permiso a nadie para cumplir un viejo sueño, para ir a cine a las tres de la tarde, tomar un aguardiente antes de la telenovela de la noche o prender la luz a las tres de la mañana para leer nuevamente un capítulo de “En busca del tiempo perdido” de Marcel Proust porque no logró conciliar el sueño. Es saber que nadie nos espera en casa y alegrarse porque podrá almorzar o comer con lo que más le gusta: una ensalada acompañada de pan y queso. Poder comer lo que le antoja a la hora que le antoja es un verdadero lujo para una mujer, y esto lo puede hacer a los 60 años, o lo debería poder hacer. Sí, porque al escribir esto, sé una vez más que soy una mujer privilegiada. A la vuelta de la esquina de mi casa, una mujer como yo, de 60 años, es desplazada, violentada y olvidada. 
Tener 60 años es asombrarse de lo que ha logrado con sus hijos o sus hijas que ya están en la década de los 30. Es inaugurar por fin nuevas miradas, nuevos diálogos con ese sentimiento de desprendimiento y de levedad frente a ellos o ellas. Lo hecho, hecho está y ya no existe sino el asombro frente a estos hombres o mujeres que un día, hace mucho, habitaron en sus entrañas y, algo más tarde, se refugiaron en sus brazos buscando consuelo. 
Tener 60 años hoy es a veces ser una abuela indecente, enamorada, liviana y desculpabilizada. 
Tener 60 años es entender el misterio de la vida y empezar a confrontarse con la muerte, sin temor ni tristeza porque está ahí asomándose, tímidamente pero inexorablemente.
Tener 60 años es empezar a despedirse demasiado temprano, siempre demasiado temprano, de buenos amigos o amigas.
Tener 60 años es tener dos veces 30 años, o sea mucha juventud acumulada. Hoy, doy la bienvenida a mis recién inaugurados 60 años. 
De hecho escribí esta columna para convencer a mis amigas generacionales que, entrando en esta etapa, es necesario aprender a burlarse de los discursos de una cultura que nos quiere, o nos vuelve, invisibles, calladas y deterioradas. Discursos de una sociedad basada cada vez más en una lógica de mercado que exige productividad y consumo, lógica que los medios se encargan de difundir con sus comerciales que no hacen sino mostrarnos el universo de una juventud asociada a la belleza, al éxito y al amor. 


Tomado de:

27 de diciembre de 2012

Un clóset de recuerdos

Con las presuntas profecías mayas, la proximidad de mi cuarto quinceañero y la llegada de un nuevo año, respiro renovación.  He recorrido un camino de transformaciones: de maestra de escuela a feliz jubilada, de madre de jóvenes adultos a consentidora abuela; cambios reflejados en mi físico, mi talla, mis necesidades, mis costumbres y rutina.  Esta realidad me hizo chocar con la impostergable tarea que, por dejadez, estaba evitando.  Sí, sin remedio, ¡tenía que limpiar mi closet!
Parada frente a las puertas abiertas me pregunté: ¿Cómo es posible que haya dejado acumular tanta cosa que no uso ni necesito?  Como maestra de teatro, sabía que toda pieza pasada de moda, podía servir en una obra, ya sea como vestuario o utilería.  Y que cualquier cosa, guardada por años, iba a ser necesitada el día después que lo botara. Pero estaba decidida a tomarme el riesgo.   Lo sorprendente es que con cada pieza sacada del clóset, salían también recuerdos perdidos, la nostalgia de momentos idos y aquella frase, cierta o no, que decía mi abuela: “todo tiempo pasado fue mejor”.
Allí estaba el traje que usé para la boda de mi hijo. Un traje sencillo, sobrio, tal como fue la recepción en la casa de la novia, en Argentina. Qué nervios ¡yo era la madre del novio! Era el menor y el primero que se casaba.   Como invitados especiales teníamos a los periodistas del diario Primera Hora que habían convertido a Juan Noel en un “Boricua en la luna”. Para entonces, él y Ale estudiaban en la Escuela de Teatro de San Miguel, donde se conocieron.  Quién me hubiera dicho que, seis años después, regresarían a casa bendiciéndome con dos nuevos nietos. Junto al traje, toda esa “ropa de invierno” que, por razones obvias, me sobra en la isla.  Los abrigos sí los conservé, por si algún día, mi Buenos Aires querido, “yo te vuelva a ver”.
        a ese traje lo siguen una camisa violeta y dos en blanco y negro. Las compré para el velorio y entierro de mi titi. A su lado, el vestido que usé para asistir a una obra de teatro, culminación de un taller, que me dedicaban esa misma semana. Recuerdo ese domingo; al despedirme de Titi, me di cuenta que no le había dicho sobre el homenaje, pero me fui pensando: “se lo cuento el próximo domingo”.  No hubo otro.  Se me fue el viernes, calladita, tranquila. Ni siquiera sé si escuchó, desde el lecho, nuestro adiós.
Un sentimiento muy distinto me evoca una camisa de líneas rosas y blancas. Con ella me retraté, frente a “aguas grandes”,  en uno de los paisajes más hermosos de este planeta.  Mis vivencias no se van al cesto con ella.  Sí se van un montón de pantalones y blusas, los cuales tuve la esperanza de un día volverme a poner y ahora tengo  la certeza de que nunca lo haré. 
Añado otro conjunto; lo usé para el rencuentro de mi clase graduada.  No sospechaban nuestros diecisiete años,  al despedirnos en los “70”, que cada uno tomaría rumbos no imaginados y que la mayoría de nosotros, juntos desde los años primarios, no volveríamos a vernos hasta cuarenta años después.
Y así seguía sacando piezas del fondo, muy al fondo:  la ropa escogida para conocer a un amigo virtual a quien quería dar una buena impresión, la sudadera heredada de mi madre con el logo de nuestro equipo de béisbol y que había que usar para ganar, la camiseta comprada como souvenir de ese rinconcito que visitamos y tanto nos emocionó, el ajuar usado para lucir especial en una noche especial con esa persona más especial aún,  y aquella otra pieza que jamás volví a tocar pues era la imagen de la decepción y la rabia. 
Todo el pasado encerrado en un clóset, reflejado en los artículos guardados y olvidados. Lleno, como también  se nos llena el alma de tiempos pasados sin dejar lugar para los que vendrán. 
Es Navidad. Época de renovación.  En lo espiritual y en lo físico.  Es el momento para deshacernos de todo lo que nos moleste, nos atrase, nos amarre.  ¡Fuera rencores, frustraciones, desengaños, fracasos! Aún hay tiempo para soñar, planear, ilusionarse, fijarse metas. Sí, ¡es Navidad! Final y comienzo.  Otra oportunidad para empezar a acumular nuevos  y mejores tiempos.  Les hago espacio. ¡Viene el mañana! Salgo a recibirlo.

16 de diciembre de 2012

Navidad es amor


Como una participación especial en la Navidad, un grupo de blogueras participamos en un intercambio de escritos. Las parejas de blogs fueron escogidas al azar y así “La Opinión de Milly” y “Escribiendo en voz alta” formó uno de ellas.  Aquí el escrito de la amiga Milly, reflexionando sobre el significado de la Navidad, mientras en su blog, aparece, como invitada, mi entrada. 


La navidad es mi época preferida del año. Celebrar el nacimiento de Jesús con  adornos, regalos, cenas navideñas y fiestas, me ha apasionado desde niña.  El día de acción de gracias comienzo a sacar los adornos para decorar mi hogar y encender el tan esperado arbolito.  En navidad viajamos, en navidad cumplo aniversario de bodas con mí amado, en navidad me disfruto las parrandas y el suculento menú navideño Boricua. ..
Esta navidad ha cambiado mi vida. Hace dos semanas perdí un ser querido y la distancia no me permitió asistir a su velatorio. El día del entierro, mi esposo se enfermó y desde hace una semana paso mis días en un hospital. La muerte rondó por mi hogar y si no llegábamos a tiempo al hospital para cuidado inmediato nuestra historia sería otra. He continuado mis días con mucha fortaleza y con un sabor navideño un tanto agridulce. Los acontecimientos de las pasadas semanas han cambiado mi vida. Muchas veces tenemos que vivir momentos difíciles para despertar del viaje de compromisos que nos vamos sin pensar ni meditar en lo que acontece a nuestro alrededor. El tren de vida que vivimos nos ha llevado a alejarnos de la familia, olvidar la tradición de cenar en familia, orar, meditar o rezar antes de dormir… En estas últimas semanas he hablado con familiares con los cuales no me comunicaba hace años.  He dejado el escritorio desorganizado a la hora de salir al encuentro con mis familiares, dándole más importancia a quien la tiene y la merece. He orado con mi hija en las noches y le he inventado cuentos de princesas…En fin, he puesto todo mi amor en quienes lo merecen, por si no hay mañana.
Es navidad, momento de reflexionar, de compartir en familia, de besos, abrazos… Puerto Rico está atravesando una de sus peores crisis de valores. Mi invitación es a celebrar en familia, a regalar amor, a BAJAR LAS ARMAS… Que cese el fuego en nuestra Isla. Si los grandes países llegan a acuerdos de paz, los puertorriqueños podemos lograrlo. Basta ya del miedo a la criminalidad, basta ya de vivir encerrados a causa de la maldad de los hombres. ¡Navidad es Amor!

(La autora mantiene un blog de opinión de productos, acontecimientos y lugares de interés. Acceda a su blog mediante el siguiente enlace: La Opinión de Milly )

21 de noviembre de 2012

¡Son niños!


Son niños.
Solo niños.
Aquí o allá, al norte o al sur, 
al este u occidente, 
¡son niños!
Uno duerme arropadito en su cama
y otro busca un rinconcito en la calle .
Y son iguales.
Son niños.
Solo sus ojos los diferencian:
unos brillan de asombro  al despertar una mañana de reyes
y otros lloran aterrorizados entre disparos y bombas.
Pero son niños… solo niños.
Uno, quizás en oriente, construye los juguetes
con que juega el de occidente.
Uno recibe su botella tan pronto llora y el otro,
busca entre desperdicios y basura, un bocado que llevarse a la boca.
Uno descansa seguro entre brazos maternales
y para el otro ya no son refugio, la escuela, su casa, el templo ni la calle.
Uno no sabe de dolor ni de rencores
mientras el otro agarra una piedra para poder defenderse.
Uno es abrazado por su madre cada mañana
mientras al otro, en una absurda guerra, toda su familia es asesinada.
Uno es protegido de golpes y caídas
mientras el otro es usado por las tropas como escudo viviente.
Por Dios, ¡son niños!
Son todos iguales.
¿Por qué entonces no hay risas en todas las bocas?
¿Por qué algunos conocen solo terror y lágrimas?
No hay tierra ni religión, poder ni riqueza que valga sangre inocente.
No hay causa, creencia, motivo, razón que pueda justificar tanta barbarie.
Y no creas que  esto no te incumbe o está lejos de tu ambiente.
Pon la cara de tu niño en la de cualquiera de esos otros.
¡Date cuenta!
El hambre de un niño es también el del tuyo.
El miedo de  un niño se ve en los ojos del tuyo.
Los niños de la calle son los niños de tu casa.
Los niños de Gaza son los niños del planeta.
¡Son todos iguales! ¡Son niños!
Y asesinar a un niño es matar la esperanza.

Siluz

14 de noviembre de 2012

Solo el mar es para siempre

"..antes que el tiempo se acuñara en días,
el mar, el siempre mar, ya estaba y era"
(J.L. Borges)
Tanto movimiento alrededor me asusta. Hoy es el día, sin duda. Han hablado de esto por meses. Antes eran meros cuchicheos, rumores, luego se supo con certeza. “El terreno tiene más valor que los apartamentos”.  “Es una excelente localización para un hotel”. “Los turistas siempre buscan el mar”.  Así llegaron ellos, con cascos como guerreros: marcaron viejos planos, hicieron marcas en mis paredes,  dieron instrucciones, desalojaron a los vecinos y forraron mi base de explosivos.

Ya no queda nadie. Los del apartamento 2 fueron los primeros en irse. Supongo que no quisieron verme caer, sobre todo por los niños. Sería un espectáculo muy fuerte para ellos. Era tan lindo sentirlos regresar del mar, salpicando de sus bocas risas y sal. Revivía, con ellos, aquellos años en los que  yo era una sola y en mi terraza tropezaban juguetes e ilusiones.
Después se fue la pareja de ancianos que vivían en el número 4.  Si no entendí mal, los mudaban a un “hogar de abuelos”, quizás tratando de evitar su verdadero nombre. Salieron despacio, no con la ilusión de una nueva morada, sino con la resignación de quien va a la última. Creo que fueron los inquilinos que más tiempo duraron aquí; claro, después de mi gran familia. Esa sí que no podré olvidarla. Ya va tanto tiempo de eso.  Entonces me pensaba  una casona antigua y respetable, sin saber que otros me consideraban un caserón destartalado. Esos años, en que los dueños reunían a hijos y nietos en sus vacaciones, fue mi época de gloria, la que más disfruté y donde me sentí más útil y amada. Pero a la hora de venderme y convertirme en  casitas de juguete, no respetaron el recuerdo de los viejos  ni la angustia de Marcela.   Ella siempre estuvo, envejeció conmigo, y se había quedado tan sola. La última vez que la vi estaba tan ida, tan distinta, tan lejana. Aun así, estoy segura que era ella.  Quiso utilizar su llave, como antes, pero ya no funcionó.  Marcela sabía que aquí estaba yo. Y yo sabía que era ella. Nadie lo entendió.
¿A dónde habrán ido los del 3? Era una pareja joven, dos mujeres. Fue tanta la angustia al tener que abandonarme, que ni se despidieron de mí. Todas las noches daban la vuelta por el mar, y al cruzar la puerta de entrada al vestíbulo, me saludaban. “Qué bueno estar en casa”, decían. “No sabes cuánta paz nos dan tus paredes”. Eran las únicas que parecían percatarse de mi existencia. Ojalá puedan encontrar otro refugio como el que encontraron en mí.
¿Qué será del inquilino del 1?   Un hombre solo, ya mayor. Nunca lo visitó nadie, ni lo vi salir más allá de la playa. Se sentaba a escribir, horas y horas, caminaba un rato, y volvía a escribir. Antes de irse, guardó sus papeles en una cajita que escondió entre mis muros.  Se marchó solo, sin maletas, sin nada. Temo que, al igual que sus memorias, muera conmigo.

El constante movimiento ha cesado. Ahora hay un silencio cómplice que me grita adiós.  Es el principio del fin. Empieza el conteo regresivo.  10, 9, 8…
Segundos después, ruinas, cenizas, polvo, humo. Y una increíble vista abierta al mar,  mi mar.

Siluz
(basado en el cuento de Pilar Galindo,  Historia de una casa)

25 de octubre de 2012

Nochebuena - Luis Lloréns Torres


¡Las doce!... De lejos, venían las coplas,
en suaves rasgueos de tristes guitarras.
Los árboles viejos gemían en sus copas.
Los árboles nuevos, reían en sus ramas.
La turba del pueblo, sonámbula y loca
cantando ovillejos, pasaba, pasaba…
Y apenas si el viento traía sus notas,
como últimos ecos de una cabalgata.
Los árboles viejos gemían en sus copas.
Los árboles nuevos reían en sus ramas.

¡Las doce!...Y adentro, la gata de Angora
veía que al fuego un pavo brillaba…
Reía el abuelo. Reían las mozas.
Y al último nieto la abuela arrullaba.
Reían… De lejos, venían las coplas
en suaves rasgueos de tristes guitarras.
La noche era un sueño de luna y aromas
y cisnes serenos en nítidas aguas.
Los árboles viejos gemían en sus copas.
Los árboles nuevos reían en sus ramas.



¡Las doce!... Y a un vuelo como de palomas
que todas a un tiempo blanqueasen la rama,

la abuela entre nietos se vio, en una ronda

de rostros risueños que así gorjeaban:


—Abuelita, queremos, —decía la tropa—

queremos un cuento de alguna encantada.

—Que no hable de muertos. —Que dure una hora.

—El del niño bueno. —Aquel del fantasma.

—Abuelita, un cuento... —decía la tropa—.

—Un cuento queremos, abuela del alma.
—¡Silencio, silencio! Narraré una historia...
—les dijo. —Y cogiendo a la nieta en la falda,
la arropó de besos. Y así comenzóla:

—Era yo, en un tiempo, la niña mimada,
muy niña, recuerdo que así, cual tú ahora...
Y el resto del cuento fue un collar de lágrimas.
Los árboles viejos gemían en sus copas.
Los árboles nuevos reían en sus ramas.

17 de octubre de 2012

Instantes eternos


Cada fotografía es un instante rescatado al olvido. Cada palabra escrita un pensamiento atrapado en el tiempo. Unamos ambos, y hacemos eternidad.
Las fotos son mías, a excepción de la cuarta en la que aparezco, que la tomó mi hija. Las primeras cuatro son del Mar Caribe, al sur de la isla (Patillas), las siguientes del Atlántico al norte (Piñones y Arecibo), la Cordillera Central, la Laguna Tortuguero (Vega Baja), el Centro Ceremonial Caguana (Utuado), el Viejo San Juan, ríos de San Sebastián y Sabana Grande y la costa de Guánica. La última es la Ceiba de la Libertad, sembrada en el 1897 al final de la calle Esperanza en San Germán.
Las frases, prestadas.  Siempre alguien que dice lo que pensamos, con las palabras que nosotros no encontramos, en alguna canción,  en algún escrito. Después de todo, no somos tan distintos los seres humanos.



















2 de octubre de 2012

Mientras tanto...


"Antes del tiempo que pasé en el seno de mí madre,
¿No habré estado en otra parte y sido otra persona?”
(Confesiones de san Agustín)


El miedo, como la energía, no se pierde, solo se transforma.
Cuando niña, lloraba, pensando que un terremoto no nos iba a dejar recibir el nuevo día. Nunca sentí uno, quizás vi noticias de desastres en otros países. O escenas tan impresionantes que me afectaron.  Lo cierto es que temía que la casa  temblara y techo y paredes cayeran sobre nosotros. La idea de despertar bajo escombros o atrapada entre muros y columnas no me dejaba dormir.
Lo mismo me ocurría con algunos animales. En ocasiones, ni osaba salir al patio pues creía que una pantera merodeaba entre los árboles.  Sentía su hermosura diabólica hipnotizante, el sonido de patas sigilosas entre las ramas, los ojos fijos en cada uno de mis movimientos.
Otras veces, me asaltaba el terror en la playa. A pesar de mi admiración por el mar,  no podía olvidar que un poco más allá acechaban tiburones.  No  tuve ilusión por viajar en avión, mucho menos en barco.  Siempre me persiguió la imagen de una madre protegiendo a su niña, abrazadas en el mar abierto, a la espera de la ayuda que nunca llegó.  Escena que alguien me contó, supongo, y que ya no pude borrar de mi mente.
Ahora, ya adulta, me angustia esta expectativa.  Sé que llegará el día fatal, se manifestará de alguna manera: el día del diagnóstico, del accidente, del infortunio, de la desgracia. El principio del fin, el fin sin principio.
Mientras tanto... soy… tratando de olvidar sucesos que no he vivido, memorias que no son mías, temores abandonados entre espacios perdidos en los tiempos.

Suena el teléfono. Mira el reloj… las cuatro de la mañana.  ¿A quién se le puede ocurrir llamar a esta hora?  Despertar y volverse un manojo de nervios fue la misma cosa. Supo que  había llegado el día.
Al contestar, cayeron sobre ella todas las tragedias guardadas por siglos de lágrimas sin consuelo. Gritó, sin saber por qué, esperando lo peor. Pero nadie habló.
Sintió el dolor insoportable en el pecho, las heridas de las garras, el sabor de la sangre, la impotencia ante lo inevitable, la presión de sentirse atrapada, sin salida, en medio de la inmensidad del mar. 
Y miedo, mucho miedo…pues se hundía en un viaje sin regreso del cual ya no podría partir.

Siluz