1 de mayo de 2020

Medalla de vida



“Citius, Altius, Fortius”
{“Más rápido, más alto, más fuerte”)
Lema olímpico oficial

“El tenis es solo un juego, la familia es para siempre.”
Serena Williams

“Cuidaos todos.
para que alguien pueda contar la historia de la peste del siglo XXI”.
Pilar Galindo Salmerón



Acostumbrada a saludarse con besos y abrazos, a vivir rodeada de amigos o rivales, le parece estar dentro de una camisa de fuerza. Las órdenes son claras, nada de contactos físicos. Salir a la calle, ni pensarlo, solo si se trata de una emergencia. Todas las gestiones y compras a hacerlas en línea, no hay por qué arriesgarse. El virus se encuentra por todas partes, invisible, al acecho, esperando víctimas escondidas, bajo protesta, pero que no osan desobedecer.
Todo pasa. “No hay mal que dure cien años”, dicen, mas la pandemia sigue activa. Cuando parece estar controlada, resurge. Todos los eventos deportivos, internacionales y locales, han sido cancelados, así como conciertos y obras de teatro. Museos, escuelas, cines, oficinas gubernamentales y tribunales, permanecen cerrados. Solo los mercados siguen funcionando bajo estrictas medidas de seguridad. Muchos famosos afectados. Grandes personalidades aisladas, científicos, políticos, artistas, atletas. La muerte ronda las calles, en especial entre la gente de más edad o con sus sistemas inmunológicos comprometidos.

Lucía ha estado entrenando por años, podría decirse que toda su vida ha transcurrido en una cancha. No está lejos de la verdad. Su padre la crió para ser ganadora, la más rápida, la de mayor resistencia, la mejor. Le inculcó el orgullo por su bandera y la meta de verla alzarse, gloriosa, con su himno nacional como fondo, cuando ella ocupara el más alto sitial en el podio. Sería medallista de oro, la primera olímpica en darle ese honor a su país. No pasó por su mente la posibilidad de que suspendieran las Olimpiadas. Esperar otro ciclo la desesperaba, cuatro años desperdiciados, la juventud y la energía se desvanecen sin remedio, sin mañana.

Cuando decidió prepararse en Italia, bajo la tutela de su padre y entrenador, aún más apasionado al tenis que ella, no se imaginó esta crisis. Ahora, por temor a la epidemia, se veían obligados a regresar a casa. Él, muy a su pesar, opinó que era lo apropiado, ella no quiso ceder. Le recordó las palabras de Gulbis a su madre cuando le pidió dejar el tenis: “Dame un mes más”. No fue difícil convencerlo. “Solo un mes, Lucía, si esto sigue así, nos vamos”. En ese tiempo, el mal arropó toda la nación, los hospitales no daban abasto, los casos confirmados crecieron por miles. Habían llegado al "match point" pero esta vez no se trataba de un partido. Era una decisión difícil. Despedirse de la cancha era decirle adiós a su sueño dorado. La razón le dictaba abandonarlo todo pero su corazón solo escuchaba la llamada de la raqueta y el grito de ahora o nunca. Las noticias no eran alentadoras. Por un lado, la amenaza era global, por el otro, las Olimpiadas no habían sido suspendidas sino aplazadas. Había esperanza entonces. Ni modo, podría entrenar en cualquier sitio, y era mejor estar en su hogar, con los suyos.
El hecho de volver desde Italia la ubica automáticamente en una cuarentena con la que tendría que cumplir. Se aísla en su hogar, pensando que todo es una ridiculez. “No tengo ningún síntoma, soy una chica sana, sin vicios, mis únicos paseos son a la cancha, no soy de estar en fiestas ni compartir con mucha gente”. De todas formas, la cuarentena no es opcional, su madre se encargará de recordárselo, por su bien y el de sus hermanos menores.
Pasados siete días, ocurrió lo temido. Fue su papá quien empezó a sentirse raro. Se le dificultaba respirar y le dolía mucho la cabeza. Una noche le empezó a subir la temperatura del cuerpo y en la mañana ya ardía en fiebre. Lo aislaron en la sala de emergencia pues los síntomas eran sospechosos del virus. En efecto, estaba contagiado. Era inminente hacerle pruebas a toda la familia. En un instante, el sueño se transformó en pesadilla. “Es mi culpa, mamá. Lo leo en tu mirada. Tardamos demasiado en regresar, solo pensé en mí, fui muy egoísta. Si algo le pasa a papi o a uno de los nenes, no podré perdonármelo jamás”. “No, mi amor, no lo pienses siquiera. A tu padre no le gustaría oírte hablar así. Él te apoyó en tu decisión, pudo hacerte cambiar de idea y no lo hizo. Eres como él, seguiste el camino que él te indicó, hiciste tuyas sus metas, las cosas solo no salieron como lo planeamos”. “Sí, pero todo se esfumó. Me arrebataron de un tirón la medalla que ya sentía en mi cuello. Aunque... ¿sabes algo? Ya no me importa ”.

Desde mi oficina, ahora establecida en mi hogar, escribo esta historia. Es increíble cómo cambian las prioridades, Lucía. Atrás quedó la preocupación por lo que antes era tu motivo de vida. ¿Qué importan preseas y trofeos ahora cuando la vida de un ser amado está en juego? Demoraste el regreso, justificaste tu decisión alegando que todo eran exageraciones, maquiavélicas intrigas de los gobiernos, posibles artimañas comerciales, guerras donde las armas eran enfermedades creadas para acabar con la sobrepoblación. Puede que tengas razón y todo eso sea cierto. Como también lo es que en Italia mueren hasta novecientas personas al día, que en España y Estados Unidos ya hay más casos que en China donde se originó el virus y que en tu región los casos aumentan dramáticamente. Los sistemas de salud de muchos países se desploman. Todos estamos en peligro, todos. Cada vez que presiono una letra, se contagia una persona que quizás morirá. Ahora, más que nunca, los escritores tenemos que cuidarnos, si no, ¿quién contará esta historia? Ya el futuro revelará la verdad, ya nos juzgará. Todos hemos sido cómplices de esta plaga. Llamaron a quedarse en casa y no lo hicimos. Dieron toque de queda y no lo respetamos. Nuestros “derechos” individuales vencieron los colectivos. Los intereses económicos de las naciones pesaron más que la vida de sus ciudadanos. Por eso hoy, niña, tu padre está entubado y el pronóstico no es bueno. Puede convertirse en una estadística más, se salve o no. Wuhan nunca estuvo tan cerca. Tokio nunca estuvo tan lejos. Tampoco la fe, la esperanza, la felicidad. Ni siquiera nuestra permanencia en este planeta sin fronteras que trata de recuperarse del daño que le hemos hecho. La Tierra se está curando de nosotros, purificándose, renovándose. Ojalá, cuando todo esto pase, alguien quede para leernos. Y volver a empezar...

Siluz

abril 2020