El tráfico en la autopista está más
complicado que nunca. Por lo general, se
embotellan los autos cerca de la estación del peaje, pero hoy la fila empieza
mucho antes. Es miércoles, día de
trabajo, de clases; en fin, un día normal.
No sé por qué todo el mundo está en la calle. Tengo que recargar la tarjeta de pago y, por
supuesto, como suele ocurrirme, tomo la caseta más lenta. Pero no voy a moverme a otra, no quiero me
pase como en el supermercado que, una vez me cambio de fila, la que dejo corre
como agua en tubería destapada.
Observo los autos cercanos. Para
distraerme, trato de adivinar vidas y circunstancias de sus ocupantes. En el
carril de al lado, una mujer parece discutir con su hijo adolescente. El muchacho apenas habla, mira al frente,
indiferente. Ella gesticula enérgica,
sus labios y manos se mueven sin descanso.
Podría adivinar sus palabras, seguro le presto más atención que el chico.
Tras ellos, hay una pareja en un
carro deportivo. No les preocupa la lentitud
con que se mueven; por el contrario, la disfrutan. Tienen los cristales
cerrados, pero puedo escuchar música.
Los miro con disimulo, se abrazan, se besan. Para ellos, se detuvo el tiempo y se olvidó
el espacio.
Por mi espejo retrovisor, veo el
rostro del hombre que conduce el auto que me sigue. Se nota contrariado, nervioso. A cada rato mira su celular, como si de esa
manera los minutos avanzaran. Imagino
que llegará tarde a una cita, perderá un examen o una entrevista de trabajo. Habla por teléfono con alguien, tal vez se
excusa. Al parecer, la otra persona le
cuelga. ¿No le habrá creído?
Al frente, una mujer aprovecha para
terminar de maquillarse. Supongo que es su camino de rutina y ya conoce que
tendrá estos minutos extras para hacerlo. Lleva un bebé en el asiento trasero,
con frecuencia se vira para revisarlo. Debe haber salido con prisa¸ llevará al
niño al centro de cuido y, de ahí, a su lugar de trabajo.
Siento un movimiento entre los autos
pero no logro definir qué es. Qué raro, no es lugar para peatones. Alguien pidiendo dinero, quizás. Temo por su seguridad... y la mía. Me quedo
pendiente tratando de ubicarlo. ¡Ay, ya lo vi!
Flaco, bastante grande, descuidado su pelo marrón claro. Va auto por auto, se acerca a la puerta del conductor,
mira en el interior, baja y sigue hacia el otro. ¿A quién busca? Se ve hambriento y desorientado. Algunos lo miran con lástima, otros con
asco. Allá lo espantan, va a rayarles la
carrocería. Más acá, alguien ha colocado un envase con agua. Debe llevar días perdido. Viene hacia mí. Se asoma a la ventanilla, su cabeza queda a
la altura de la mía, bajo el cristal, me mira, lo miro. Sus ojos piden auxilio, sácame de aquí, no
tengo idea dónde estoy, no encuentro mi casa ni a mi gente. Sin pensarlo mucho, abro la puerta. Para mi
asombro, entra al auto. Llego a la
caseta de peaje, es mi turno, pago. Arranco.
Así fue
como sin buscarlo, hallé el amor más fiel, auténtico e incondicional. Ese día, conocí
a mi perro y me convertí en su humano. Mi compañero, mi amigo Platón.
1 comentario:
Me encanta este cuento.
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