7 de mayo de 2013

´Fracasados" exitosos


"La mayor parte de los fracasos 
nos viene por querer adelantar la hora de los éxitos"
Amado Nervo.

Hace poco me llegó un meme en facebook que hablaba de fracasos famosos.  Me puse a pensar si serían ciertos, y aparentemente sí lo son.  Por lo menos, hay muchas biografías que así lo narran.  Que no quita que sean fabricados o exagerados para acrecentar el brillo del diamante.  Verídicos o no, nos motivan a superarnos, pues ¿quién no ha tenido algún fracaso?
Todos los hemos tenido. Y todos pensamos que es el fin del mundo. Pero el tiempo nos demuestra que no lo es.  Está en nuestras manos lo que hagamos después de una caída.  ¿Nos quedamos en el suelo o echamos a andar?  Siempre encontraremos tropiezos, pero ¡a caminar!  Que la vida es corta y el camino largo.
A continuación esos exitosos "fracasados" de que hablaba el meme y muchos otros que encontré en la red.

LO IMPORTANTE ES PERSEVERAR


Elvis Presley: Fue despedido en el 1954 por Jimmy Denny, manager del Grand Ole Opry después de una actuación. Le dijo: "No vas a llegar a ninguna parte, hijo. Deberías volver a manejar un camión." No lo hizo y se convirtió en el Gran Rey del Rock & Roll "Nunca te doblegues al primer fracaso, ni al primer comentario que te hagan... porque más que te derrumben un sueño, te los derrumbas tú mismo"

Thomas Edison: Su profesor le dijo que “era demasiado estúpido para aprender alguna cosa”. Edison se hizo famoso, entre otras cosas, por inventar la bombilla (¡aunque antes de encontrar la que realmente funcionaba tuviese que hacer 1000 bombillas diferentes!) "Las personas no son recordadas por el número de veces que fracasan, sino por el número de veces que tienen éxito."

Steven Spielberg: lo rechazaron 3 veces de la universidad de sus sueños, la University of Southern California. Buscó otro sitio para estudiar pero lo abandonó para poder ser director. "Yo estaba obcecado por la idea de ser director de cine y pensé que la única forma de conseguirlo sería entrar en el estudio. Entonces, me vestí como un ejecutivo y fingí durante tres meses."

Charlie Chaplin: Su forma de actuar fue rechazada por varios ejecutivos porque pensaban que era demasiado retorcido para que la gente lo entendiera. Pero entonces alguien le dió una oportunidad y acabó convirtiéndose en la primera auténtica estrella de cine estadounidense.

Marilyn Monroe: Su primer contrato con Columbia Pictures terminó porque le dijeron que no era ni suficientemente bonita ni tenía el talento adecuado para ser actriz. Ella insistió, y hoy en día, más de 50  años después de su muerte, aún es considerada una de las actrices más emblemáticas y un símbolo sexual eterno.

Fred Astaire: En su primera prueba, los jueces escribieron: “No sabe actuar. No sabe bailar. Un poco calvo. Puede bailar un poco”. Astaire se convirtió en uno de los bailarines más famosos de todos los tiempos.

Abraham Lincoln: A los 9 años, murió su madre, a los 26, cuando estaba a punto de casarse, su novia. A los 27, permaneció en cama por 6 meses, por una crisis nerviosa.  Comenzó numerosas empresas, se declaró en quiebra en dos ocasiones y fue derrotado en 26 campañas que hizo para asumir un cargo público. Sin embargo a los 51 años, fue electo Presidente de los Estados Unidos de América “El camino era difícil y resbaladizo. Resbalé, pero me recuperé, diciéndome que aquello era un resbalón y no una caída.”

J.K. Rowling: Famosísima por haber escrito la saga de Harry Potter. Sin empleo, luchando contra una depresión severa y viviendo de los beneficios que le otorgaba el Estado, completó su primera novela escribiendo en cafés mientras dormía a su hija. Envió el libro a doce editoriales, las cuales rechazaron el manuscrito hasta que un año más tarde, Bloomsbury, una pequeña editorial británica de Londres, aceptó publicar el libro. Sin embargo, el editor Cunningham le sugirió a Rowling conseguir un trabajo, ya que creía que tenía pocas posibilidades de ganar dinero con libros para niños. No sabía que a este primer libro, le seguirían seis más, abriendo a los lectores el mundo de Harry Potter y que se autora pasaría de la pobreza a ser millonaria en solo cinco años.


Ludwig van Beethoven: En sus años de estudio, Beethoven era muy torpe con el violín y no practicaba demasiado. A pesar de que componía su propia música, sus maestros no tenían esperanzas y pensaban que no tendría éxito pues prefería ejecutar sus propias composiciones en vez de mejorar su técnica. Su profesor consideraba que no tenía futuro como compositor. Luego, a los cuarenta y seis años se había quedado sordo. A pesar de eso compuso su mejor música, incluidas cinco sinfonías, durante sus últimos años.

Stephen King: El primer libro de este autor: Carrie, recibió 30 rechazos e hizo que King bajara los brazos. Estaba tan frustrado que la tiró a la basura. Su esposa encontró el manuscrito y lo rescató. Hasta la fecha, sus 49 novelas han vendido más de 350 millones de copias.

Bill Gates: Abandonó la Universidad de Harvard y comenzó un negocio con Paul Allen (hoy co-fundador de Microsoft), el cual terminó en fracaso. Por fortuna no se rindieron y luego crearon Microsoft, una de las empresas más grande del mundo.

Vincent Van Gogh: En vida Van Gogh vendió un solo cuadro y a cambio de muy poco dinero. Se dice que prácticamente murió de hambre para terminar sus cerca de 800 obras. Hoy cada una de estas vale millones de dólares.

Gabriel García Márquez: Su novela "La horajasca" fue rechazada por las editoriales. En el 1951, recibió una carta de un crítico literario español famoso donde declaraba que aunque le reconocía cierto talento poético, no le veía futuro como novelista y sugería que buscara otra profesión.

Michael Jordan : Nadie pone en duda que fue el mejor basquetbolista de la NBA. Sin embargo, en su escuela no siempre fue el MVP (Most Valuable Player). Incluso, cuando nadie lo eligió para formar parte de su equipo escolar, el luego famosísimo jugador se pasó todo un día encerrado en su cuarto llorando y se prometió no volverse a rendir.   “He fallado más de 9,000 tiros en mi carrera. He perdido casi 300 juegos. 26 veces han confiado en mí para hacer el tiro que ganaba el juego y lo fallé. He fallado una y otra vez, y otra vez en mi vida. Pero nunca me he dado por vencido. Y es por eso que he tenido éxito en la vida” .

The Beatles: revolucionaron la industria musical. Pero por sorprendente que parezca también escucharnos varios "no" en su camino. De hecho, Decca Recording los rechazó porque "no nos gusta su sonido". Es más, en ese momento hasta les dijeron que "no tienen futuro" en el mundo de la música. "Nos dimos cuenta de que pudimos lograrlo porque éramos los cuatro. Ninguno de nosotros lo hubiera logrado solo, porque Paul no era lo suficientemente fuerte, yo no tenía suficiente atractivo para las chicas, George era demasiado callado y Ringo era el baterista. Pero pensábamos que todos serían capaces de gustar por lo menos de uno de nosotros; y así fue como sucedió"  (John Lennon)

Eminem: el rapero hoy es un éxito, pero su pasado fue difícil. Con problemas en la escuela y otros tantos personales, se perdió en el mundo de la droga y la pobreza, al punto de llegar a un intento suicida. Sin embargo, supo ponerse en pie y hoy tiene un lugar bien ganado en el mundo de la música.

Steve Jobs: cofundó y fue la mente creativa de Apple, la empresa más revolucionaria en el ámbito de la tecnología. Pero tuvo un momento muy duro en medio de su carrera: fue despedido de su propia empresa y volvería años después para rescatarla. En un discurso él mismo reconoció que esa cesantía fue "lo mejor que me podría haber pasado".

Walt Disney: creó un imperio en el ámbito del entretenimiento, con parques de diversiones, películas, dibujos animados... Sin embargo, por irónico que parezca, alguna vez escuchó la frase "usted está despedido porque no tiene suficiente imaginación". Y es que Disney trabajaba en un diario que consideró que su empleado "no tenía ideas creativas". "No duermas para descansar, duerme para soñar. Porque los sueños estan para cumplirse”.

Oprah Winfrey: Antes de que triunfara su talkshow y se convirtiera en presentadora estrella, Oprah fue despedida de un canal porque "no servía para trabajar en la televisión". Incluso la criticaron porque le ea imposible “no involucrarse emocionalmente con las historias" que contaba.

Albert Einstein: Sus maestras decían que "nunca aprendería mucho" porque no habló hasta los 4 años y no leyó hasta los siete. Su maestra lo describió como mentalmente lento, insociable y encerrado siempre en sueños tontos. Lo expulsaron y no lo dejaron ingresar en la Escuela Politécnica de Zurich. Luego, en 1905, la Universidad de Berna rechazó una tesis doctoral por considerarla irrelevante y fantasiosa. “Todos somos muy ignorantes. Lo que ocurre es que no todos ignoramos las mismas cosas”.

Lucille Ball: Cuando empezó a estudiar arte escénico en 1917, el jefe de instructores de la Escuela Dramática le dijo: "Pruebe con otra profesión. Cualquier otra." y le dejaron una nota que decía: "Pierde el tiempo, es demasiado tímida como para dar lo mejor de sí misma" .Sin embargo, Lucille Desiree Ball fue una de las más importantes comediantes femeninas de los Estados Unidos, especialmente gracias a sus exitosos trabajos en la radio y en la televisión.

Wilma Rundolph: Niña prematura, tuvo una doble neumonía a los cuatro años, y con seis, un ataque de poliomielitis que le dejó paralizada la pierna izquierda. A los nueve años se quitó la pierna metálica de la que dependía hasta ese momento, para caminar sin ella y a los trece, decidió dedicarse a correr, aunque siempre llegaba última. Por su esfuerzo llegó a ser parte del equipo olímpico de Melbourne 56 pero fue eliminada.  No obstante, en Roma 60, llegó a ganar tres medallas de oro convirtiéndose en la mujer más veloz del mundo por lo que se conoció como “la gacela negra”.

3 de mayo de 2013

Recordándote, querida titi

Escribí esta carta hace tres años, más para mí que para ti.  Ya habías partido en ese viaje definitivo que sabemos inevitable pero para el que nunca nos preparamos.  
Hoy cumplirías 92 años. Sé que estaría contigo.  Como estás tú en mi recuerdo.
Hoy y siempre.

Querida Titi:
No pensé que partirías tan pronto, que te fueras ese mismo viernes en que te hospitalizamos de emergencia. Y es que siempre nos sorprendiste, más atenta a los demás que a ti misma. Te hacíamos eterna, como si nunca nos faltarías.
No tuviste hijos, pero viviste pendiente a tus cuatro sobrinos: Arturito, Aranedis, Sandra y yo. Todos me decían que debieron bautizarme Lydia en lugar de llevar el nombre de mami, Elsia, pues yo me parecía más a ti que a ella..  Y es cierto... Puedo verte en mí y en mi hija.


No te gustaba ver televisión, sin embargo en casa nunca faltó un aparato. Tu emoción era ver a los demás disfrutarla. Así fuera la señal del indio que probaba la nueva empresa o el payaso Pirulí que no nos perdíamos ni Sandra ni yo. Recuerdo que una vez abuelita, fanática cangrejera, vio un televisor de mueble, hermoso, y comentó que le gustaría uno así. Al otro día, había uno en la sala “para que veas los juegos de pelota” le dijiste.

Nos celebraste todos los cumpleaños. Organizaste nuestras bodas. De todo momento importante, fuiste piedra esencial. Tu vida fue ayudar a mami a criarnos, a que nada nos faltara, como le prometiste.

Nunca guiaste, sin embargo, nos diste carro. No te gustaba retratar, y nos regalaste cámaras de fotografías y vídeos. Invento que salía, invento que comprabas. Sabías que a mami le encantaba todo lo que fuera tecnológico. Y tú, que no sabías ni poner un cd, nos diste todo equipo del que nos antojamos. A ti no te hacían falta: siempre te bastó tu radio de baterías. Era lo único que necesitabas…y el que te acompañó hasta el final.

No sabías música, sin embargo, en casa había piano, guitarras, órgano, mandolina. No faltaban los instrumentos de percusión, sobre todo a la hora de despedir el año. Y todos los cd que nos gustara. Salías corriendo a comprarlos, a veces sin saber ni qué pedías. Porque no podemos negar que eras un “poquito” despistada. ¡Cuántas veces compraste un traje porque se parecía a ti. Claro , si ya lo tenías… No me daba coraje porque entonces los heredaba. 


Y siempre te gustaba estar combinadita, con los zapatos, pantalla y collar justos y apropiados. Sin embargo, no comprabas ropa cara. Más gastabas en los demás que en ti.  Ibas al colmado todos los sábados. El vinito para Mami, la “Coors”para tío Arturo, las merienditas y salchichas para los nenes, las Medallas para nosotras, los higaditos para el gato, el arroz para cocinarle a las perras, el jugo de uva para los Mercado, lo que tomaba Fanny, o que tomaba Helga, lo que tomaba Elsa… un licor distinto para todas las visitas que pudieras recibir. La felicidad de decir: “allí hay de todo. Sírvanse”. 


Ay, titi, había que estar listo para la hora del “glú-glú”. Pero "qué tentación" cantaba Braulio y buscabamos una fría.  Aunque me mandaras a callar cuando berreábamos con Alvaro Torres. "Nada se compara contiiiiiiiigoooooooooo"... Y ahora pienso que es irónico, tú me dabas las gracias por hacerte feliz. Cuando solo te devolvía un poco de lo que me diste.

Podías haberte ido a viajar el mundo. Sin embargo, nunca quisiste ir a ningún sitio si no era con nosotras. Gracias a Dios, y a mami que te impulsó, pudieron ir a México, y cumplir el sueño de los tres hermanos.
No olvidaré tus recetas: los spaghetti a la carbonara que bautizaste lidianos, la lasaña gigantesca y riquísima que era nuestra comida preferida, la papa ilusión, el pollo sudado.
Ni tus lidiadas… ¡Cuánto nos reíamos cuando hacías una de las tuyas! Cuando en tu oficina, con no sé cuantos pisos encima, decías que no te preocupabas en un terremoto porque solo tenías un techito de “foam” sobre tu cabeza. O aquella hormiguita que te llevaste a casa en una cajita de fósforos porque no iba a encontrar qué comer en un baño del edificio federal. O aquella carta que le escribiste al alcalde de Ponce y que tu jefe te devolvió porque estaba perfecta pero él no tenía tanta confianza como para llamarlo “Sr. Churumba”. 


Tu día comenzaba muy temprano, leías en la misa de Radio Oro a las cinco de la mañana, pero antes te ibas al teléfono a tomar las intenciones. Te tocaba hasta servir de despertador a los padres. No te ibas sin prepararle un bocadillo a cada uno.Porque siempre fueron invitados especiales en la casa. Sobre todo, el día de Padres. Día, sin falla, de “king crab”. Luego a trabajar. Muchas veces ibas y venías a pie. Te opusiste al retiro... hasta que tu maquinilla desapareció y en su lugar te pusieron una computadora. Ese día tomaste tu cartera y dijiste adiós. Llevabas cuarenta y tantos años de servicio.
Fuiste secretaria no solo en tu vida profesional sino de todas las organizaciones de la iglesia. Siempre admiré aquellos signos taquigráficos con que tomabas las minutas de las reuniones y que solo tu entendías. 
Te ocupaste luego de organizar los lectores de las misas, de los bacalaitos de las fiestas parroquiales, de que siempre hubiera un sacerdote en las Misas de la Aurora. Recordaba el Padre Osorio que no lo dejabas dormir, que lo despertabas casi a la hora de él acostarse. 


No sé ni cómo pasaste de ser titi a ser Titi-gué. Mis hijos te adoraron y tú los adorabas. Me preguntabas: ¿Y ya no viene Juan? Era tu preocupación. Maritza y Nahuel, tus consentidos, sus visitas semanales te hacían reir.  Y se te iluminaba la cara cuando pensabas en Noel, "tan bueno y tanto que quiere a mi Lorco”. Querías tener siempre presente los nombres de mis nietos, que no se te escaparan de la mente. Germán, el de Alaska, los de Argentina. Te daba trabajo recordar el nombre de Urayoán, pero no olvidabas el de Mía. Así bautizaste a tu muñeca, la que guardaré para un día dársela. En mayo, como tú, nació Luna y te emocionó que también llevara el nombre de tu "mamin". Luna Esperanza. 


“Todo pasa y todo queda...
 pero lo nuestro es pasar... 
pasar haciendo caminos…”

 Hoy papi, mami, tío Arturo y abuelita tienen la dicha de encontrarse contigo 
Yo sé que un día,  querida titi,  nos volveremos a ver...

Gracias por ser quien fuiste. Gracias por ser quien soy.
Te amo
Bendición.
Piru

1 de mayo de 2013

Los mártires de Chicago - por José Martí


Nueva York, Noviembre 13 de 1887
Señor Director de La Nación:
Ni el miedo a las justicias sociales, ni la simpatía ciega por los que las intentan, debe guiar a los pueblos en sus crisis, ni al que las narra. Sólo sirve dignamente a la libertad el que, a riesgo de ser tomado por su enemigo, la preserva sin temblar de los que la comprometen con sus errores. No merece el dictado de defensor de la libertad quien excusa sus vicios y crímenes por el temor mujeril de parecer tibio en su defensa. Ni merecen perdón los que, incapaces de domar el odio y la antipatía que el crimen inspira, juzgan los delitos sociales sin conocer y pesar las causas históricas de que nacieron, ni los impulsos de generosidad que los producen.
En procesión solemne, cubiertos los féretros de flores y los rostros de sus sectarios de luto, acaban de ser llevados a la tumba los cuatro anarquistas que sentenció Chicago a la horca, y el que por no morir en ella hizo estallar en su propio cuerpo una bomba de dinamita que llevaba oculta en los rizos espesos de su cabello de joven, su selvoso cabello castaño.
Acusados de autores o cómplices de la muerte espantable de uno de los policías que, intimó la dispersión del concurso reunido, para protestar contra la muerte de seis obreros, a manos de la policía, en el ataque a la única fábrica que trabajaba a pesar de la huelga: acusados de haber compuesto y ayudado a lanzar, cuando no lanzado, la bomba del tamaño de una naranja que tendió por tierra las filas delanteras de los policías, dejó a uno muerto, causó después la muerte a seis más y abrió en otros cincuenta heridas graves, el juez, conforme al veredicto del jurado, condenó a uno de los reos a quince años de penitenciaría y a pena de horca a siete.
Jamás, desde la guerra del Sur, desde los días trágicos en que John Brown murió como criminal por intentar solo en Harper’s Ferry lo que como corona de gloria intentó luego la nación precipitada por su bravura, hubo en los Estados Unidos tal clamor e interés alrededor de un cadalso.
...
En romería van los abogados de la defensa, los diputados de los gremios obreros, las madres, esposas y hermanas de los reos, a implorar por su vida, en recepción interrumpida por los sollozos, ante el gobernador. ¡Allí, en la hora real, se vio el vacío de la elocuencia retórica! ¡Frases ante la muerte! “señor, dice un obrero, ¿condenarás a siete anarquistas a morir porque un anarquista lanzó una bomba contra la policía, cuando los tribunales no han querido condenar a la policía de Pinkerton, porque uno de sus soldados mató sin provocación de un tiro a un niño obrero?” Sí: el gobernador los condenará; la república entera le pide que los condene para ejemplo: ¿quién puso ayer en la celda de Lingg las cuatro bombas que descubrieron en ella los llaveros?: ¿de modo que esa alma feroz quiere morir sobre las ruinas de la cárcel, símbolo a sus ojos de la maldad del mundo? ¿a quién salvará por fin el gobernador Oglesby la vida?
¡No será a Lingg, de cuya celda, sacudida por súbita explosión sale, como el vapor de un cigarro, un hilo de humo azul! Allí está Lingg tendido vivo, despedazado, la cara un charco de sangre, los dos ojos abiertos entre la masa roja: se puso entre los dientes una cápsula de dinamita que tenía oculta en el lujoso cabello, con la bujía encendió la mecha, y se llevó la cápsula a la barba: lo cargan brutalmente: lo dejan caer sobre el suelo del baño: cuando el agua ha barrido los coágulos, por entre los jirones de carne caída se le ve la laringe rota, y, como las fuentes de un manantial, corren por entre los rizos de su cabellera, vetas de sangre. ¡Y escribió! ¡Y pidió que lo sentaran! ¡Y murió a las seis horas -cuando ya Fielden y Schwab estaban perdonados, cuando convencidas de la desventura de sus hombres, las mujeres, las mujeres sublimes, están llamando por última vez, no con flores y frutas como en los días de la esperanza, sino pálidas como la ceniza, a aquellas bárbaras puertas!
La primera es la mujer de Fischer: ¡la muerte se le conoce en los labios blancos! Lo esperó sin llorar: pero ¿saldrá viva de aquel abrazo espantoso?: ¡así, asi se desprende el alma del cuerpo! El la arrulla, le vierte miel en los oídos, la levanta contra su pecho, la besa en la boca, en el cuello, en la espalda. “¡Adiós!“: la aleja de sí, y se va a paso firme, con la cabeza baja y los brazos cruzados. Y Engel ¿cómo recibe la visita postrera de su hija? ¿no se querrán, que ni ella ni él quedan muertos? ¡oh, sí la quiere, porque tiemblan los que se llevaron del brazo a Engel al recordar, como de un hombre que crece de súbito entre sus ligaduras, la luz llorosa de su última mirada! “¡Adiós, mi hijo!” dice tendiendo los brazos hacia él la madre de Spies, a quien sacan lejos del hijo ahogado, a rastras. “¡Oh, Nina, Nina!” exclama Spies apretando a su pecho por primera y última vez a la viuda que no fue nunca esposa: y al borde de la muerte se la ve florecer, temblar como la flor, deshojarse como la flor, en la dicha terrible de aquel beso adorado.
No se la llama desmayada, no; sino que, conocedora por aquel instante de la fuerza de la vida y la beldad de la muerte, tal como Ofelia vuelta a la razón, cruza, jacinto vivo, por entre los alcaides, que le tienden respetuosos la mano. Y a Lucy Parsons no la dejaron decir adiós a su marido, porque lo pedía, abrazada a sus hijos, con el calor y la furia de las llamas.
Y ya entrada la noche y todo oscuro en el corredor de la cárcel pintado de cal verdosa, por sobre el paso de los guardias con la escopeta al hombro, por sobre el voceo y risas de los carceleros y escritores, mezclado de vez en cuando a un repique de llaves, por sobre el golpeo incesante del telégrafo que el “Sun” de Nueva York tenía en el mismo corredor establecido, y culebreaba, reñía, se desbocaba, imitando, como una dentadura de calavera, las inflexiones de la voz del hombre, por sobre el silencio que encima de todos estos ruidos se cernía, oíanse los últimos martillazos del carpintero en el cadalso. Al fin del corredor se levantaba el cadalso. “¡Oh, las cuerdas son buenas: ya las probó el alcaide!” “El verdugo halará, escondido en la garita del fondo, de la cuerda que sujeta el pestillo de la trampa.” “La trampa está firme, a unos diez pies del suelo. ” “No: los maderos de la horca no son nuevos: los han repintado de ocre, para que parezcan bien en esta ocasión; porque todo ha de hacerse decente, muy decente.” “Sí, la milicia está a mano: y a la cárcel no se dejará acercar a nadie.” “¡De veras que Lingg era hermoso!” Risas, tabacos, brandy, humo que ahoga en sus celdas a los reos despiertos. En el aire espeso y húmedo chisporrotean, cocean, bloquean, las luces eléctricas. Inmóvil sobre la baranda de las celdas, mira al cadalso un gato… ¡cuando de pronto una melodiosa voz, llena de fuerza y sentido, la voz de uno, de estos hombres a quienes se supone fieras humanas, trémula primero, vibrante enseguida, pura luego y serena, como quien ya se siente libre de polvo y ataduras, resonó en la celda de Engel, que, arrebatado por el éxtasis, recitaba “El Tejedor” de Henry Keine, como ofreciendo al cielo el espíritu, con los dos brazos en alto:
Con ojos secos, lúgubres y ardientes,
Rechinando los dientes,
Se sienta en su telar el tejedor:
¡Germania vieja, tu capuz zurcimos!
Tres maldiciones en la tela urdimos;
¡Adelante, adelante el tejedor!

¡Maldito el falso Dios que implora en vano,
En invierno tirano
Muerto de hambre el jayán en su obrador!
¡En vano fue la queja y la esperanza!
Al Dios que nos burló, guerra y venganza:
¡Adelante, adelante el tejedor!

¡Maldito el falso rey del poderoso
Cuyo pecho orgulloso
Nuestra angustia mortal no conmovió!
¡El último doblón nos arrebata,
Y como a perros luego el rey nos mata!
¡Adelante, adelante el tejedor!

¡Maldito el falso Estado en que florece,
Y como yedra crece
Vasto y sin tasa el público baldón;
Donde la tempestad la flor avienta
Y el gusano con podre se sustenta!
¡Adelante, adelante el tejedor!

¡Corre, corre sin miedo, tela mía!
¡Corre bien noche y día
Tierra maldita, tierra sin honor!
Con mano firme tu capuz zurcimos:
Tres veces, tres, la maldición urdimos:
¡Adelante, adelante el tejedor!
Y rompiendo en sollozos se dejó Engel caer sentado en su litera, hundiendo en las palmas el rostro envejecido. Muda lo había escuchado la cárcel entera, los unos como orando, los presos asomados a los barrotes, estremecidos los escritores y los alcaides, suspenso el telégrafo, Spies a medio sentar. Parsons de pie en su celda, con los brazos abiertos, como quien va a emprender el vuelo.
El día sorprendió a Engel hablando entra sus guardas, con la palabra voluble del condenado a muerte, sobre lances curiosos de su vida de conspirador; a Spies, fortalecido por el largo sueño; a Fischer, vistiéndose sin prisa las ropas que se quitó al empezar la noche, para descansar mejor; a Parsons, cuyos labios se mueven sin cesar, saltando sobre sus vestidos, después de un corto sueño histérico.
“¡Oh, Fischer, cómo puedes estar tan sereno, cuando el alcaide que ha de dar la señal de tu muerte, rojo por no llorar, pasea como una fiera la alcaidía!” – “Porque” -responde Fischer, clavando una mano sobre el brazo trémulo del guarda y mirándole de lleno en los ojo “creo que mi muerte ayudará a la causa con que me desposé desde que comencé mi vida, y amo yo más que a mi vida misma, la causa del trabajador, -¡y porque mi sentencia es parcial, ilegal e injusta!” “¡Pero, Engel, ahora que son las ocho de la mañana, cuando ya sólo te faltan dos horas para morir, cuando en la bondad de las caras, en el afecto de los saludos, en los maullidos lúgubres del gato, en el rastreo de las voces, y los pies, estás leyendo que la sangre se te hiela, cómo no tiemblas, Engel!“ -“¿Temblar porque me han vencido aquellos a quienes hubiera querido yo vencer ? Este mundo no, me parece justo; y yo he batallado, y batallo ahora con morir, para crear un mundo justo". 
...
Llenaba de fuego el sol las celdas de tres de los reos, que rodeados de lóbregos muros parecían, como el bíblico, vivos en medio de las llamas, cuando el ruido improviso, los pasos rápidos, el cuchicheo ominoso,el alcaide y los carceleros que aparecen a sus rejas, el color de sangre que sin causa visible enciende la atmósfera, les anuncian, lo que oyen sin inmutarse, que es aquélla la hora!

Salen de sus celdas al pasadizo angosto: ¿Bien?-“¡Bien!“; Se dan la mano, sonríen, crecen. “¡vamos!” El médico les había dado estimulantes: a Spies y a Fischer les trajeron vestidos nuevos; Engel no quiere quitarse sus pantuflas de estambre. Les leen la sentencia a cada uno en su celda ; les sujetan las manos por la espalda con esposas plateadas: les ciñen los brazos al cuerpo con una faja de cuero: les echan por sobre la cabeza, como la túnica de los catecúmenos cristianos, una mortaja blanca: ¡abajo la concurrencia sentada en hileras de sillas delante del cadalso como en un teatro! Ya vienen por el pasadizo de las celdas, a cuyo remate se levanta la horca; delante va el alcaide, lívido: al lado de cada reo, marcha un corchete. Spies va a paso grave, desgarradores los ojos azules, hacia atrás el cabello bien peinado, blanco como su misma mortaja, magnífica la frente: Fischer le sigue, robusto y poderoso, enseñándose por el cuello la sangre pujante, realzados por el sudario los fornidos miembros. Engel anda detrás a la manera de quien va a una casa amiga, sacudiéndose el sayón incómodo con los talones. Parsons, como si tuviese miedo a no morir, fiero, determinado, cierra la procesión a paso vivo. Acaba el corredor, y ponen el pie en la trampa: las cuerdas colgantes, las cabezas erizadas, las cuatro mortajas.

Plegaria es el rostro de Spies; el de Fischer, firmeza, el de Parsons, orgullo radioso; a Engel, que hace reír con un chiste a su corchete, se le ha hundido la cabeza en la espalda. Les atan las piernas, al uno tras el otro, con una correa. A Spies el primero, a Fischer, a Engel, a Parsons, les echan sobre la cabeza, como el apagavelas sobre las bujías, las cuatro caperuzas. Y resuena la voz de Spies, mientras están cubriendo las cabezas de sus compañeros, con un acento que a los que lo oyen la entra en las carnes: “‘La voz que vais a sofocar será más poderosa en lo futuro, que cuantas palabras pudiera yo decir ahora.” Fischer dice, mientras atiende el corchete a Engel: “¡Este es el momento más feliz de mi vida!” “¡Hurra por la anarquía!” dice Engel, que había estado moviendo bajo el sudario hacia el alcaide las manos amarradas. “¡Hombre y mujeres de mi querida América…” empieza a decir Parsons. Una seña, un ruido, la trampa cede, los cuatro cuerpos caen a la vez en el aire, dando vueltas y chocando. Parsons ha muerto al caer, gira de prisa, y cesa: Fischer se balancea, retiembla, quiere zafar del nudo el cuello entero, estira y encoge las piernas, muere: Engel se mece en su sayón flotante, le sube y baja el pecho como la marejada, y se ahoga: Spies, en danza espantable, cuelga girando como un saco de muecas, se encorva, se alza de lado, se da en la frente con las rodillas, sube una pierna, extiende las dos, sacude los brazos, tamborinea: y al fin expira, rota la nuca hacia adelante, saludando con la cabeza a los espectadores.

Y dos días después, dos días de escenas terribles en las casas, de desfile constante de amigos llorosos; ante los cadáveres amoratados, de señales de duelo colgadas en puertas miles bajo una flor de seda roja, de muchedumbres reunidas con respeto para poner a los pies de los ataúdes rosas y guirnaldas, Chicago asombrado vio pasar tras las músicas fúnebres, a que precedía un soldado loco agitando como desafío un pabellón americano, el ataúd de Spies, oculto bajo las coronas; el de Parsons, negro, con catorce artesanos atrás que cargaban presentes simbólicos de flores; el de Fischer, ornado con guirnalda colosal de lirio y clavellinas; los de Engel y Lingg, envueltos en banderas rojas, -y los carruajes de las viudas, recatadas hasta los pies por velos de luto, -y sociedades, gremios, vereins, orfeones, diputaciones, trescientas mujeres en masa, con crespón al brazo, seis mil obreros tristes y descubiertos que llevaban al pecho la rosa encarnada.

Y cuando desde el montículo del cementerio, rodeado de veinticinco mil almas amigas, bajo el cielo sin sol que allí corona estériles llaneras, habló el capitán Black, el pálido defensor vestido de negro, con la mano tendida sobre los cadáveres:-“¿Qué es la verdad, -decía, en tal silencio que se oyó gemir a las mujeres dolientes y al concurso, -¿qué es la verdad que desde que el de Nazareth la trajo al mundo no la conoce el hombre hasta que con sus brazos la levanta y la paga con la muerte? ¡Estos no son felones abominables, sedientos de desorden, sangre y violencia, sino hombres que quisieron la paz, y corazones llenos de ternura, amados por cuantos los conocieron y vieron de cerca el poder y la gloria de sus vidas: su anarquía era el reinado del orden sin la fuerza: su sueño, un mundo nuevo sin miseria y sin esclavitud: su dolor, el de creer que el egoísmo no cederá nunca por la paz a la justicia: ¡oh cruz de Nazareth, que en estos cadáveres se ha llamado cadalso!”
De la tiniebla que a todos envolvía, cuando del estrado de pino iban bajando los cinco ajusticiados a la fosa, salió una voz que se adivinaba ser de barba espesa, y de corazón grave y agriado: “¡Yo no vengo a acusar ni a ese verdugo a quien llaman alcaide, ni a la nación que ha estado hoy dando gracias a Dios en sus templos porque han muerto en la horca estos hombres, sino a los trabajadores de Chicago, que han permitido que les asesinen a cinco de sus más nobles amigos!“… La noche, y la mano del defensor sobre aquel hombro inquieto, dispersaron los concurrentes y los hurras: flores, banderas, muertos y afligidos, perdíanse en la misma negra sombra: como de olas de mar venía de lejos el ruido de la muchedumbre en vuelta a sus hogares. Y decía el “Arbeiter Zeitung” de la noche, que al entrar en la ciudad recibió el gentío ávido: “¡Hemos perdido una batalla, amigos infelices, pero veremos al fin al mundo ordenado conforme a la justicia: seamos sagaces como las serpientes, e inofensivos como las palomas!”
José Martí
La Nación, Buenos Aires, 1 de enero de 1888