—Dale, ¿cómo no vas a poder?
—Hálame
—Nada, no puedo. Es como si tus rodillas se hubieran pegado al suelo. ¿Qué hacías? ¿Rezabas?
—Pedía orientación a la Virgen, necesito estar segura si debo ingresar al convento.
—Pues parece que no te quieren por allá, hermanita.
—Madre Celestial, si Dios no quiere que yo le sirva como monja, no lo haré.
Dichas estas palabras la empujé con fuerza. Pareció despegarse y ambos rodamos por el suelo. Desde ese momento, vi en mi hermana cualidades especiales y ya jamás me reí de sus extravagancias. De sus once hermanos, fui el predilecto, pues siempre la apoyé en sus ideas aunque no pudiera comprenderlas. Aquel día renunció al convento pero se las arregló para llevarlo a casa. Me llega su imagen vestida con una túnica blanca, manto y velo negro, piezas que ella misma confeccionó porque era muy buena costurera. Escogió como modelo de vida a Santa Catalina de Siena y se propuso imitarla en todo.
No sé bien cómo adquirió el nombre de Rosa pues fue bautizada Isabel. Tal vez porque nuestro apellido era Flores o quizás porque Mariana, la india que nos cuidaba, juraba que su rostro era igual a esa flor. Lo cierto es que el arzobispo de Lima, sin saber de este dato, la confirmó como Rosa. Al principio le molestaba pero terminó aceptándolo a fuerza de costumbre y en especial cuando uno de sus consejeros espirituales le dijo: “¿Pues hija, no es vuestra alma como una rosa en que se recrea Jesucristo?".
Mi padre Gaspar, oriundo de Puerto Rico, era arcabuz del virrey. Al casarse con Marta, una limeña, se radicó en Perú. Mi hermana fue tan rara como hermosa pues, para su pesar, era muy bella. Temía ser motivo de tentación o caer ante la vanidad y el orgullo. Yo temblaba cuando alguien le dirigía algún piropo; sus reacciones eran sorprendentes. Cuando mencioné que los chicos admiraban su larga cabellera, tras encerrarse en el baño la cortó sin que pudiéramos evitarlo. Una vez, mamá le puso una guirnalda de flores para realzarle el rostro y se clavó una de las horquillas en la cabeza tan fuerte que luego no podíamos quitársela.
Papá fracasó en una empresa minera y tuvimos serios problemas económicos. Rosa se encerraba a coser hasta altas horas de la noche para ayudar en las finanzas del hogar. Pensamos que tendría su futuro asegurado cuando un pretendiente rico le propuso matrimonio, mas ella lo rechazó. No quiso nunca saber de enamorados, fiestas o bodas. Solo serviría a Jesús, nos decía. Nuestros padres respetaron su decisión a pesar de no estar de acuerdo.
Al desistir de la idea del convento me pidió ayuda para construir una ermita en el huerto de la casa familiar. Así lo hice. Dirán que la ayudé a recluirse más en su soledad pero yo nunca pude negarle nada. Es cierto: se aislaba en su santuario. Salía solo para visitar el Templo de Nuestra Señora del Rosario o atender las necesidades espirituales de los desvalidos de la ciudad, pero ella era así feliz. Era su vida y misión. Además, atendía a muchos enfermos quienes se acercaban en busca de ayuda, creando una especie de enfermería en casa.
Recuerdo lo acontecido cuando fuimos atacados por piratas holandeses. El pánico fue evidente en la ciudad y Rosa reunió a las mujeres en la iglesia para orar por la salvación de Lima. Al llegar la noticia del desembarco subió al Altar y se dispuso a defender a Cristo en el Sagrario. Sin que nadie pudiera explicar la causa, el Capitán falleció en su barco lo que provocó la retirada de los enemigos. Muchos atribuyeron el milagro a mi hermana.
Aún así, fue objeto de muchas críticas por parte de amigos y hasta familiares. Reclamaban que Rosa era demasiado estricta con ella misma, que se hacía daño, se autocastigaba. Sí, sus sacrificios fueron duros, las penitencias extremas. La vi sufrir, siempre en silencio. Quizás por eso no me sorprendí cuando enfermó de gravedad. Casi lo esperaba. Tuvo dolores muy fuertes sin una sola queja. Era yo quien no podía tolerarlo. Me impresionaba la entereza para resistirlo todo. Muchas veces pensé que teníamos en casa a una santa pero hasta ahora no me atreví a afirmarlo. Me daba miedo que algo le pasara o le hicieran daño. Por nada del mundo le hubiera provocado otra pena. Y no es que se le aparecieran ángeles o levitara o cosas así, ¡no!, era algo más puro, más completo. ¿Un don? ¿Gracia? No sé, no sabría cómo llamarlo con exactitud. Rosa estaba guiada por inspiración divina. Ni su mente ni su corazón pertenecían a esta tierra y no era yo capaz de cuestionarla o reñirle.
Otro día me encargó la elaboración de un anillo para lo que llamó su desposorio místico. Según me dijo, ese Domingo de Ramos mientras oraba ante la Santísima Virgen del Rosario, sintió cuando el Niño Jesús de la imagen le decía: “Rosa de Mi Corazón, yo te quiero por Esposa”. Sin dudarlo, respondió: “Aquí tienes Señor a tu humilde esclava. Tuya soy y Tuya seré”. Celebramos la ceremonia el Domingo de Resurrección. Su felicidad fue completa cuando el sacerdote le colocó el anillo. Dos años después se reuniría con el Amado. Tenía solo treinta y un años de edad.
Usted, Excelentísimo, ha pedido mi testimonio para decidir si merece el título que la Iglesia quiere otorgarle. No sé qué hubiera pensado ella de todo este proceso; siempre quiso pasar desapercibida. Lo que sí sé es que aunque enterramos su cuerpo, la semilla de mi hermana Rosa, nuestra Rosa de Lima, hace años germinó en el cielo de América. No puedo sino sentirme orgulloso de haber ayudado a abonar su tierra.
Elsia Cruz Torruellas
(Siluz)
cuento basado en la biografía de Santa Rosa de Lima
(30 de abril 1586-24 de agosto 1617)
quien ha sido llamada la primera santa de América.
8 comentarios:
Hermosa historia y tremenda lección. Gracias. Adelante y éxito.
Esta bello gracias.
Siluz, la historia me hace recordar la vida de Santa Teresa. Hay actores que manejan el desdoblamiento extremo, esa especie de trance que se ve en algunos ritos religiosos. Es una cualidad que los seres humanos podemos llegar a manejar y dependiendo de lo que hagamos usarlo. Mediante el yoga, la autosugestión o la meditación se pueden alcanzar esos estados alterados de conciencia. En la historia de la Santa se habla de una belleza incomparable, y tal vez ningún amor estuvo a su nivel. Sería bueno indagar un poco más, sin duda puede salir un buen guión que desde el arte ilumine los todavía oscuros rincones del alma.
Hermoso cuento y preciosa historia que desconocía.
Gracias y Felices Pascuas.
Impresionante recreaciòn de la historia.
bravo.
Prometeo y Don Segundo:
Me halaga que les gustara la historia. Gracias a ustedes por dejármelo saber.
Dilman:
Interesante tu comentario. Habría que indagar más, como dices, pero bien valdría la pena tratar de comprender estos misterios.
Fabiana y Mariel:
Gracias por sus palabras y por la visita.
Un abrazo para cada uno es este Domingo de Pascua.
Siempre me gustan tus historias. Esta en particular me aclara un asunto que andaba tratando de resolver, el asunto de su origen. Era su padre el puertorriqueño. La urbanización Santa Rosa está nombrada en su nombre.
Hoy, 23 de agosto, se supone que es su día, aunque en algunos sitios se conmemora el día 30. Es una vida sorprendente, rara, quizás incomprensible. Pero es la primera santa americana, y lleva sangre boricua.
Gracias, Hilda, por siempre comentar.
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