19 de mayo de 2008

Empatía

Si preguntan por mí...
diles que salí a cobrar la deuda
que tenían conmigo el amor,
el fuego, el pan, la sábana y el vino,
que eché llave a la puerta y no regreso”.

Beatriz Zuluaga



Por la ventanilla veíamos cómo el ala del avión rompía la gigantesca nube. Ella viajaba con su hija, de unos tres años, a quien acomodó en el asiento central. No era muy conversadora o quizás estaba nerviosa por la altura. Creo que solo notó mi presencia al intentar pasar para llevar a la niña al baño. Yo, próximo al pasillo, entorpecía el paso. Cortés, me levanté. Sonrió. Al regresar, les di unas cajitas con una merienda que repartieron en su ausencia. Dijo “gracias” y volvió a sumergirse en sus pensamientos. Supuse que volaba por primera vez y era la razón para esa expresión de miedo. Aunque en realidad lo único constante era el silencio. A riesgo de parecer imprudente, no dejaba de mirarla. Percibía sentimientos simultáneos encontrados: tristeza, ilusión, rencor, soledad, temor, preocupación, esperanza.

Por lo general leo en los aviones. En esta ocasión se me hizo imposible. Y en algún momento me dormí. Vagaba perdido entre sueños cuando escuché a la niña preguntar:
—Mamá, allá donde vamos...¿nos encontrará papito?
“Extraña a su papá” especulé con algo de envidia. Me sorprendió su respuesta:
—No te preocupes, Lizbeth. Papito no volverá a molestarnos.
No sé si la conversación de la niña con su madre era imaginaria o real, tampoco si transferí a ellas viejas culpas. Mas en un segundo me percaté de toda la tragedia. Ambas iban a rehacer su vida lo más lejos posible de un hombre que las atormentaba. Como escenas de una película, divisé a esta madre, en silencio y a hurtadillas, aprovechando cada ausencia de él para recoger sus pertenencias. Distinguí una habitación infantil, no hace mucho arreglada con ilusión, desarmada en abrupta huida. Sentí la búsqueda del coraje necesario para deshacer su hogar, salir y cerrar la puerta para siempre. Las vi pedir amparo en un refugio para mujeres maltratadas. Imaginé a un trabajador social entregándole presuroso, dos pasajes, solo de ida.
Supe en ese instante que esta niña crecería lejos de la influencia negativa de su padre y que pronto ni lo recordaría.
—Pasajeros cuyo destino final es Panamá, favor de cumplimentar el documento requerido para su entrada al país.
La joven no llenó el papel de aduana por lo que deduje que estaba en tránsito hacia otra ciudad.
Sus ojos seguían fijos en la ventanilla.
El rey amarillo lucía imponente sobre el manto azul. “Cada noche nos regala un nuevo día”, medité.
—Que sea lo que Dios quiera —la oí murmurar.
Estaba seguro. Eran dos víctimas más de violencia doméstica.
La ayudé a bajar su equipaje de mano de la tablilla superior. Aproveché para despedirme.
—Cuando uno escapa de su mundo es porque se ha visto obligado. Has hecho lo correcto. No será fácil pero saldrás adelante. Deseo que todo les salga bien, por ti y por ella.
Me miró extrañada. ¿Cómo podía yo saber? Pero sabía. Y estaba seguro de no equivocarme.

Seguí camino a recoger mis maletas. Ellas se dirigieron hacia alguna salida pues daban la primera llamada para su vuelo. Miré atrás para decirles adiós pero se me perdieron entre la lluvia de pasajeros que inundaban todos los pasillos.
Pensé entonces en el hombre del cual huían. Yo también conozco lo que es asfixiarse en soledad, quemarse el alma en culpas y remordimientos, presumirse inocente y descubrirse culpable, buscar excusas geniales para justificar lo indefendible. Yo sé lo que es perder a quién más se ama.

No las volví a ver. Como tampoco a mi hija. Quizás, hace quince años, alguien la escuchó preguntar si yo las encontraría. No lo hice.

¡Qué sola habrá quedado tu casa, Lizbeth! Tal como ha estado desde entonces la mía...


Elsia Luz Cruz Torruellas
(Siluz)

4 comentarios:

©Claudia Isabel dijo...

Que historia amiga, fuerte, conmovedora, como lo es siempre el tema de la violencia familiar y el dolor que produce sobre todo en los niños...
Muy buena historia!
Un abrazo enorme

Anónimo dijo...

Tan actual, tan terrible y tan difícil de atajar esta lacra, que esta enquistada en todos los países del mundo. Esta violencia domestica cuya mayor dureza recae en mujeres y niños, que nos atenaza el corazón, no revuelve las tripas y nos hace enrojecer de impotente cólera, de ser incapaces de buscar la formula para atajarla y terminar con ella.¿Será la Educación de nuestros niñ@s, la que hará que este terror escondido detrás de tantas paredes desaparezca?
Querida Siluz, quiero dejarte algo, que se esta haciendo en Málaga al respecto como formula de educar y sensibilizar.http://www.revistaelobservador.com/index.php?option=com_content&task=view&id=1563&Itemid=29
Si no puedes acceder a la información, dímelo y te lo envío por correo Un abrazo. Violeta-Malva

Unknown dijo...

Siluz querida vine a visitarte y me encuentro con una historia triste por ti escrita. Te valoro como poeta, Julia

Martha Ferrari dijo...

¡Qué buen cuento Siluz! Tiene tu sello.
Esta vez elegiste un tema candente y por desgracia siempre en vigencia. Como buena maestra de teatro elegiste un escenario adecuado y el desarrollo de la acción es muy bueno. Me encantó.
Siempre es agradble pasar por tu blog.
Martha

Martha