21 de agosto de 2017

El día en que se apagó el sol

“Otros pueblos tienen santos,
los griegos tienen sabios.”

F. Nietzsche


Astiages ascendió al Monte Parnaso por la Vía Sacra.  Era requisito purificarse en alguno de los manantiales que brotan de las rocas.  Leyó la inscripción sobre la fuente de Castalia:  “Al buen peregrino le basta una gota, al malo ni el océano podría lavar su mancha.”  Tranquilo y seguro de sí mismo, se bañó en las aguas puras.  Su misión: consultar al oráculo de Delfos, famoso por sus predicciones tan ambiguas como certeras.  No defraudaría a su padre.

Tras el ritual de purificación, la pitonisa fue vestida de gala y colocada en un trípode en la profundidad del santuario.  La emanación de gases provenientes de una grieta en el suelo la sumergía en un  profundo trance.  De los labios de la sibila saldría  la voz de Apolo esclareciendo cuestiones humanas.  Era una mujer joven, virgen, escogida para ser instrumento divino y residir por siempre en el santuario.

Estaba próximo el día siete, fecha en que se celebraba el nacimiento del dios.  Los consultantes ofrecieron sobre un altar los pasteles requeridos, luego salpicaron con agua fría cabras y ovejas.   Solo aquellos animales que reaccionaran serían aceptados para el sacrificio.  Era la señal necesaria, el permiso para formular una pregunta.  La cabra que ofreció Astiages tembló. 

“Ciaxares, rey de los medos,  ha dispuesto separar los lanceros, arqueros y jinetes.  ¿Conseguirá con esta nueva formación dominar a los lidios y controlar Anatolia? ¿Funcionará esta estrategia y podrá ganar la guerra?”

El sacerdote tomó la tabla escrita por el joven y se la llevó a la pitonisa.  Desde una distancia prudente Astiages observaba cada movimiento de la doncella.  A pesar de que no podía definir sus rasgos con claridad sí percibió su silueta hermosa y la mirada perdida de unos ojos que simulaban no verlo.  También pudo escuchar palabras sueltas y algunos balbuceos incoherentes que el profeta interpretó.

—Cuando la noche devore al sol los soldados, temerosos,  guardarán sus espadas.  Tras el día de la obscuridad total, reyes enemigos se convertirán en abuelos de los mismos niños y... firmarán  la alianza entre sus pueblos.

Misión cumplida. Llevaría este mensaje al rey. Para su padre era muy importante el vaticinio.  Desde que los medos derrotaron a los asirios y pactaron con los caldeos, su pueblo empezaba a verse como una nueva potencia.   Hasta su hermana, Amitis, había sido entregada en matrimonio al entonces príncipe Nabucodonosor. De nada sirvieron sus súplicas, Ciaxares sabía que era esta alianza la estocada final para el imperio sirio y su otrora ejército invencible.  Para expandir su reino hacia el oeste y el Egeo, ya solo le quedaba un obstáculo:  vencer a Alyattes, rey de los lidios.
Iba a ayudarlo a obtener esa importante victoria aunque con una nueva meta trazada:  regresar a Delfos, buscar a aquella muchacha entregada al servicio de Apolo, liberarla, devolverle la vida y la sonrisa y ¿por qué no? amarla.  Su soledad, congoja, entrega e inteligencia lo cautivaron.  No podría escoger a una reina mejor.

Seis años duró la guerra.  Unas batallas ganadas por los lidios, otras por los medos.    Y en cada una, Astiages no pudo olvidar la voz ni los ojos tristes de aquella pitonisa.  Tan pronto los reyes firmaran la alianza vaticinada, la buscaría.  Mas pasaba el tiempo y no se vislumbraba aún una solución. La esperanza de soltar las armas y volver por ella parecía cada vez más distante.

Un integrante del ejército lidio, Tales de Mileto, había hecho los cálculos precisos. Las creencias egipcias y su sabiduría matemática fueron su herramienta.  Lo predijo. Y ocurrió.  Corría el cuarto año de la  cuadragésima octava  Olimpiada. 170 después de la fundación de Roma, 585 antes de Cristo.  28 de mayo. El día en que la oscuridad abarcó el infinito, la luz abandonó la tierra  y rigió el caos sobre el orden celeste. El día del eclipse solar.  El día en que se apagó el sol.   Era una señal de los dioses.  ¿Estaría Apolo enfurecido por la intención de Astiages de rescatar a su servidora?


Los soldados soltaron sus espadas presos de terror.  Los reyes de ambos ejércitos decidieron pactar y surgió una alianza que parecía imposible minutos antes.  Los asesores reales consideraron que aún  faltaba un lazo permanente, algo que evitara que pudiera romperse esa coalición.    Una vez más estos hombres de guerra con el propósito de avalar la paz olvidan el amor.  Y se decretó la orden:  Astiages, hijo de Ciaxares, se casará con Aryenis, hija de Alyattes. Por la unificación de sus reinos.

Mientras allá en Delfos, una pitonisa sabe lo que nadie le ha dicho.  Sin alucinógenos, sin talismanes, sin rituales, predice su propio destino.  Servirá al dios del sol hasta el fin de sus días y callará lo que hubiera preferido ignorar.

—Imposible te será ahora volver por esta pitia, Astiages. Me abrigó tu mirada amorosa y podría haberte correspondido.  Pero presentí quién eras y quién serías.  Por eso oculté parte de la profecía:   “Cuando la noche devore al sol los soldados, temerosos,  guardarán sus espadas.  Tras el día de la obscuridad total, reyes enemigos se convertirán en abuelos de los mismos niños y sus hijos firmarán  la alianza entre sus pueblos antes de que sus biznietos los derroquen.”  Sus hijos, Astiages, sus hijos.  No son los reyes los que firmarán el pacto. Lo harán tú y ella. Jamás seremos tú y yo. Nuestros sinos están escritos y van por diferente camino.  No hay escapatoria.  Solo te queda obedecer, hijo de Ciaxares.  Pero cuídate de tu propia sangre que te llevará a la perdición.

Apolo ha hablado. 


Elsia Luz Cruz Torruellas
2007 - Historias del Oráculo


Herodoto de Halicarnaso, que vivió entre 485-420 a.C., escribió dos referencias al eclipse del año 585 a.C. En Historias, I: 74 leemos:
"Tuvo lugar una guerra entre los lidios y los medos durante cinco años, en los que muchas veces los medos vencieron a los lidios y muchas los lidios a los medos. Dentro de ella incluso llevaron a cabo una batalla de noche: a ellos, que proseguían en condiciones de igualdad la guerra, en el sexto año, iniciado el combate, les aconteció que, trabada la batalla, el día de repente se hizo noche. Tales de Mileto había predicho a los jonios que sucedería esta mutación del día, habiendo propuesto como término el año ese en el que ciertamente tuvo lugar el cambio. Y los lidios y los medos, cuando vieron que se hacía de noche en lugar de día, pusieron fin a la batalla y de manera especial se apresuraron también ambos a que se hiciera la paz entre ellos. Y quienes los reconciliaron fueron estos: Siénesis, cilicio, y Labineto, babilonio. Éstos fueron los que se esforzaron por que se produjera la alianza entre ellos, e hicieron un intercambio matrimonial: en efecto, decidieron que Alyattes entregara a su hija Aryenis a Astiages, el hijo de Ciaxares; pues sin un lazo fuerte unos tratados firmes no pueden mantenerse. Y, en cuanto a los pactos, hacen esos pueblos lo que los helenos y, además de esto, una vez que se cortan los brazos a nivel de la piel, chupan mutuamente la sangre" 
Tomado de: http://www.astrosafor.net/Huygens/2005/56/Eclipse-585.htm