“Lo temible de la vejez no es la soledad
sino la dependencia”.
(Isabel Allende
en La suma de los días)
—Fui candidata a reina. Cuéntales. Por ahí tengo guardado los recortes de la prensa. Enséñaselos. Tú sabes dónde están.
Nunca los vi. Mas había escuchado tantas veces la historia que, aún sin saber si era cierta, ya podía confirmarla. De lo que sí estoy segura es que fue la diosa de su hogar.
—Mañana prepararé un arroz con patitas de cerdo y garbanzos para los muchachos. A papá, algo más suave; tal vez, papas o calabaza. Ya sabes, tiene que comer todo majadito. Y al chiquito, cuando llegue de la escuela, lo sorprenderé con polvorones.
Doña Antonia posee la fama de haber sido una experta cocinera. Tiene cientos de recetas en la mente y las prepara repetidas veces en su imaginación. Me cuenta que las aprendió de su madre quien murió cuando ella, la mayor de cinco hermanos, tenía quince años.
—¿Por qué no me dejas levantar? Siempre lo hice todo sin ayuda. Claro... como casi no veo. Si no, no habría quién me aguantara en esta silla.
Hace catorce meses que me contrataron para cuidarla. Cuando quedó sola aún podía valerse por sí misma. Se comentaba que su padre le había dejado propiedades que le generaban suficientes ingresos para vivir con comodidad. Una noche entraron a robarle, el ratero la empujó y, tras la caída, no caminó más. Ahora depende de mí para todo: para el baño diario, acostarse o levantarse, cambiarse de ropa, sitio o posición. Acostumbrada a disponer de su tiempo y su vida, se niega a aceptar la realidad.
—¿Qué van a decir cuándo lleguen mis invitados? Les prometí hacerles una comidita. Y me pasa esto… ¿Tú les explicas?
En su mente, todo ocurrió ayer. No se percata de que nunca viene nadie. Sus hermanos formaron sus propias familias y las visitas desaparecieron. Ya no podía encargarse de la cocina, mantener la alacena y la barra pertrechada, hacer regalos o preparar cenas. Su casa, ayer, centro de reunión, es hoy un desierto.
—¿Cómo está todo? Anda, cuéntame algo. Es insoportable este silencio…
No le interesa la televisión ni la música, la literatura, el Internet o el cine. Siempre sentada en su butaca, escucha las noticias en un radio portátil y comenta las llamadas de la gente a las emisoras, opiniones casi siempre distintas a las suyas. Así transcurren sus horas, cual las cuentas del rosario entre sus manos.
—Mi sueño fue viajar a Europa. Podría hacerlo ahora. Mis hijos crecieron y ya no trabajo fuera. Antes tenía muchos compromisos, no podía abandonar mi hogar, el trabajo, la familia, los perros, mis tareas. De joven, conocí casi toda América con…
Y se queda en silencio. No puede darme detalles de un viaje que nunca realizó, de una carrera que no terminó, de un empleo que no tuvo, del hombre con el que nunca se casó, de los hijos que no llegaron. Puede hablarme, sin embargo, de soledad, cansancio y hastío, del tiempo agotado, las fuerzas idas, el fuego extinto y de la desidia que mató al amor.
—“Quién tuviera sesenta años otra vez”.
A mis treinta, no puedo entender el alcance de esas palabras. No considero esa edad como una deseada. Pero sí me ha hecho ver que la vida no es un reloj de arena al que se le puede dar vuelta una y otra vez. Llega el temido momento en que no hay marcha atrás; el después se convierte en nunca y la espera en eternidad.
ELCT
30 de agosto 2009
(Un meme convertido en cuento.)
Vestal – Perteneciente o relativo a la diosa Vesta. Se dice de las doncellas romanas consagradas a la diosa Vesta. En a mitología romana, Vesta es la diosa del hogar y a quien se le pide su protección. Las doncellas a su cargo eran reclutadas desde los diez años para mantener encendida la llama del templo dedicado a la diosa.
6 comentarios:
El cuento me hizo acordar a mi abuela materna,a la que visitaba todos los fines de semana.
Para mi era un placer ir a su casa,todo un programa,vivian con ella dos de sus 10 hijos (dos tias).
Tomabamos el te y lo pasabamos genial,porque siempre habia muchos temas de conversacion.
Hasta que un dia,mi abuela enfermo,ya no camino mas,de la cama la pasaban a un sillon cerca de la ventana de su cuarto.
Se quedaba mirando por la ventana toda la tarde y cuando hablaba ya no contaba sus historias como siempre,vivia en el pasado,como si fuese su presente.
El medico nos habia dicho que no habia que contradecirla,asique viajabamos con ella,nos confundia con personas que ya habian muerto.
Vivia en su mundo,dependia de nosotros,fue algo muy impactante para mi.
Besos
Biki
Ya estaba pensando que me estaba volviendo medio loca pues se parecía a algo que habías escrito.
Es un cuento que toca dentro.
La vejez es maravillosa cuando hay salud, porque se puede disfrutar más de la vida, corriendo menos. El gran problema es depender de alguien que pueda ayudar cuando ya no podamos arreglarnos solos...
Ya lo dice el refrán: Una madre puede cuidar de diez hijos, pero diez hijos no pueden cuidar a una madre.
Es tristísimo, pero real.
Un beso.
Biki:
Lo comprendo. Es una situación muy difícil: sentir que nos convertimos en un desconocido para esa persona amada, saber que siempre fue el tronco de la familia y verla después depender de todos. El otro día hablábamos del miedo: creo que temer a esta dependencia en la vejez nos es común a todos.
Gracias por compartir tu experiencia.
Un abrazo.
No, Rocío
Es que tú eres una fiel lectora y ya habías visto el meme que me había asignado Fabiana, de Relatos Cotidianos.
Me pareció que había quedado incompleto, que daba para más y ampliado lo presenté en el taller al que pertenezco. Aún hechas las correcciones, quizás todavía no está en su última versión.
Besitos.
Fabiana:
Como le decía a Rocío, la base de este cuento es el meme que me diste una vez. Doña Antonia es de alguna manera la madre, abuela, tía, suegra, de muchos de nosotros. Por eso pensé que merecía crecer como personaje.
Es cierto esa sentencia que nos das: diez hijos no son suficientes para cuidar a una madre que sí pudo cuidarlos a ellos. Qué triste...
Un abrazo.
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