30 de noviembre de 2008

El hijo de mi abuela

Aquí lo dice muy claro. Soy hijo de Rosa García y Esteban Meléndez. ¿Por qué entonces Gabriel dice que a mí me parió mi abuela? Claro que me lo soltó en medio de la bronca. Por eso mismo quiero saber qué quiso decir con eso. Es como cuando mi tío Carlos está borracho. Dice una de cosas. Y a la larga siempre resulta que no miente. Como cuando espepitó a toa boca que el novio de mi prima era un sucio, un degenerao, que no le gustaba nada cómo miraba a su nena, que algo malo se traía entre manos. Y mi tía con la misma cantaleta: “Tú siempre, Carlos, déjalos en paz.” Al final la dejó preñá y se escabulló. En parte, le daba la razón, me caía mal el tipo. Siempre estaba fumando y sus ropas tenían un olor raro. Yo también se lo advertí a Susanita. Y ella, “no te metas en eso, no es asunto tuyo”. Chávate ahora, primita. Pero no, no estuve de acuerdo cuando la botaron de la casa. Eso sí que no. No era pá tanto. No la he vuelto a ver pero algún día la buscaré. Extraño a la primita. Parió sola y después de ése, creo que algunos más. Menos mal que nací varón, porque eso de parir... ¿De dónde saca éste que a mí me parió mi abuela? Debe estar loco. Esperaré que llegue mi mai. Voy a preguntarle si entiende qué quiso decir Gabriel. Aunque tal vez sea mejor no mencionar ná. Nunca contesta cuando le pregunto cosas. El otro día, cuando le pedí permiso pá ir a “surfear” con los panas, dijo que no. Sin explicaciones. Le pregunté por qué y se hizo la chiva loca. No me deja ir a ningún sitio. Siempre me dice que es peligroso, que si me puede pasar algo. Me parece a veces que le gustaría meterme en una burbuja de cristal, como a un nene que vi una vez en una película. Lo tenían allí adentro pá que no se enfermara. Cualquier cosita podía matarlo. Luego se pone tierna y me llena de besos. Yo no protesto. Porque es lindo estar entre los brazos de la mai aunque ya uno esté viejo pá mimos. Después que nadie nos vea. Mis amigos me llamarían “mama’s boy” Así le dicen al Luiggi. Aunque a mí me está que ese nene cojea de la otra pata. Mi pai dice que si no lo cuidan, se volteará pá’l otro lao. Y luego me repite: “Como yo te vea con manerismos como los de ese Luiggi, te caigo a palos. Bastante trabajo nos dio que nacieras para que me vayas a salir maricón.” Mi mai se vuelve un ocho cuando dice cosas así. Y siempre aclara: “Tú sabes que Esteban Alberto es perfecto. Ni mandado a hacer.” Y se ríen los dos. ¿Tendrá algo que ver con eso de que me parió mi abuela? Nunca lo había pensao…

Y no lo pensaste más hasta diez años después, primito, hasta el velatorio del Luiggi. La playa, las maldades, las bromas, la música, la escuela, las muchachas, lo prohibido… todo fue dejando atrás aquella duda que sin tú saberlo, permanecería latente en tu inconsciente. Esa noche fue un triste reencuentro de amigos en la funeraria. ¡Cuánto habían cambiado! ¡Cuánto tiempo habían perdido!

—Es una pena esto de Luiggi. Luchó mucho pero al final la enfermedad lo venció.

—¡Sufrió tanto! Ya no quería ni que lo visitaran. No soportaba que lo vieran así.

Resurgieron los relatos, las aventuras, los sustos, los coqueteos, las travesuras. Eran tantos los recuerdos.

—De veras, Gabriel, me alegro tanto de verte. Pensar que nunca nos separábamos cuando chicos.

—Jamás, por algo nos decían el Dúo Dinámico. Si éramos más unidos que Batman y Robin.

—Aunque tuvimos nuestras peleítas.

—Casi nunca. Sólo recuerdo una: cuando no me prestaste el radio que te regaló tu abuela. ¿O tu mamá? Ya ni me acuerdo cómo iba la cosa…

Palideciste, Esteban. Viste en tu amigo una mirada furtiva. Alcanzaste a ver en ella esa chispa victoriosa de saber algo que tú ignorabas sumado a un rictus en su rostro, propio del dueño de un secreto. Aquella supremacía que de alguna manera siempre tuvo sobre ti y nunca llegaste a descubrir por qué.
Te acordaste entonces de mí. Seguro que la prima sabía. Pensaste en Susanita, a quién la vida le había dado la no buscada bendición de cinco hijos que apenas podía mantener. Susana, la hija despreciada por el tío Carlos cuando se enteró de que lo haría abuelo. Susana, la prima innombrable que buscaste al crecer para convertirte en mi refugio. Preguntaste. Tuviste que amenazarme con abandonarme a mi suerte, con marcharte lejos, con dejar a mis hijos sin el padrino a quien tanto quieren. Me pedías tan poco y me habías dado tanto. Sólo reclamabas tu derecho a la verdad. Te hablé claro. Esteban, tu madre nació sin útero. Tras diez años de matrimonio, sin hijos, buscaron la fertilización in vitro. Necesitaron un vientre substituto; el de la abuela era el más adecuado: aún joven, la misma sangre, saludable. Sí, Esteban, te dije que eras producto de tus padres pero que fue la Abuela quien te trajo al mundo.
No podías creer lo que escuchabas pero eso no te impidió entender su silencio. Eres un gran tipo, Esteban. Comprendiste el engaño. Justificaste la mentira. En aquella época algo así significaba rechazo, burla, hasta pecado. Jugar a ser Dios, pensaban algunos. Pero esa historia que parecía sacada de una revista sensacionalista era la tuya y eso era difícil de asimilar. Sin embargo, meditaste. Te diste cuenta de que eras algo especial, un niño buscado, un niño querido, no como los míos que llegaron de diferentes padres y sin un pan bajo el brazo. Y por primera vez, te vi llorar.

Cuando sonó el teléfono contestaste como un autómata. No te habías acordado de la cena de Acción de Gracias. Si, Mamá, ¿a qué hora? Voy a llevar a Susanita. Yo te miraba sorprendida. ¿Te has vuelto loco, primito? Estarán allí tus tíos. No tomo un no por respuesta, dijiste. Si yo puedo aceptar algo como lo que me acabas de contar, ellos pueden hacer lo mismo con tu historia. Total, es mucho más común de lo que piensas. A pesar de mi negativa a entrar a tu auto, lo hicimos. Mis cinco hijos y yo partimos hacia la casa de la Abuela con la esperanza de que de verdad creyeran en ese Dios al que iban a agradecer.

Cuando se abra esa puerta, sabré; de los gestos y las palabras que salgan por esa puerta, dependeré… Cruzo los dedos.

ding...dong…

Esteban, pase lo que pase, me alegro de que hayas nacido.


Elsia Luz Cruz Torruellas (Siluz)

2 comentarios:

Ana dijo...

Buenísimo Siluz!
Cuántas cosas aquí que definen el origen de nuestro presente colectivo.
El machismo, los secretos familiares, la aceptación o silencio ante cosas injustas, sus consecuencias.
Y al final es el amor lo que otorga valor para enfrentarlo todo.
El amor propio, el transparente, "sólo el amor" como cantó Silvio.

Felices días!
:)

Siluz dijo...

Ana:
Es siempre una alegría saber que se pueden transmitir sentimientos y que alguien disfruta lo que escribimos. Muchas gracias por leerme y comentar.
Un abrazo.