2 de octubre de 2012

Mientras tanto...


"Antes del tiempo que pasé en el seno de mí madre,
¿No habré estado en otra parte y sido otra persona?”
(Confesiones de san Agustín)


El miedo, como la energía, no se pierde, solo se transforma.
Cuando niña, lloraba, pensando que un terremoto no nos iba a dejar recibir el nuevo día. Nunca sentí uno, quizás vi noticias de desastres en otros países. O escenas tan impresionantes que me afectaron.  Lo cierto es que temía que la casa  temblara y techo y paredes cayeran sobre nosotros. La idea de despertar bajo escombros o atrapada entre muros y columnas no me dejaba dormir.
Lo mismo me ocurría con algunos animales. En ocasiones, ni osaba salir al patio pues creía que una pantera merodeaba entre los árboles.  Sentía su hermosura diabólica hipnotizante, el sonido de patas sigilosas entre las ramas, los ojos fijos en cada uno de mis movimientos.
Otras veces, me asaltaba el terror en la playa. A pesar de mi admiración por el mar,  no podía olvidar que un poco más allá acechaban tiburones.  No  tuve ilusión por viajar en avión, mucho menos en barco.  Siempre me persiguió la imagen de una madre protegiendo a su niña, abrazadas en el mar abierto, a la espera de la ayuda que nunca llegó.  Escena que alguien me contó, supongo, y que ya no pude borrar de mi mente.
Ahora, ya adulta, me angustia esta expectativa.  Sé que llegará el día fatal, se manifestará de alguna manera: el día del diagnóstico, del accidente, del infortunio, de la desgracia. El principio del fin, el fin sin principio.
Mientras tanto... soy… tratando de olvidar sucesos que no he vivido, memorias que no son mías, temores abandonados entre espacios perdidos en los tiempos.

Suena el teléfono. Mira el reloj… las cuatro de la mañana.  ¿A quién se le puede ocurrir llamar a esta hora?  Despertar y volverse un manojo de nervios fue la misma cosa. Supo que  había llegado el día.
Al contestar, cayeron sobre ella todas las tragedias guardadas por siglos de lágrimas sin consuelo. Gritó, sin saber por qué, esperando lo peor. Pero nadie habló.
Sintió el dolor insoportable en el pecho, las heridas de las garras, el sabor de la sangre, la impotencia ante lo inevitable, la presión de sentirse atrapada, sin salida, en medio de la inmensidad del mar. 
Y miedo, mucho miedo…pues se hundía en un viaje sin regreso del cual ya no podría partir.

Siluz

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Tienes un blog muy bonito.

Siluz dijo...

Gracias, Gjanietf, por leer y comentar. Me alegra te guste.