Sorprenderé a la doña. Ella piensa que no puedo freír ni un huevo. Claro que cuando trabajaba ni me acercaba por la cocina. Pero ahora que me he jubilado quiero intentar cosas que no hice antes. Con un buen libro de recetas cualquiera es chef. Sé que por aquí hay uno. ¿Dónde estará? Bah, no lo necesito. Todavía tengo buena memoria.
Aquí hay pan viejo, del que busco todos los días para el desayuno. Está tan duro que no hay quien le entre. Esos últimos pedacitos que todos dejan para no botar la envoltura. Como el último trago de agua en el jarro que evita tener que llenarlo.
Se escurre en mi mente una imagen: una gran olla de metal resguardando su tesoro y un niño que a hurtadillas mete en ella su dedito y prueba. Oigo la voz de mi abuela:
—Julito, deja eso , te va a hacer daño. Los huevos todavía están crudos.
Recuerdo cuánto me enfurecía esa advertencia. Los viejos están hechos de protestas y regaños, pensaba. Todo les está malo. No entienden nada de nada. Si aquella mezcla era deliciosa...
Busco un envase grande, meto allí todo el pan y le echo leche para que se ablande. Así lo hacía ella.
Por la ventana se asoma un amiguito del nene.
—Don Julio, ¿me ayudaría a terminar la tarea? Como usted era maestro...
Lo veo aguantar la risa. Me acuerdo que llevo puesto el delantal de mi esposa.
Con un pase mágico, desato el nudo. Tarde. Enriquito no puede evitar la carcajada. Menos mal que era “terminar la tarea”. Ni siquiera la había comenzado. Seguro que lo mandó su madre. Hora y media perdida.
Reviso si ablandó la masa. No, todavía está dura. Mi abuela le echaba azúcar, mantequilla y huevos, todo sobre el pan. ¿Medidas? Ni idea. Un poco de esto y otro poco de lo otro. Tanteo. Busco en esta mezcolanza el sabor que recuerdo.
Mientras, oigo las noticias por radio.
“Phelps conquista quinto oro, undécimo en su carrera”. Quizás así sea la vida, una gran piscina. No todos nadamos al mismo ritmo. Pero hay que cruzarla.
“Fidel cumple ochenta y dos años”. ¿Llegaré a tantos? Es admirable, el hombre se retiró a los ochenta. Yo no, volé tan pronto pude con la esperanza de tener tiempo para mí. En eso quedó, en la esperanza...
Me llama el vecino.
—Julio, ¿me ayudarías a poner unas tablillas en el cuarto de la nena?
—Ahora no puedo. Estoy ocupado.
—¿Qué haces? Si ya tú no trabajas...
Ni loco le digo que estoy cocinando.
—Bueno, voy.
—De una vez me prestas el taladro, que no tengo.
Ya sabía yo. Ese perro me ha mordido antes. Así pierdo media tarde. Las dichosas tablillas nos toman más de dos horas. O debo decir me toman, porque terminó él ayudándome a mí a ponerlas.
Examino mi postre. Creo que todavía debo esperar un poco. Tal vez ése era el secreto para que quedara tan rico, trabajar con calma. El pan así se impregna de todos los sabores añadidos. Escudriño en el gabinete a ver que más encuentro. Vainilla...¿Por qué no? Pruebo. Algo le falta...
Busco aquel sabor de la infancia. Más azúcar. Otro huevo. Lo dejo reposar.
Aquí hay pan viejo, del que busco todos los días para el desayuno. Está tan duro que no hay quien le entre. Esos últimos pedacitos que todos dejan para no botar la envoltura. Como el último trago de agua en el jarro que evita tener que llenarlo.
Se escurre en mi mente una imagen: una gran olla de metal resguardando su tesoro y un niño que a hurtadillas mete en ella su dedito y prueba. Oigo la voz de mi abuela:
—Julito, deja eso , te va a hacer daño. Los huevos todavía están crudos.
Recuerdo cuánto me enfurecía esa advertencia. Los viejos están hechos de protestas y regaños, pensaba. Todo les está malo. No entienden nada de nada. Si aquella mezcla era deliciosa...
Busco un envase grande, meto allí todo el pan y le echo leche para que se ablande. Así lo hacía ella.
Por la ventana se asoma un amiguito del nene.
—Don Julio, ¿me ayudaría a terminar la tarea? Como usted era maestro...
Lo veo aguantar la risa. Me acuerdo que llevo puesto el delantal de mi esposa.
Con un pase mágico, desato el nudo. Tarde. Enriquito no puede evitar la carcajada. Menos mal que era “terminar la tarea”. Ni siquiera la había comenzado. Seguro que lo mandó su madre. Hora y media perdida.
Reviso si ablandó la masa. No, todavía está dura. Mi abuela le echaba azúcar, mantequilla y huevos, todo sobre el pan. ¿Medidas? Ni idea. Un poco de esto y otro poco de lo otro. Tanteo. Busco en esta mezcolanza el sabor que recuerdo.
Mientras, oigo las noticias por radio.
“Phelps conquista quinto oro, undécimo en su carrera”. Quizás así sea la vida, una gran piscina. No todos nadamos al mismo ritmo. Pero hay que cruzarla.
“Fidel cumple ochenta y dos años”. ¿Llegaré a tantos? Es admirable, el hombre se retiró a los ochenta. Yo no, volé tan pronto pude con la esperanza de tener tiempo para mí. En eso quedó, en la esperanza...
Me llama el vecino.
—Julio, ¿me ayudarías a poner unas tablillas en el cuarto de la nena?
—Ahora no puedo. Estoy ocupado.
—¿Qué haces? Si ya tú no trabajas...
Ni loco le digo que estoy cocinando.
—Bueno, voy.
—De una vez me prestas el taladro, que no tengo.
Ya sabía yo. Ese perro me ha mordido antes. Así pierdo media tarde. Las dichosas tablillas nos toman más de dos horas. O debo decir me toman, porque terminó él ayudándome a mí a ponerlas.
Examino mi postre. Creo que todavía debo esperar un poco. Tal vez ése era el secreto para que quedara tan rico, trabajar con calma. El pan así se impregna de todos los sabores añadidos. Escudriño en el gabinete a ver que más encuentro. Vainilla...¿Por qué no? Pruebo. Algo le falta...
Busco aquel sabor de la infancia. Más azúcar. Otro huevo. Lo dejo reposar.
Contesto el teléfono.
—Papi, Julito sale a las tres de la escuela y no puedo ir a buscarlo. ¿Lo recoges?
Faltan cinco para las tres. Mejor corro a buscar al nieto. Dejo el futuro budín sobre la mesa. Antes le echo otro poquito de leche...
Ya que tengo que salir, aprovecho para ir a buscar la ropa a la lavandería. Encargos que me deja mi esposa. “Como ahora te sobra el tiempo...” No sé si eso pase algún día, pero siento lo contrario, ahora es cuando no me alcanza.
Llegamos a la casa. Le doy una miradita a mi postre. Desintegro los grumos que aún quedan con un tenedor. Vuelvo a probar. Un poco más de mantequilla . ¡Ahora sí! Justo el sabor que recuerdo.
¡Pasas! Por poco las olvido. No hay. Decido ir comprar una caja a la tienda de la esquina. Ya que me ha tomado todo el día ¿qué más da otros cinco minutos? Al regresar, descubro un niño merodeando por mi cocina. Me oigo decir:
—Julito, deja eso, te va a hacer daño. Los huevos todavía están crudos.
Saco sus manos del envase. Observo la expresión de mi nieto. Vi mi cara en la suya y la de mi abuela en la mía.
No ocurrió cuando cumplí los sesenta. Tampoco cuando me jubilé. Creo que fue en este instante en el que envejecí.
—Papi, Julito sale a las tres de la escuela y no puedo ir a buscarlo. ¿Lo recoges?
Faltan cinco para las tres. Mejor corro a buscar al nieto. Dejo el futuro budín sobre la mesa. Antes le echo otro poquito de leche...
Ya que tengo que salir, aprovecho para ir a buscar la ropa a la lavandería. Encargos que me deja mi esposa. “Como ahora te sobra el tiempo...” No sé si eso pase algún día, pero siento lo contrario, ahora es cuando no me alcanza.
Llegamos a la casa. Le doy una miradita a mi postre. Desintegro los grumos que aún quedan con un tenedor. Vuelvo a probar. Un poco más de mantequilla . ¡Ahora sí! Justo el sabor que recuerdo.
¡Pasas! Por poco las olvido. No hay. Decido ir comprar una caja a la tienda de la esquina. Ya que me ha tomado todo el día ¿qué más da otros cinco minutos? Al regresar, descubro un niño merodeando por mi cocina. Me oigo decir:
—Julito, deja eso, te va a hacer daño. Los huevos todavía están crudos.
Saco sus manos del envase. Observo la expresión de mi nieto. Vi mi cara en la suya y la de mi abuela en la mía.
No ocurrió cuando cumplí los sesenta. Tampoco cuando me jubilé. Creo que fue en este instante en el que envejecí.
Siluz
5 comentarios:
Es un texto especial, una narración impecable y una ternura de esas que ablandan corazones por semanas. Es una obrita maestra inolvidable. Gracias por publicarla, Siluz, por iluminar un poco esta tierra a media luz.
Un abrazo
REL
Me encantó el relato. Y me hiciste recordar esos viejos tiempos de comidas caseras. Esas abuelas y madres que demostraban su amor preparando exquisiteces. Todavía hoy, después de tantos años recuerdo los olores de comidas que nunca volví a saborear. ¡Gracias por el recuerdo!
Hola! encontré tu blog y me gusta muchísimo,lo añadí a mi lista de Otros Websites visitados. Si te gusta cocinar creo que te gustara mi blog.
Yo no habia leido esto! Que cosa mas preciosa. Chica me hiciste emocionar mucho :)
Me alegra les gustara. Gracias por dejármelo saber. Un abrazo y un pedacito de budín.
Publicar un comentario