Era el animalito más mimado en el planeta. Iba de falda en falda, dormía en mi cama, su plato estaba siempre lleno y el agua fresca. Era linda, muy linda. ¿Qué digo linda? ¡Hermosa! Blanca, con un ojo azul y otro marrón, bien peluda, muy dócil y cariñosa. Hasta que se enamoró.
Ese gato, de visita cada noche, no maullaba, aullaba. Era su forma de vengarse porque no le permitíamos que viera a su adorada. Un gato sato, de la calle, feo como él solo ¿cómo se le ocurría fijarse en nuestra Plutarca? Pero ella no pensaba lo mismo. La razón no manda en el corazón. Debí haberla operado entonces y todo se hubiera evitado. Muy tarde llega el arrepentimiento. Un buen día, se escaparon juntos. Volvió como a la semana; sola y con bono incluido. Notamos que iba engordando, y de pronto, amamantaba a cuatro, los cuales también un tiempito después escucharon la orden divina de “creced y multiplicaos”.
Así, sin darme cuenta, llegamos a tener once gatos, dieciséis, ¡veinte!
Allí estaba Ulises, hermano de Moisés, hijo de Canela, hija de Karina, hija de Plutarca.
Allí estaba también Atila, hermano de Edipo, hijo de Yocasta, hermana de Karina, hija de Plutarca.
Allí estaban otros que ni siquiera llegaron a tener nombre: “el peludo”, “el bizco”, “el chiquito”, “el bobo”, “el tuco”, “el pinto” y otros epítetos que no creo prudente mencionar. Todos nietos, biznietos y tataranietos de Plutarca.
Ya no se sabía quien era madre o padre de quién, quiénes los hijos, quiénes los hermanos.
Y los gatos poblaron la casa.
Y salían por las ventanas. Y subían a las mesas.
Y rebuscaban por la cocina.
Y estaban en las butacas.
Y había pelos en los muebles.
Y pulgas en todas partes.
Y alergias y asma.
Y peste a orín.
Y todos mamaban de todas.
Y se ensuciaban en los rincones más apartados
Y en los jardines más decorados.
Y colgaban por las lámparas.
Y en los aleros.
Y en cada esquina de la casa.
Y en la urbanización entera.
Y los vecinos se quejaron, protestaron, rabiaron
Y aparecieron gatos envenenados
Y seguían naciendo gatos.
Y más gatos. Lindos, feos, blancos, negros, gordos, flacos.
Y llamaron al departamento de Sanidad.
Y llegó el ultimátum:
—Tiene dos semanas para salir de esos gatos, señora, so pena de multa y desacato.
Un día, mientras los niños no estaban, recogimos cada uno de aquellos animalitos, los llevamos al campo... y allá los dejamos. Llevarlos al refugio hubiera sido entregarlos a la muerte. Echarlos lejos era abandonarlos a su suerte, sí, pero con la posibilidad de sobrevivir libres. Ahora no sé que hubiera sido más piadoso. Fue una solución desesperada, necesaria, obligada. Quizás errónea.
Si terrible fue ver las caritas desconcertadas de los niños a su regreso de la escuela, más difícil fue contestar a una pregunta que surgió a coro:
—¿Mami, dónde está Plutarca?
En lo que me quede de vida, espero no ser adoptada por otra gata.
Siluz
4 comentarios:
Hola. triste la historia de tus gatos. Yo acabo de recoger una gatita y la deje cuidando pq estoy de vacaciones. Cuando regrese la llevare al vet para que la esterilicen. Para no tener ese mismo problema aunque en mi casa no querian la gata ahora la quieren mucho.
¡Hola Siluz! Estoy fascinada con tu blog. Leí algunos poquitos post (ya lo haré con más tiempo) Veo que estuviste en la Argentina, me encanta. Y he visto fotos de tu país. Debe ser hermoso. Ojalá algún día pueda conocerlo. No se qué cosas tendremos en común, además del amor hacia los animales. Te vuelvo a visitar en cualquier momento. Suerte.
Reavel:
Que disfrutes esas vacaciones ¡que falta que hacen! Gatita afortunada en que la hayas encontrado. Que te dé muchas horas de compañía.
Fabiana: Gracias por tu visita. Te cuento que tengo una nieta argentina y un hijo estudiando en San Miguel (vive en Moreno). Me encanta tu país y espero volver pronto.
Le tomo tanto apego a los animales... que lloro hasta la perdida de los peces... ahora comprendo porque el NOVIO no quiere que me compre el perro...
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