17 de marzo de 2007

¿AMA DE CASA...VOS?

Ama de casa...¿vos?
(Peripecias de una boricua en San Miguel, Argentina )

Siluz

En el colmadito de la esquina tenían de todo –allá- desde aceite de transmisión para el auto hasta aspirinas, comidas preparadas o licores, papel sanitario o boletos de lotería. Acá para comprar aguja e hilo tengo que ir a la mercería, a un puesto de revistas para buscar el periódico, a un kiosco por cigarrillos, a la verdulería por cebollas y a la panadería por el pan. Por lo menos, todo está cerca de todo. Pero para ser ama de casa, o ni tanto, para simplemente encargarse de las compras diarias, hay que aprender primero a pensar en argentino.

8:00 a.m.
Se me apetece un café con leche.
—¿Me da un café?
—¿Chico o en jarrita?
Primera cara de idiota que pongo en el día.
—Chico. —digo, por decir algo.
Me sirven café negro en pocillo.
—Pero yo lo quería con leche.
—Ah, un cortado.
Para mí, un café; así, a secas, es café con leche. Sin leche, es café negro.

A media mañana pienso en desayunar a lo boricua: huevos fritos o revoltillo, salchichas, tostadas con mantequilla. Pido un desayuno.
—¿Medialunas o facturas?
Ni idea...
—Traiga solamente un jugo de china.
—¿De qué?
—Olvídelo. Traiga un cortado.
—Listo.
Lista tengo que estar yo para ir aprendiendo.

Llega la tarde. Mi estómago me dice que es hora de comer. Quiero ir a un restaurante.
—Es muy temprano para la cena. —me dicen. —No son ni las 18. Aquí cenamos a las 21. —Cuento con los dedos: 12, 13, 14, 15, 16, 17, 18...¡Las 6! Me río. Allá cuando daban las 7 la cena estaba hace rato servida, la cocina limpia y los trastes fregados.

Decido mejor ir de compras para preparar la comida en casa. Ni pensar en arroz con gandules, lechón y tostones. Voy a la carnicería. Allá son famosos los churrascos argentinos por lo que supongo que no me debe ser difícil conseguirlos.
—Churrascos, por favor.
—¿Cuántos kilos?
—No sé, deme 3 o 4 churrascos.
—¿De cuadril, lomo o paleta?
Nueva cara de idiota. O ¿será la misma?
—Perdone, deme mejor tres milanesas.
—¿Bola de lomo, cuadrada o nalga?
Pensar en las nalgas de la pobre vaca me hizo perder el hambre al instante.
—No, deme 3 “steaks”.
—¿Bife?
—Sí, eso, bife…
—¿Anchos o angostos?
—Ay, deme 3 chorizos, de esos rojitos.
—¿De los colorados?
—Sí, de esos que tiene ahí colgando.

Voy a la panadería. Total, son muy ricos los choripanes.
—¿Me da una libra de pan?
—¿Una qué?
—Ah, medio kilo.
Me sentí contenta de haber podido batear ésa.
—¿De flauta, caseros, miñones o milongas?
Ponchada. Siento regresar la cara de idiota.

Al otro día, voy con el libreto memorizado.
—Deme un kilo de cuadril.
No voy a describir mi cara cuando el carnicero me dijo:
—Hoy no tenemos. Falda, asado o vacío, ¿puede ser?

Me preparo un diccionario mental. El maíz es choclo; popcorn es pochoclo; la calabaza, zapallo; la toronja, pomelo; la china, naranja; el aguacate, palta; las habichuelas, porotos; los pitipuas, arvejas; el cerdo, chancho; la mantequilla, manteca; la manteca, grasa; una cadera de pollo es un muslo; un muslo es una pata, una empanadilla es una empanada, una empanada es una milanesa.

¡Menos mal que allá y acá hablamos todos español! La primera vez que me dijeron : “¡estás chocha!” por poco me ofendo. Y ni se diga cuando me dijeron: “¡qué hija de la gran puta!”. Si tienes miedo, eres una cagona o una maricona, un pato es un puto, a las Patricias les llaman Pata y encuentras bichos por dondequiera.

Por hoy me conformaré con unos sándwiches. No soporto un bochorno más.
—Me da jamón cocido.
—¿Cuánto?
La pregunta temida...
—Más o menos como le dio al señor que atendió antes.
—¿Así está bien?
Y me indicó por donde cortaría.
—Sí, muy bien.
Toma el jamón, lo corta, lo empaqueta y me lo da.
—Pero, ¿no lo puede rebanar? Es para sándwiches.
Me miró con paciencia.
—Por eso le pregunté y me dijo que ahí.
Lo rebanó.
—Deme queso también.
—¿De cuál?
—Para sándwiches. ¿No le dije que quiero hacer sándwiches?
—¿De máquina?
—Será...
Poco me importaba a mí si lo habían hecho en máquina o a mano.
—¿Doscientos?
—¡200!
Pensé en rebanadas.
—Si quiere 200 gramos, señora...
—Ah, sí... supongo...
Ya la cara de idiota era permanente. Notando mi desconcierto y quizás por mi acento, trató de ser amable.
—No se preocupe. Para eso estoy aquí, para servirle. Me llamo Chiche.
—Mucho gusto, Elsia —le dije, presentándome.
Me dio la mano y añadió: —Chiche, el gusto es mío.
No pude evitar una carcajada.

Elsia Luz Cruz Torruellas

10 de mayo de 2006