10 de septiembre de 2008

Por el bien del Partido

“Barquito de papel,
¿en qué extraño arenal han varado
tu sonrisa y mi pasado, vestidos de colegial?”
J.M. Serrat

El papel, temblaba al unísono con las manos que lo sujetaban. Federico leía una y otra vez, incrédulo. Aceptar lo allí solicitado daba al traste con todas sus aspiraciones, su trabajo, su campaña de meses, su preparación de años, su sueño de ser alguien, su ilusión de servir.

Muy despacio, dobla la carta por la mitad. La mira. Sus pensamientos vuelan hasta llevarlo a su oficina nueva. Se ve allí, parado en el mismo centro, eufórico, señalando las paredes, el suelo, mientras decoraba en su imaginación cada rincón. “Aquí irá un cuadro. El escritorio, más cerca de la esquina. Más allá varias sillas para el público.” Recibirá tres días a la semana, por lo menos, a la gente de su región, los escuchará, atenderá sus quejas, solucionará sus problemas. No seguirá los pasos de su antecesor, “el inaccesible”. Lo hará bien, como tiene que ser. Estarán orgullosos de él. Eso creyó.

Dobla las esquinas del papel formando un triángulo en su punta. La renuncia, le solicitan su renuncia “por el bien del partido”. Necesitan su puesto para que el Presidente de la colectividad y ex-gobernador de la provincia pueda colocarse en la Legislatura. Nada menos que el Presidente, el derrotado candidato a la gobernación, a quien el pueblo le votó en contra. ¿Cómo explicar si no que se ganaran las dos cámaras y el poder ejecutivo quedara en manos del principal partido opositor? Necesitaban una vacante. Y fue el escogido.

Torció las esquinas inferiores de la hoja hacia arriba. Ahora entendía la premura de la reunión. Ya le extrañaba tanto misterio. Nada menos que con la jerarquía alta del Partido. Fue con una esperanza ingenua, con el entusiasmo inocente de quien tiene la vida por delante y está a punto de alcanzar sus metas. “Seguro quieren felicitarme y motivarme a trabajar bien, aconsejarme que no me deje corromper, que cumpla con los deberes de un funcionario público de vocación.” ¡Qué chasco, Federico! ¿Cómo pudiste ser tan estúpido?

Abrió el papel como si fuera un cono para beber agua y con una mueca burlona lo colocó sobre su cabeza. Eso había sido, un payaso para todos. Con seguridad a esta hora todos se mofaban de él. Pensar que ya había mandado a hacer una placa para la puerta de su oficina. Senador Federico López Uriarte. Y debajo: A tu servicio siempre. “Eso es lo que soy, un servil, un arrastrado.” Se avergonzaba de sí mismo. Pero ¿tenía otra alternativa que no fuera dejarse llevar?

Tomó el sombrerito que aún tenía en su cabeza y lo aplanó formando un diamante. Recordó los accesorios que le regaló su esposa para adornar el escritorio: su nombre escrito en madera, el marco con la foto familiar y el porta plumas haciendo juego. Todo preparado por uno de los mejores artesanos de su pueblo para quien se proponía ser “el mejor legislador de su tiempo”. Ella confiaba en él. También la gente que lo votó. No quiere imaginarse que pensarán cuando se enteren.

Haló hacia fuera las dos esquinas del diamante. No iban a dejarlo brillar. Lo amenazaron con aquel video comprometedor que tenían en su poder. Total, una tontería: una fiesta de locura, de juventud sin frenos, de irresponsabilidad sin límites. Fueron claros: “Renuncias o lo enviamos a la prensa”. Exponer a su familia al ridículo y a sí mismo a la vergüenza era más de lo que podía soportar.

Abrió el papel en triángulo y lo aplastó hacia el otro lado. Así se sentía: aplastado. Ellos necesitaban una vacante para ofrecer al Presidente, al prepotente candidato incapaz de aceptar la derrota, a ese hombre terco y manipulador que se proponía no solo ser senador, sino presidir el cuerpo. Sin importarle a quien se llevara por delante, lograría su propósito; desestabilizar el nuevo gobierno y entorpecer la labor del gobernador entrante.

Separó hacia las esquinas el pliego doblado. Contempló el barquito que, sin querer, había armado. Pensó en su niñez. ¡Qué fácil era todo antes, entonces tenía fe! Por eso mismo lo seleccionaron; porque aún conservaba sus principios, era fiel a sus ideales, creía en lo que predicaba, estaba dispuesto a transformar su ilusión en trabajo y en bienestar, sabía pensar en los demás. “¡Por idiota!” pensó, sin poder evitar un sonido que pretendió ser carcajada.

Salió, sin importarle la lluvia que arreciaba. Se inclinó en el borde de la acera. Colocó sobre el agua que corría por la cuneta al barquito construido con la carta recibida. Así lo vio perderse a la deriva, calle abajo. “Allá van mis sueños, en algún extraño arenal serán varados. Quise abarcar el mar sin darme cuenta que frente a mi sólo tenía un estanque.” Resignado y empapado, se dirigió a la que todavía era su oficina a preparar la carta de renuncia. Alegaría problemas personales que le impedían ejercer el cargo. Sí, tenía un serio problema personal: se antojó trasatlántico sin percatarse que solo era un barquito de papel.
Siluz

3 comentarios:

Analía Phoenix dijo...

Sencillamente espectacular Siluz. Que maravilla ese don que tienes para escribir. Dicion

Fabiana dijo...

Me gustó mucho , Siluz. Te felicito.

Siluz dijo...

Dios me la... Analia
Gracias, Fabiana.
Qué lindo tener nuevas amistades a través de los blogs.