“...sé
que volveré a perderme,
y la encontraré de nuevo
pero con otro rostro y otro
nombre diferente y otro cuerpo.
Pero sigue siendo ella...”
y la encontraré de nuevo
pero con otro rostro y otro
nombre diferente y otro cuerpo.
Pero sigue siendo ella...”
(A.
Sanz)
Nunca supe su nombre. Los chiquillos del barrio le llamaban “la
loca”. Y sin embargo, ni uno solo de los que habitábamos entre aquellas pocas
calles me parecía más sensible, más brillante ni más coherente. Cuando la
conocí, alegaba llamarse Dulcinea pero
desistió de ese capricho al no sentirse soñada por alguna triste figura. . Dejó de responder al nombre de Michelle cuando nadie le dijo “ma belle”. Pasó entonces a creerse Lucía y aguardar que
alguien la buscara en la arena. ¿Mañana, quién sabe? Alba, Blanca o Clara para vagar por la casa
como uno más de sus espíritus. O no, quizás Nora, huyendo de su casa de muñecas
para ser solo ella misma.
¡Cuántas veces la vi frente al espejo
colocado junto a su ventana! Parecía
feliz en esos instantes en los cuales admiraba sus galas y era dueña de decidir
quién ser o no ser. Podía pasar horas
sin moverse, cual si fuera de cartón piedra. Quizás en espera de que alguien se
cargara el cristal de una pedrada y corriera con ella hasta algún portal.
Magdalena Wrightsman George de la Tours |
Muchas de sus tardes fueron consumidas
por la lectura, devorando página tras página todo
cuánto llegaba a sus manos. Leía y
releía libros viejos sacados de más viejos anaqueles, otros que le prestaban
sus vecinas y hasta los que descartaban las escuelas y bibliotecas
circundantes. Así crecía su colección de
personajes y su capacidad para seleccionar nombres y reinventar historias. Competía con su afán de lectura la pasión por
la música, ¡bendita música!; escape del insoportable silencio. Montañas de discos sobrevivientes al tiempo
y los avances tecnológicos, canciones
inigualables “de antes” que sólo podía escuchar en el destartalado “estereo”
que se negaba a morir.
Y así transitaba por la vida, entre risas
ajenas y crueles, entre páginas impresas, entre repetidas notas musicales,
entre disfraces y espejos. Yo la observaba a distancia, comprendiendo,
como quien contempla a una anciana
actriz sin escenario, a una soprano sin voz, a una estrella apagada en el
firmamento.
En mi retorno al barrio supe que una noche
desapareció. ¿Cumpliría su sueño de ser espíritu? Trato de recordarla y la veo,
desafiante, romper la vara dominadora. Desde lejos me confiesa que su nombre es Adela Alba y, en honor a
su memoria, imagino una lápida entre las ruinas de su espejo, el cual hizo
estallar en mil estrellas antes de partir al infinito.
Elsia Luz Cruz Torruellas
(Siluz)
6 comentarios:
Hermoso.
Gracias, Hilda. Un abrazo.
Es un placer releer tus cuentos, Siluz.
Gracias, Olga. Tallerines es mucho más que un taller, ¿verdad?
Una caricia al alma , tanta sensibilidad para captar la esencia de Dulcinea....
Una caricia al alma, tanta sensibilidad!!! Para llegar a la esencia pura fe ese Ser tan especial!!!
Publicar un comentario