X. NENETTE (1908-1990) y ATAHUALPA YUPANQUI (1908-1992)
El 25 de noviembre de 1990, Atahualpa Yupanqui escribía la siguiente
carta a su hijo Roberto. Apenas días
antes, el 14 de noviembre, Nenette, su compañera
de casi cincuenta años y madre de su querido "Kollita", había partido a la eternidad.
París.
Domingo 25 de Noviembre. 1990
Coya
querido.
Estudié
varias horas guitarra anoche. Hacía 2 semanas que no hacía una nota. Está ya
vendida la salda de 2.000 plateas del Teatro de la Villa. Y hay publicidad,
creo, exagerada, en todo París. Ojalá yo sea digno de ese interés y apoyo del
público de Francia.
Los pocos amigos que frecuento – conozco a cientos- me acompañan y me llaman a diario. Pons, Mosalini, Enzo Gieco, Guillermo Hascke, jefe de turbinas de Air France, funcionarios de la Unesco, Chant du Monde.
Duros tiempos respiro, y sé que durarán. Temo que la casa nuestra se incline al naufragio si no decidimos algo firme y claro. A mi regreso hablaré con abogados y escribanos. La Fundación deberá organizarse y ser vigilada y cuidada, y sobre todo respetada. Trabajar con odios, rencores y resentimientos, llevará todo al fracaso, y perdida de cosas que fueron amadas por Mamá.
Aún vive fuertemente en mi corazón la mano de Mamá con una rosa clara entre sus dedos, y el rosto plácido, de amor, como un ruego profundo, total. Quiso decir algo que no pronunció. No sé decir más. Ruego, espero, anhelo. Sé que soy el próximo en partir al silencio.
Los pocos amigos que frecuento – conozco a cientos- me acompañan y me llaman a diario. Pons, Mosalini, Enzo Gieco, Guillermo Hascke, jefe de turbinas de Air France, funcionarios de la Unesco, Chant du Monde.
Duros tiempos respiro, y sé que durarán. Temo que la casa nuestra se incline al naufragio si no decidimos algo firme y claro. A mi regreso hablaré con abogados y escribanos. La Fundación deberá organizarse y ser vigilada y cuidada, y sobre todo respetada. Trabajar con odios, rencores y resentimientos, llevará todo al fracaso, y perdida de cosas que fueron amadas por Mamá.
Aún vive fuertemente en mi corazón la mano de Mamá con una rosa clara entre sus dedos, y el rosto plácido, de amor, como un ruego profundo, total. Quiso decir algo que no pronunció. No sé decir más. Ruego, espero, anhelo. Sé que soy el próximo en partir al silencio.
Hasta
pronto, hijo querido. Te abrazo, Coya.
Tata
Domingo de
lluvia y frío. Fuera y dentro mío.*
Atahualpa y Nenette
nacieron ambos en el 1908, él en enero y ella en abril. Él, con el nombre de Héctor
Roberto Chavero en Peña, en el partido de Pergamino de la provincia de Buenos
Aires y ella con el de Antonieta Paula Pepin Fitzpatrick en la colonia francesa
St. Pierre et Miquelon, en la costa atlántica del Canadá. Ella de padre francés
y madre canadiense y él hijo de criollo y vasca, lleva en su sangre “el
silencio del mestizo y la tenacidad del vasco”.
Durante la Primera
Guerra Mundial, Nenette se traslada con sus padres a Francia. Tanto ella como
su hermana Juana estudian bellas artes, ella siendo merecedora de doble medalla
de oro en el Conservatorio Musical de Cannes, por piano y composición. Sin embargo, el destino de Nenette no sería Francia, y los hilos se
empiezan a mover sin ella darse cuenta.
Juana se embarca hacia América con una
compañía de danza y en Buenos Aires conoce al que sería su marido y allí se radica. Al terminar Nenette sus estudios y tras la muerte de
su madre, aceptan una invitación de Juana, ella y su padre venden propiedades en Francia y se establecen en Villa Ballester, en la zona norte del
Gran Buenos Aires.
En el 1942 visita Tucumán
en un viaje con la Orquesta Filarmónica.
Es en esta gira que conocerá a Atahualpa, con quien compartirá el resto
de su vida, tanto como para olvidar su carrera de pianista y entregarse a la
obra y al talento de su esposo. Tiene
unas sesenta y seis composiciones registradas, la mayoría musicalizando las
letras de Atahualpa, bajo el seudónimo de Pablo del Cerro.
Su hijo Roberto
cuenta:
Nenette “formó parte de los extranjeros que vinieron
al país no a llevarse cosas, sino para dejar cosas para nosotros. Formó parte
de una inmigración que vino a contribuir con el crecimiento de nuestra nación…
El seudónimo Pablo del Cerro lo tomó primero porque en los tiempos en que ella
y mi padre se unieron, mi padre estaba casado pero no divorciado de su primer
matrimonio. Y no estaba bien visto el aspecto de la concubina, no estaba bien
visto además el hecho de que Yupanqui, que ya era Yupanqui, firmara ahora con
una francesa. Todos esos prejuicios que solían haber. Por eso mi madre firmaba
como Pablo del Cerro, porque además, fue por el Cerro Colorado, que fue el
lugar que nos albergó en tiempos duros y allí construimos ese rincón donde está
el museo actualmente”.*
Muchas de las
composiciones de la pareja han calado tan hondo que en ocasiones se atribuyen
a la tradición popular. Como decía el
mismo Yupanqui: “Sí, la tierra señala a sus elegidos y al llegar el final
tendrán su premio. Nadie los nombrará, serán lo anónimo, pero ninguna tumba guardará
su canto”.**
Entre las
composiciones más conocidas se encuentran:
El alazán
Indiecito dormido
Chacarera de las piedras
Agua escondida
La del campo
De aquellos cerros vengo
Camino del indio
El cielo esta dentro de mi
Los hermanos
Guitarra, dímelo tu
Sigue contando su hijo:
“Alguna vez me comentó, ella porque en alguna medida
se había puesto en segundo termino y es muy simple eso, y no lo dijo con
resignación, se los puedo asegurar: ella comprendió que el tata era una
personalidad descollante y necesaria para el mundo. Ella podía ser una gran
pianista pero había muchos grandes pianistas, habían muchos grandes músicos.
Pero Yupanqui había uno solo. Cuando tomó la decisión, les aseguro, como lo
probó después que no hubo quejas. Siguió tocando el piano, siguió componiendo,
siguió corrigiendo. Crió a sus nietos, no alcanzó a escribir un libro, plantó
muchos árboles, eso sí. Gran parte de los árboles que hay en nuestra casa de
Cerro Colorado los plantó ella, y una madrugada del 14 de noviembre, decidió
que ya había cumplido con la vida, con su marido, con su hijo, con sus nietos y
partió”.*
Hace veinte años, en
la madrugada del 23 de mayo de 1992, en Nimes, al sur de Francia, Atahualpa muere,
tras una presentación a teatro lleno. No
pudo cantar, salió del teatro, sin ánimos. “Quiero respirar aire puro”,
dijo. No volvió.
Recordamos sus
palabras: “Cuando muere un poeta, no deberían enterrarlo bajo una
cruz, sino que deberían plantar un árbol encima de sus restos. Así lo pienso
yo, por cuanto, con el tiempo, ese árbol tendrá ramas y un nido y en él nacerán
pájaros. De ese modo, el silencio del poeta, se volverá golondrina". ***
Sus restos fueron cremados y
dispersados bajo un roble sembrado por Nenette en su pago querido del Cerro
Colorado el 8 de junio de 1992. Como vaticinó: "Andaré por los cerros, selvas y llanos toda la vida arrimándole
coplas a tu esperanza, tierra querida."
Gracias a Mario Ferrari, por traer a colación esta pareja. Va esta entrada como un homenaje a ambos con motivo del vigésimo aniversario del fallecimiento de Atahualpa, hoy, 23 de mayo de 2012.
Siluz
4 comentarios:
Hola, amiga.
No sabía que habías escrito sobre este tema. A mí se me hace apasionante esa vida, esas vidas de don Ata, Paula y la familia que construyeron en medio de tantas dificultades.
Un abrazo,
Mario Ferrari
Era un adolescente cuando, despues de las clases en mi escuela secundaria, fui a ver a Don Ata al auditorio de LV8 Radio Libertador en Mendoza. Hace de esto varias décadas, sin embargo lo recuerdo con un rostro y una actitud severa. La música era para él una solemne ceremonia, que interpretaba con toda escrupulosidad y respeto y eso mismo demandaba de la audiencia. Por eso al ser presentado por el locutor y mencionada la primera canción que iba a interpretar, solo comenzó, quizás algo exasperado, cuando cesaron los aplausos y se hizo un absoluto silencio.
Una experiencia como para no ser olvidada.Pidió el respeto que su música merecía.
Gracias por compartirla.
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