2 de marzo de 2008

Drama inconcluso

“Porque veo al final de mi rudo camino
que yo fui el arquitecto de mi propio destino...”
Amado Nervo

¿Sería capaz de dejarlo todo para ir tras un amor otoñal? De alguien haberle contado esta historia, hubiera pensado que era un buen tema para una novelita rosa o para un cuento de esos hadamadrinescos que terminan con un “vivieron felices para siempre”. Pero jamás que ese drama idílico fuera parte de su vida. En algún momento usurpó un personaje ajeno, unas líneas que no le pertenecían. Se encontraba sobre un escenario sin haberse aprendido el libreto, sin estar preparada, falta de ensayos y el telón... a punto de abrir.

Su vida fue siempre de trabajo, más o menos estable, más o menos feliz. No pudo terminar su carrera; el trabajo, los hijos y las faenas hogareñas consumieron todo su tiempo. Tras el accidente que le costó la vida a su compañero, se vio obligada a seguir adelante sin él. Tenía dos buenos motivos por los cuales luchar, sus hijos. Ahora retirada y con el nido vacío, a su día le sobraran horas.

—¿Por qué no regresas a la universidad? —le preguntó una amiga.

—¿Estás loca? ¿Qué voy a hacer entre tanto crío?

Segura de que era una idea descabellada, pasaron a otros temas. Pero, aquella mechita quedó allí, sin darse cuenta, lista para ser encendida. Meses después, un anuncio en el diario atrajo su atención. “¿Dejaste tu carrera a mitad? Esta es tu oportunidad. Decídete”. Recordó la pregunta de su amiga. ¿Y si no fuera tarde? Las horas vacías la agobiaban. Aún podía llenarlas, antes que las perdiera para siempre.

Tomó el teléfono. Y antes de darse cuenta estaba matriculada.

Sentada en un pupitre (“no puedo creer que todavía se usen”) y a la espera del profesor pensaba: “¿Qué carajo hago yo aquí?” Y al escucharse hablar así, no pudo evitar una carcajada que hizo que todos voltearan a mirarla. Iban a pensarla loca, aunque quizás tenían razón. ¿No era acaso una locura ponerse a estudiar a su edad?

Fue entonces cuando lo vio. Él se sentó con dificultad en un pupitre cercano , con una mirada tan nerviosa como la de ella y una sonrisa delatora de sus pensamientos.

Después de varias clases se dio cuenta que el curso no era tan difícil. Mas notó que él estaba a punto de abandonar el barco. Sin reconocerse en la mujer que hablaba, se oyó decir:

—Si necesita ayuda, llámeme.

En ese instante, él se percató de su presencia. Y no dejó pasar mucho tiempo en aceptar su oferta. Compartieron tareas, repasos para los exámenes, hicieron monografías en conjunto. La satisfacción de aprobar el curso ameritaba celebrar y la invitó a cenar.

—Gracias –dijo él—. Sin ti, no lo hubiera logrado.

Y aquel primer beso, que recibió como una adolescente, despertó sensaciones ya olvidadas.

Supo que él se había divorciado tras un matrimonio tormentoso de veinte años, que nunca tuvo hijos, que tras trabajar 16 horas diarias , de momento se quedó sin empleo, que estuvo a punto de una crisis nerviosa y que entró a tomar aquel curso, como una terapia, casi a exigencias de su siquiatra.

También supo que de ahí en adelante, no se separarían...

Hasta que llegó la propuesta. Él recibió una buena oferta de empleo fuera del país, la oportunidad de viajar, de aventurar. Podían irse los dos, compartir esa experiencia, arriesgarse, atreverse, ¡vivir!

—Las oportunidades son como los amaneceres —él dijo, recordando una cita que había leído en algún calendario.

—Si esperas mucho, los pierdes —concluyó ella.

—Ven conmigo –insistió.

¿Dónde estaba la fortaleza que siempre tuvo? ¿Dónde la seguridad de la que se jactaba? Por primera vez en su vida sintió miedo ante un reto. Miedo a abandonar terreno firme y encontrar arena movediza. Miedo al ridículo. Miedo al fracaso. Miedo a lo desconocido.

—Doña Esperanza. Es hora de su medicina —la despertó la enfermera del asilo.

Ella, sin apenas poderse mover, salió del letargo en que se hallaba. Sólo aquella lágrima delataba su pesar. El paso inmisericorde del tiempo, la incertidumbre de lo que pudo ser, el desengaño por lo no vivido, la angustia de la soledad...y la extraña sensación de que el telón estaba por caer.
Elsia Luz Cruz Torruellas
(Siluz)

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Me encantó este cuento!!! Sobretodo como lo ambientaste teatralmente!! Realmente me gustó muchísimo!!!

©Claudia Isabel dijo...

Que historia Luz!!! me matan...yo hubiese ido corriendo trás ese amor, sin dudarlo...la vida es tan breve que asusta no vivirla a pleno!
Me encantó leerte, como siempre.
Un abrazo

Martha Ferrari dijo...

Excelente cuento, aunque me hubiese gustado que doña Esperanza hubiese concretado su amor.
Esa fijación que tenemos algunas con los finales felices.

Un abrazo