6 de marzo de 2008

En la silla

“Aliento de Dios, despliega las alas de mi espíritu
y lánzame”.
Ángel Sanz Arribas


Sentado en la silla, aguarda. ¡Cuán nervioso lo pone la espera! Mira a todos lados. Al frente, un cuadro de Van Gogh. Trata de perderse entre los girasoles. No puede; lo subyugan esos utensilios raros que ve en una mesita. Guantes, pinzas, agujas. Escucha pasos a su alrededor, voces , un que otro gemido. Tiene miedo, un temor quizás arrastrado desde la niñez, absurdo, irracional. “Alegría de Dios, aleja los fantasmas de mis miedos y confórtame”* . Imagina situaciones, se ve en una sala de tortura, le parece escuchar a otros prisioneros que gritan. Luego vendrán por él. Le sudan las manos. Se aproxima su turno. Espera.

Llega vestida de blanco. Si no supiera que es su verdugo, pensaría que es un ángel. Ella lo reconoce al instante. Recuerda. Está parada frente al gran pizarrón. Le tiemblan las manos y el papel entre ellas, se da cuenta de las risas solapadas de sus compañeros, resiste las ganas de llorar. Le toca dar su informe y aunque se ha preparado, la traicionan los nervios. No puede decir una sola palabra..

—¿Estás lista o no? Son todos unos irresponsables, unos perdedores. Ninguno de ustedes llegará a nada bueno.

La presencia de ese profesor la intimida. El mismo que ahora tiene sentado delante de ella, a su merced. Advierte su miedo. Conoce esa sensación. Ha sentido tanto que no ha podido controlarse. Aquel día, delante de todos, se orinó. Retumbaron las risas de los compañeros . Quiso salir corriendo de ese salón, desaparecer, dormirse y despertar el año entrante.

—Lo que faltaba. Parecen niños de primer grado. Hágame el favor de ir a buscar con que limpiar todo este reguero.

Así debe sentirse él en este momento frente a mí, indefenso por completo. “Fuerza de Dios, rompe las cadenas de mis esclavitudes y libérame”. Esta operación la haré a sangre fría. Saco esa muela dañada y de paso, dos o tres más... sin calmantes, con dolor, que tenga que aguantar sus lágrimas como tuve tantas veces que hacer yo . “Luz de Dios, disipa la tiniebla de mis dudas y guíame” .¿Por qué no? Se lo merece.

Ha llegado la hora de la venganza.

—Abra la boca, Mr. Gutiérrez. —El hombre la mira intrigado—. Ya lo ve, “mister”, a pesar suyo y en contra de todas sus predicciones llegué a ser alguien. Abra la boca y respire bien hondo. Esto le va a doler...

La mirada de asombro se transforma en una de terror. “Torrente de Dios, fecunda los desiertos de mi vida y renuévame”* De pronto, como un Pentecostés, caen sobre ella oraciones aprendidas de niña, la invade un fuego divino, la paz domina la rabia y la razón vence su rencor.

—Gracias, mi niña, tiene una mano divina, apenas la sentí.

Ha llegado la hora del perdón.

Elsia Luz Cruz Torruellas
(Siluz)

al Dr. Pedro Cabrera por comprender el terror que le tenemos a los dentistas

*Ángel Sanz Arribas: Espíritu divino (Oración al Espíritu Santo)

3 comentarios:

Rocío dijo...

Ufffffffffffffffff...
Menos mal que llegó el perdón JUSTO A TIEMPO.

Tanto que aprender, en tan poco tiempo.

Martha Ferrari dijo...

Me gustó muchísimo este cuento, inédito para mí.
Bien Siluz, una humorada muy bien escrita.

Saludos

©Claudia Isabel dijo...

Feliz día mujer!!!
Un abrazo