16 de diciembre de 2010

Los caminos

“Hay soledad en el hogar sin bulla,
sin noticias, sin verde, sin niñez.
Y si hay algo quebrado en esta tarde,
y que baja y que cruje,
son dos viejos caminos blancos, curvos.
Por ellos va mi corazón a pie.”
César Vallejo



Cuando trajeron a Chayanne me dio mucha gracia el nombre, pero no por eso lo acepté de buen grado. Los chicos lo encontraron en medio de la carretera, asustado por los frenazos de los carros que evitaban atropellarlo. En ese momento, se oía una canción de Chayanne en un radio cercano, y a Tere, enamorada de él como todas sus amiguitas, se le ocurrió llamarlo así. De esta forma llegó a casa, ya bautizado y sin que nadie me preguntara. Y así se quedó, pues antes de darnos cuenta, era parte de la familia.

Fue el mejor compañero de los niños. Les di como condición para adoptarlo que tenían que ayudarme en su cuidado. Aceptaron. Paco quedó a cargo del baño y Tere de su alimentación. En la mañana, permanecía conmigo pero una vez llegaban de la escuela, no se despegaba de ellos.

Todos los días los esperábamos en el balcón. Yo, en el sillón y él, a mis pies. El cachorro conocía el ruido del motor del autobús, y de solo escucharlo entrar al camino, corría a recibirlos. Su regocijo era mayor a la rapidez con que movía el rabo.

Como es natural, los chicos crecieron y poco a poco, se fueron olvidando de Chayanne. Los juegos y carreras quedaron atrás, junto a la infancia. Sus rutinas, prioridades e intereses cambiaron. Aún así, el perro los esperaba de sus salidas, los ojos siempre puestos en los caminos.

Los mismos caminos que atravesaron un día para dejar atrás esta casa. Esta casa que ahora me queda grande, esta casa callada y vacía que luce hoy sin vida. Esta casa desierta, que en silencio me restriega mi soledad.

Teresa se fue, maleta en mano, con la ilusión del amor recién probado y la certeza de que la felicidad era posible. Francisco, mochila a la espalda, partió poco después, deseoso de vivir nuevas aventuras, tomar otros rumbos, conocer el mundo, ya aquí pequeño para él. Y yo me quedé, con el perro, con mis plantas, con estas habitaciones estancadas en el tiempo desde el día en que cerraron sus puertas.

Chayanne, ya viejo, descansa a mi lado, sin ánimo siquiera para perseguir lagartijos De vez en cuando escucha algún sonido familiar, alza la cabeza, mira los caminos, pero vuelve a acostarse decepcionado. Son otros niños los que descienden ahora del autobús. Baja la cabeza y parece dormir; se mueve, quizás sueña o, como yo, cierra los ojos para vivir sus recuerdos.

En el balcón se sigue meciendo un sillón. Chayanne y yo, esperamos…


Siluz
11/2010


4 comentarios:

Unknown dijo...

me encantó amiga querida, a los perritos alegran tanto, son mimosos, fieles. Y una compañía hasta elfinal. Besos, me conmoviste. Feliz Navidad para ti y los tuyos. Te abrazo desde el Perú

Siluz dijo...

Feliz Navidad también para ti y tu familia, Julia. Me alegra verte por aquí. Un abrazo grande.

Aristos Veyrud dijo...

Feliz Navidad y un Gran Dos Mil Once para el Viejo Chayane, para ti y los tuyos y tus lectores.
Un abrazo!!! bueno y un buen guaro hasta el fondo!!!

Siluz dijo...

Otro abrazo desde mi Puerto a tu Costa para que que el 2011 sea un año Rico en salud, paz y alegrías.