“Si un escritor se enamora de ti, nunca
morirás”.
Así decía un cartel que
publicó Carmen, mi “manita mexicana” en su página de Facebook. Hace más de una década que nos conocemos, a
pesar de que nunca nos hemos visto en persona.
Charlamos mucho, vía Internet y esa noche discutimos la veracidad de esa
frase y tratamos de recordar nombres inmortalizados por escritores. Como acostumbramos hablar de música, comenzamos con los compositores,
y pensamos en los “meros meros” (como ella los llama): Serrat, Sabina, Serrano,
Filio, Silvio, Pablo. De ahí pasamos a
la poesía, un tema que a ambas nos apasiona y sin embargo, nunca habíamos abordado.
Cuántos nombres inmortales, pero cuántos más callados, y en especial, cuántos
escondidos bajo un seudónimo, que fue el que pasó a la inmortalidad.
Así nos acordamos de Claudia, a quien le dedicó el poeta
nicaragüense, Ernesto Cardenal, los
siguientes versos:
Te doy Claudia, estos
versos, porque tú eres su dueña.
Los he escrito sencillos
para que tú los entiendas.
son para ti solamente, pero
si a ti no interesan
un día se divulgarán, tal
vez, por toda Hispanoamérica.
Y si al amor que los dictó,
tú también lo desprecias,
otras soñarán con este amor
que no fue para ellas.
Y, tal vez, verás, Claudia,
que estos poemas
(escritos para conquistarte
a ti) despiertan
en otras parejas enamoradas
que los lean
los besos que en ti no
despertó el poeta.
Carmen habló del mexicano, Juan de Dios Peza, famoso por su poema “Reír llorando” y
encontramos versos dedicados a Magdalena.
¡Te conocí soñando,
Magdalena!...
Cruzó el revuelto mar de las
edades
Mi espíritu agobiado por la
pena,
Y á orillas del hermoso
Tiberiades,
Sobre los campos del Medjdel
desiertos.
Buscó en la triste soledad
abrigo,
Y te llegó a encontrar y
habló contigo
Con el lenguaje extraño de
los muertos.
También buscamos la
traducción del conocido poema de Edgar
Allan Poe,
Annabel Lee, que
termina así:
…y ni próceres ángeles del
cielo
ni demonios que el mar prospere en sí,
separarán jamás mi alma del alma
ni demonios que el mar prospere en sí,
separarán jamás mi alma del alma
de la radiante Annabel Lee.
Pues la luna ascendente,
dulcemente,
tráeme sueños de Annabel Lee;
como estrellas tranquilas las pupilas
me sonríen de Annabel Lee;
y reposo, en la noche embellecida,
con mi siempre querida, con mi vida;
con mi esposa radiante Annabel Lee
en la tumba, ante el mar, Annabel Lee.
tráeme sueños de Annabel Lee;
como estrellas tranquilas las pupilas
me sonríen de Annabel Lee;
y reposo, en la noche embellecida,
con mi siempre querida, con mi vida;
con mi esposa radiante Annabel Lee
en la tumba, ante el mar, Annabel Lee.
Versos tristes, impotentes,
ante la soledad que nos deja la muerte del ser amado. Así también llora el romántico español José de Espronceda en su Canto a Teresa.
¡Oh,
Teresa! ¡Oh, dolor! Lágrimas mías
¡ah!,
¿dónde estáis, que no corréis a mares?
¿Por
qué, por qué como en mejores días
no
consoláis vosotras mis pesares?...
¿Quién
pensará jamás, Teresa mía,
que
fuera eterno manantial de llanto
tanto
inocente amor, tanta alegría,
tantas
delicias y delirio tanto?
¿Quién
pensara jamás llegase un día
en
que perdido el celestial encanto
y
caída la venda de los ojos,
cuanto
diera placer causara enojos?
¡Pobre
Teresa! ¡Al recordarle siento
un
pesar tan intenso…! Embarga impío
mi
quebrantada voz mi sentimiento,
y
suspira tu nombre el labio mío;
para
allí su carrera el pensamiento,
hiela
mi corazón punzante frío,
ante
mis ojos la funesta losa
donde,
vil polvo, tu beldad reposa.
(José Ignacio Javier Oriol Encarnación de Espronceda y
Delgado a Teresa Mancha)
Texto completo:
http://www.camagueycuba.org/cienpoesias/78.html
Y no se limita a
nombres femeninos, los masculinos también son inmortalizados. El mejor ejemplo
es este poema de la nicaragüense Gioconda
Belli al escribirle a Sergio:
Te escribo, Sergio
desde la soledad
del mediodía asoleado y desnudo
mientras azota el viento
y estoy, gatunamente,
enrollada en la cama
donde anoche te quise y me quisiste
entre tiempos, sonrisas y misterios.
Va quedando lejano
el mundo que existía antes de conocerte
y va naciendo un nido de palabras y besos,
un nido tembloroso de miedo y esperanza
donde a veces me siento retozando entre trinos,
y otras veces me asusto,
abro los ojos y me quedo quieta,
pensando en este panal de miel
que estamos explorando,
como un hermoso, hipnotizante laberinto,
desde la soledad
del mediodía asoleado y desnudo
mientras azota el viento
y estoy, gatunamente,
enrollada en la cama
donde anoche te quise y me quisiste
entre tiempos, sonrisas y misterios.
Va quedando lejano
el mundo que existía antes de conocerte
y va naciendo un nido de palabras y besos,
un nido tembloroso de miedo y esperanza
donde a veces me siento retozando entre trinos,
y otras veces me asusto,
abro los ojos y me quedo quieta,
pensando en este panal de miel
que estamos explorando,
como un hermoso, hipnotizante laberinto,
donde no hay piedritas
blancas,
ni mágicos hilos
que nos enseñen el camino de regreso.
ni mágicos hilos
que nos enseñen el camino de regreso.
Rubén Darío, también nicaragüense, se inspira en Mía y le dice:
Mía: así te llamas.
¿Qué más armonía?
Mía: luz del día;
mía: rosas, llamas.
¿Qué más armonía?
Mía: luz del día;
mía: rosas, llamas.
¡Qué aroma derramas
en el alma mía
si sé que me amas!
¡Oh Mía! ¡Oh Mía!
en el alma mía
si sé que me amas!
¡Oh Mía! ¡Oh Mía!
Tu sexo fundiste
con mi sexo fuerte,
fundiendo dos bronces.
con mi sexo fuerte,
fundiendo dos bronces.
Yo triste, tú triste…
¿No has de ser entonces
mía hasta la muerte?
¿No has de ser entonces
mía hasta la muerte?
Así también el
puertorriqueño José de Diego, conocido
como el Caballero de la Raza, escribió el poema que se haría clásico del
romanticismo, A Laura.
Como dato curioso, el nombre real de Laura era Carmen. Jorge María
Ruscalleda publicó el en el 2005 el libro José
de Diego: Vida e historia. Cartas a Carmen Echavarría, que contiene varias
cartas que quedan como prueba del idilio amoroso entre este y Carmen Echavarría. Fue esa mujer aguadillana quien sirvió de
inspiración para la famosa elegía A Laura. “Siempre se habla de la Laura de
José de Diego, pero nunca de Carmen”, dijo Ruscalleda, refiriéndose al poema.
“Carmita era la famosa Laura”, añadió.
Laura mía:
ya sé que no lo eres;
mas este amor, que ha sido flor de un día,
mas este amor, que ha sido flor de un día,
se olvida a
solas de que no me quieres.
Y, en medio de mi bárbara agonía,
¡te llama a gritos, con el mismo grito
de aquellos tiempos en que fuiste mía!
Yo aun te defiendo, porque tú eres buena
y de tu dulce corazón no pudo
brotar la amarga hiel que me envenena;
De esta espantosa realidad aún dudo
y no sé quién me preparó, cobarde,
por detrás y a traición, el golpe rudo.
Ya es tarde, Laura: por desgracia
es tarde; mas si estás inocente....,
¿por qué muda, si aún la pasión
en mis entrañas arde?
¡Aún tu silencio criminal me asombra!
¡Aún hay un labio, a la traición cerrado,
huérfano de tus besos, que te nombra!
http://www.ciudadseva.com/textos/poesia/ha/dediego/a_laura.htm
Y, en medio de mi bárbara agonía,
¡te llama a gritos, con el mismo grito
de aquellos tiempos en que fuiste mía!
Yo aun te defiendo, porque tú eres buena
y de tu dulce corazón no pudo
brotar la amarga hiel que me envenena;
De esta espantosa realidad aún dudo
y no sé quién me preparó, cobarde,
por detrás y a traición, el golpe rudo.
Ya es tarde, Laura: por desgracia
es tarde; mas si estás inocente....,
¿por qué muda, si aún la pasión
en mis entrañas arde?
¡Aún tu silencio criminal me asombra!
¡Aún hay un labio, a la traición cerrado,
huérfano de tus besos, que te nombra!
http://www.ciudadseva.com/textos/poesia/ha/dediego/a_laura.htm
Carmen debe ser
el nombre de alguna musa. Recordemos
aquello que cantaba, entre otros, nuestro Danny Rivera: “Carmen,
Carmen, Carmen, te quiero y tú lo sabes. Carmen, Carmen, Carmen, jamás podré
olvidarte”. Muy especial es este poema de Vicente Quirarte:
Plaza Santo Domingo
Aquellos años vuelven por
azares,
como si los relojes,
conjurados,
hicieran de esta plaza el
Universo.
Un solo adolescente, el
mismo
sabor a calle vieja, las
palomas:
tiempo de exploración donde
el cuadrante
enloquece de puntos
cardinales.
Un nombre se articula. El
organillo
lanza antiguas canciones a
las nubes,
como esa niña espera que le
armen
el castillo que habrá de
derrumbarse
a la vuelta del príncipe en
derrota.
No es que vuelvas, palabra,
estás naciendo
como si nadie hubiera
pronunciado
tus silencios con música tan
lenta,
como el niño que mira hacia
la plaza
a su cuaderno limpio de
palabras
para escribir, en su
lenguaje torpe:
"Carmen".
y este otro, de Juan de Dios Peza, ¡Cree!
Otros nombres no están incluidos en el poema mismo pero sí en la dedicatoria. Miguel Hernández especifica que el poema “Tus cartas son un vino” fue escrito “A mi gran Josefina adorada”. Josefina fue la musa de Hernández, como fue Consuelo la de Juan Antonio Corretjer o Matilde, la de Pablo Neruda.
¡Qué dulces pasan junto a ti las
horas!
¡Ay! ¡si supieras lo que tú me
inspiras!
¡Si vieras cómo sufro cuando
lloras,
y cómo tiemblo cuando tú
suspiras!
Estando junto a ti, mi
pensamiento
es todo luz, y fuego, y armonía,
y un raudal de ternura y
sentimiento
hay en mi voz para llamarte mía.
Y siento como el alma enamorada
tierna acaricia su ilusión ardiente,
cuando baña la luz de tu mirada
con dulces rayos de pasión mi
frente.
Tus miradas de amor y de ternura
ningún pincel a retratar alcanza;
sólo en ellas contemplo la
ventura
sólo ellas me retratan la
esperanza.
Nos amamos ¿verdad? Está cubierto
nuestro amor por el cielo de dos
almas,
como un rayo de luz en el
desierto
se pierde entre las sombras de
dos palmas.
Y ¿es posible que llores? El
quebranto
te llena de letal melancolía.
¿Y dudas ¡ay! cuando te adoro
tanto;
cuando en ti cifro la ventura mía.
¡Si te pudiera devolver la calma
que antes de amarnos te arrulló
tranquila,
y pudiera sacar la luz de mi alma
la lágrima que empaña tu
pupila!...
Mi labio en sueños con amor te
nombra:
no dudes de ese amor que al pecho
inflama,
porque la duda, Carmen, es la
sombra
que en nuestras almas el temor
derrama.
No dudes, porque tú eres de mi
vida
la única luz que me dará
consuelo,
la estrella de esperanza que
convida
a no apartarse nunca de su cielo.
Unamos nuestra vida y nuestra
suerte,
que nunca tu alma ante el dolor
sucumba.
¿Separarme de ti? sólo la muerte.
¿Privarte de
mi amor? sólo la tumba.
Otros nombres no están incluidos en el poema mismo pero sí en la dedicatoria. Miguel Hernández especifica que el poema “Tus cartas son un vino” fue escrito “A mi gran Josefina adorada”. Josefina fue la musa de Hernández, como fue Consuelo la de Juan Antonio Corretjer o Matilde, la de Pablo Neruda.
La quinta cosa son tus ojos,
Matilde mía, bienamada,
no quiero dormir sin tus ojos,
no quiero ser sin que me mires:
yo cambio la primavera
porque tú me sigas mirando.
Matilde mía, bienamada,
no quiero dormir sin tus ojos,
no quiero ser sin que me mires:
yo cambio la primavera
porque tú me sigas mirando.
Otros, son más
directos, como el mexicano Rubén Mora en
su Lilia y el universo:
¡Está
demandando un verso
tu
cutis de rosa y nieve.
Pero
ninguno se atreve
a
realizar el esfuerzo!
¡Porque
hacia rumbo diverso
el
Universo se mueve,
al
ver que en tu boca breve
está
todo el Universo!
Universo
que en tus labios
se
viste de bugambilia
para
sustento de sabios...
¡Pero
yo estoy de vigilia,
no
sé por cuales agravios,
para
los labios de Lilia...!
¿Y Quién no ha
escuchado el poema de Rubén Darío a Margarita?
Margarita está linda la
mar,
y el viento,
lleva esencia sutil de azahar;
yo siento
en el alma una alondra cantar;
tu acento:
Margarita, te voy a contar
un cuento:
http://www.poemas-del-alma.com/a-margarita-debayle.htm#ixzz2i2Ndt128
y el viento,
lleva esencia sutil de azahar;
yo siento
en el alma una alondra cantar;
tu acento:
Margarita, te voy a contar
un cuento:
http://www.poemas-del-alma.com/a-margarita-debayle.htm#ixzz2i2Ndt128
Otros también hacen cuentos, pero sin
mencionar nombres. El cubano José Martí, por ejemplo, nos habla de la niña de Guatemala:
Quiero, a
la sombra de un ala,
contar este cuento en flor:
la niña de Guatemala,
la que se murió de amor.
contar este cuento en flor:
la niña de Guatemala,
la que se murió de amor.
Otros se
enorgullecen de sus amores ocultos, se niegan a regalar eternidad, casi como una venganza. Los mejores ejemplos son varios de los poemas de José A. Buesa, entre éstos, Oasis:
Así como un verdor en el desierto,
con sombra de palmeras y agua caritativa,
quizás ser tu amor lo que me sobreviva,
viviendo en un poema después que yo haya muerto.
En ese canto, cada vez más mío,
voces indiferentes repetirán mi pena,
y tú has de ser entonces como un rastro en la arena,
casi como una nube que pasas sobre un río...
Tú serás para todos una desconocida,
tú que nunca sabrás cómo he sabido amarte;
y alguien, tal vez, te buscará en mi arte,
y al no hallarte en mi arte, te buscará en mi vida.
Pero tú no estarás en las mujeres
que alegraron un día mi tristeza de hombre:
Como oculté mi amor, sabré ocultar tu nombre,
y, al decir que te amo, nunca diré quién eres.
Y dirán que era falsa mi pasión verdadera,
que fue sólo un ensueño la mujer que amé tanto;
o dirán que era otra la que canté en mi canto,
otra, que nunca amé ni conocí siquiera.
Y así será mi gloria lo que fue mi castigo,
porque, como un verdor en el desierto,
tu amor me hará vivir después que yo haya muerto,
pero cuando yo muera, ¡tú morirás conmigo!
con sombra de palmeras y agua caritativa,
quizás ser tu amor lo que me sobreviva,
viviendo en un poema después que yo haya muerto.
En ese canto, cada vez más mío,
voces indiferentes repetirán mi pena,
y tú has de ser entonces como un rastro en la arena,
casi como una nube que pasas sobre un río...
Tú serás para todos una desconocida,
tú que nunca sabrás cómo he sabido amarte;
y alguien, tal vez, te buscará en mi arte,
y al no hallarte en mi arte, te buscará en mi vida.
Pero tú no estarás en las mujeres
que alegraron un día mi tristeza de hombre:
Como oculté mi amor, sabré ocultar tu nombre,
y, al decir que te amo, nunca diré quién eres.
Y dirán que era falsa mi pasión verdadera,
que fue sólo un ensueño la mujer que amé tanto;
o dirán que era otra la que canté en mi canto,
otra, que nunca amé ni conocí siquiera.
Y así será mi gloria lo que fue mi castigo,
porque, como un verdor en el desierto,
tu amor me hará vivir después que yo haya muerto,
pero cuando yo muera, ¡tú morirás conmigo!
Poetas, que como Juan de Dios Peza, justifican su
silencio con su caballerosidad.
La escribió una mujer joven
y bella.
¿Descubriré su nombre? ¡No!, ¡no quiero!
pues siempre he sido, por mi buena estrella,
para todas las damas, caballero.
¿Descubriré su nombre? ¡No!, ¡no quiero!
pues siempre he sido, por mi buena estrella,
para todas las damas, caballero.
Nos hemos limitado a los
poetas, pero debemos pensar que esta frase aplica a todos los escritores,
compositores, pintores. Debemos pensar
entonces que el amor de un artista nos hará inmortales, así no sea
correspondido. Quedará plasmado nuestro
rostro, nombre y esencia en sus obras, en sus canciones, en sus novelas, en sus
escritos, en sus cartas, en sus poemas, en sus pinturas. Y quizás, quienes en vida vivieron separados,
unan, ya muertos, sus nombres en la
eternidad. Aunque nunca lo sepan...
4 comentarios:
Me he deleitado con esos hermosos versos. Gracias, Siluz
Gracias, Olga. Yo también disfruté escribirlo, por toda la investigación que hice, deleitándome con estos y muchos otros poemas que encontré. Un abrazo, amiga.
Estupendo, muy interesante y muy buena recopilación.
Gracias, Hilda. algunos versos deben haber por ahí para Hilda, estoy segura.
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