“Había salido una luna
de este tamaño, mira, y amarilla amarilla como si estuviera hecha de oro, y el
cielo estaba todito lleno de estrellas como si todos los cocuyos del mundo se
hubieran subido hasta allá arriba y después se hubieran quedado a descansar en
aquella inmensidad. Igual que en Puerto Rico cualquier noche del año, pero era
que después de tanto tiempo sin poder ver el cielo, por ese resplandor de las
millones de luces eléctricas que se prenden aquí todas las noches, ya se nos
había olvidado que las estrellas existían”.
La noche que volvimos a ser gente
José Luis González
Mientras
chateaba con mi hermana de sus últimas investigaciones sobre nuestros
antepasados, veo que escribe
¡Eureka! Había descubierto el enlace que
le permitía probar nuestros orígenes. De pronto... se apaga todo; ventiladores,
luces, televisor. Silencio total. ¿Regresarían los fantasmas del pasado por
estarlos invocando?
Por un
momento pensé que era un problema local. No tenía idea de la magnitud de la
situación hasta que entra un mensaje de
texto de mi hermana: Colapso del sistema.
Apagón total.
¿Y ahora,
que hacemos? Era casi la hora de buscar a mi hija a la escuela, así que sin
remedio, salí a la calle. Terrible el tránsito. Los semáforos apagados, toda
una aventura tratar de cruzar una intersección. Me di cuenta entonces que apenas tenía gasolina. Y, por supuesto, eran kilométricas las filas en
las pocas gasolineras brindando servicio.
Me acordé que tampoco traía efectivo. No me iban a aceptar la tarjeta y
los cajeros automáticos no funcionaban. Mirando a
cada segundo la aguja, que cada vez se acercaba más a la E, llegué a la escuela
y regresé a mi casa. Acá
estamos a salvo. Ya llegará la luz,
pensamos. Y nos quedamos tranquilos. Buscaríamos
gasolina en cuánto volviera. Pero no
volvió.
Primera noche, todo muy romántico. Nos acordamos del cuento “La noche en que volvimos a ser gente”, esta
noche volvíamos a serlo. Dejamos de mirar a la pantalla del celular y dirigimos
la vista hacia el cielo. Redescubrimos las estrellas, antes opacadas por las
luces de la ciudad, que esta noche se lucían ante nosotros, brillantes,
orgullosas. Nos olvidamos de las novelas, de los chats, de los juegos
virtuales, de la computadora. ¡A hacer adivinanzas!
Fotos desde la Estación Experimental la noche antes y después del apagón. |
—Veo, veo
—¿Qué ves?
—Una cosita,
—¿Con qué letrecita?
—¡Con la letrecita E!
—¡Estrellas!
La segunda
noche ya no era lo mismo…. Tiene que volver pronto, pensábamos
optimistas. Pasó la noche y llegó la luz… del sol. Porque la bombillita
seguía apagada. La señal en los
teléfonos era muy débil, casi inexistente.
Y, ¡lo peor, sin Internet! Volvimos a los viejos radios de batería, ¡era
la única forma de saber qué estaba pasando fuera de nuestras paredes. La
pregunta se repetía en todas partes; ¿hasta cuándo? Nos empezamos a desesperar al
ver la batería de los celulares reduciéndose ¡y no podíamos cargarlos! Ni de reloj ni linterna nos servirían.
¡Y todavía sin
saber porque mi hermana escribió Eureka!
Sentía cómo
se iba cerrando un círculo agobiante. Sin poder salir. Sin gasolina. Sin estufa
de gas. Sin cafetera. Sin ventilador. Saqué mi viejo abanico de mano. El calor
no me dejaba dormir. Ni los mosquitos. Ni la planta eléctrica de un local vecino que rompía la noche con su
escándalo burlón.
Trato de convencerme: Tranquila, aquí no ha pasado nada. No es un huracán, no es un
terremoto, no hay inundaciones, ni
tornados, ni ventarrones, ni derrumbes. Solo se fue la luz. Dos noches se pasan como quiera.
Al tercer
día: ¡Abuela, estoy aburrido! Y más juegos, y más adivinanzas, y más
estrellas. Nos espera otra noche de velas, quinqués, linternas. No encontramos hielo, nos preocupamos por la
carne que se nos va a dañar en la
nevera. Por lo menos, acá no se fue el agua. No me arriesgo a hacer la fila en
una gasolinera. Me resigno a quedarnos en casa. Sin luz. Sin ventilador. Sin hielo. Sin
café. Sin gas. Sin TV. Sin internet.
¿Y saben
qué? Cautiva pero tranquila. Hasta diría feliz. Porque aquí no ha pasado nada.
Estamos bien. Estamos juntos. Eso es lo
importante.
Además, mi
hermana gritó Eureka. Una buena noticia
espera.
Siluz
Septiembre 2016
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