20 de abril de 2008

El permiso

A Delia y a Mami
¡Hasta luego!

—Salgamos al pasillo —te digo. No quieres. A pesar de tus protestas logro arrastrarte y sacarte de la habitación. No soportas verla así. Pierdes las esperanzas, flaqueas. Puedo adivinar lo que piensas y sé que te avergüenza. No te culpes, prima, yo opino igual. Vivir así, no es vida. Por lo menos, no la suya.

“Prepárense, que este fin de semana nos vamos de “camping”. Salimos en caravana”.

Dicho y hecho. A una palabra suya, toda la familia estaba lista para dar la vuelta a la isla, conocer nuevos rincones y pernoctar donde nos encontrara la noche. No se quedaba ni el perro.

“Este sábado hay que hacerle una fiestita a la nena”.

Siempre la más embelequera, la que se ocupaba de todos los detalles, la que no olvidaba un aniversario, bautismo, graduación ni cumpleaños.

“Ya me voy. Mis enfermos esperan la Comunión y se me ha hecho tarde”.

Ministro de la Eucaristía. Lectora en la misa dominical. Catequista. Sus palabras secundadas por la acción.

“Esta noche hay reunión del partido en casa”.

Fiel a sus creencias políticas. Respetuosa de las tuyas (y las mías) aunque fueran opuestas.

“Quiero grabar esa película que dan esta noche para los nietos”.

Su colección era ya impresionante. Toda nueva tecnología le fascinaba.

“Este sábado es la excursión para los de Edad Dorada”.

Escoger el sitio, organizar la actividad, encargarse de la asistencia, aperitivos, recuerdos a repartir. Hasta amenizar el viaje para que sus “viejitos” no se aburrieran.

“Preparé un arroz con pollo como para chuparse los dedos”.

Su sazón era parecida a la que antes tuvo nuestra abuela. Era dichosa cuando los platos quedaban vacíos sobre la mesa y nos desbordábamos en elogios.

“Hoy no puedo ver el juego, hay ensayo del coro”.

Podía gritar en un partido de béisbol o meditar escuchando música. ¡Y qué bien cantaba! De ella aprendí las nanas que durmieron a mis hijos.

Todos éramos satélites a su alrededor; Tití fue siempre eje, luz, energía, lazo, imán. No había actividad que no disfrutara, proyecto que no la entusiasmara, ayuda que no ofreciera o problema tan grande que pudiera borrar su sonrisa.

Hasta ahora.

—Usted decide, señorita —las palabras del médico revolotean en tu cabeza—. Solo usted puede firmar el permiso.

A tus dieciocho años tienes en tus manos la vida de tu madre.

—Desconéctela, doctor.

Asiento. Has dicho lo que ella hubiera esperado. Abrazadas, regresamos a la habitación y al mirarla, me pareció que nos sonreía.

Elsia Luz Cruz Torruellas
(Siluz)

5 comentarios:

JESUS y ENCARNA dijo...

me ha emocionado tu cuento, que me ha parecido muy cercano a mis realidades.
es bonito saber decir adios.
Besos
Encarna

Lola Bertrand dijo...

Estupendo Blog Siluz , y el relatio que nos dejas muy emotivo, he llegado hasta ti por casualidad , a través de Emma Rosa que es paisana y amiga mía.
Abrazos de mar.
Lola

Rocío dijo...

Leyendo y releyendo...

No es tan fácil decir adios, pero es parte de la vida misma, de esa forma es menos dolorosa la despedida.

Bello ♥

Arlene Griselle dijo...

GRACIAS POR VISITAR MI BLOG. TE RECOMIENDO OTRO BLOG QUE APENAS COMENZO HOY. www.memoriasdeunaamante.blogspot.com

Martha Ferrari dijo...

Un texto conmovedor y tan real que trajite a mi recuerdo a mi tía Ofelia. Un sincero homenaje a esas personas que colman de luz la vida de los otros.
Siluz: como siempre, es un placer leer tus escritos.

Martha