—No te apartes mucho.
—Hasta las boyas nada más.
A pesar de las protestas de mi madre, siempre me distanciaba un poco más. La atracción de ese mar abierto, la inmensidad del horizonte, el golpear de las olas contra la roca enorme, el azul diáfano del infinito, todo era una llamada irresistible. Me llenaba de una paz embriagante al mirar desde lo lejos a la gente en la playa , alejada de todo y de todos, flotando en esas aguas claras y cálidas. Sentía ser astronauta en el espacio, mirando a mi planeta a distancia, siendo parte del todo pero observándolo imperturbable y ajena.
Cada verano el balneario se llena de gente. El sol quema las pieles blancas de turistas extranjeros mientras los visitantes del interior y los jubilados buscan la sombra que los almendros y las palmas de coco ofrecen. Sobre la arena, los estudiantes de vacaciones durante los meses de junio y julio, forman equipos de volibol playero; los niños hacen castillos o entierran sus cuerpos hasta el cuello y las parejas de adolescentes van dejando sus huellas o escribiendo sus nombres. Hoy, también yo, observo el ir y venir de las olas desde la orilla y escucho su murmullo suave y rítmico.
Tenemos la bendición de poder gozar de la playa el año entero. Aún en “invierno”, cuando las aguas están un poco más frías, disfrutamos de ella como en cualquier otra época. Cuando era niña, los viejos nos advertían que en diciembre cambiaba el viento y llegaban las aguavivas* a la ribera. Decían que si se pegaba una a la piel, producía un terrible ardor y que había que estar muy pendiente, pues eran casi transparentes y pasaban inadvertidas. Pero nunca me encontré una, así que lo tomé como un mito que mi madre repetía, para tratar de asustarme un poco. Para mí, como para mis hermanos y mis primos, no había nada más allá de nuestro océano, ni más estación que el eterno verano.
Nadé desde niña, por lo que me sentía tan segura en el mar como en tierra. Quizás por eso, me atrevía a lanzarme, sin ningún temor, desde la inmensa peña que divide nuestra playa en dos. De un lado, las olas se alzan violentas, iracundas; del otro, descansan pasivas, mansas. ¡Quién dice que son las mismas aguas! Ese caer sobre ellas, es lo más parecido a volar. ¡Una sensación indescriptible!
Aquel día caminaba con mi hermanito por la roca. Iba a enseñarle como tirarse al mar desde su cima, al igual que un día me enseñó mi hermano mayor. Tenía que saber exactamente el momento en que las olas se lo permitirían, y el punto exacto donde debía caer. Pero ese día el viento sopló más de lo acostumbrado, y luego cambió su rumbo. Al momento de lanzarme, percibí algo distinto en el ambiente. “No estamos en verano” pensé. Recordé las aguavivas , sentí nuevamente el golpe de aire, el batir de las olas y dudé. Ese instante de indecisión me hizo dar un paso en falso, y caí. Fue el último paso que di.
Hoy empieza oficialmente un nuevo verano. Allá, al frente, el océano. Aún no me acostumbro a contemplarlo desde este ángulo. Siento que voy a contramano. Lo miro desafíante desde mi silla de ruedas. Sigue ejerciendo un poder cautivador sobre mí. Pero esta vez me devuelve la mirada.
—Sigo aquí. Estoy viva —le grito victoriosa.
— Y tu hermanito también —le escucho responder.
Hoy el mar y yo hicimos las paces.
Elsia Cruz Torruellas
(Siluz)
Escrito para un ejercicio de "Tallerines" en Oct. 05
*aguaviva: La fragata portuguesa o aguaviva, es una especie colonial que vive flotando en la superficie del mar gracias al gran flotador que posee (pneumatóforo), que está lleno de gas, y que puede alcanzar los 30 cm de largo por 10 cm de ancho. Su picadura es muy dolorosa e, incluso, peligrosa para personas débiles o niños. El contacto con sus tentáculos provoca quemaduras en la piel. En determinadas personas sensibles puede llegar a provocar un shock anafiláctico y causar la muerte por paro cardíaco o ahogamiento.
—Hasta las boyas nada más.
A pesar de las protestas de mi madre, siempre me distanciaba un poco más. La atracción de ese mar abierto, la inmensidad del horizonte, el golpear de las olas contra la roca enorme, el azul diáfano del infinito, todo era una llamada irresistible. Me llenaba de una paz embriagante al mirar desde lo lejos a la gente en la playa , alejada de todo y de todos, flotando en esas aguas claras y cálidas. Sentía ser astronauta en el espacio, mirando a mi planeta a distancia, siendo parte del todo pero observándolo imperturbable y ajena.
Cada verano el balneario se llena de gente. El sol quema las pieles blancas de turistas extranjeros mientras los visitantes del interior y los jubilados buscan la sombra que los almendros y las palmas de coco ofrecen. Sobre la arena, los estudiantes de vacaciones durante los meses de junio y julio, forman equipos de volibol playero; los niños hacen castillos o entierran sus cuerpos hasta el cuello y las parejas de adolescentes van dejando sus huellas o escribiendo sus nombres. Hoy, también yo, observo el ir y venir de las olas desde la orilla y escucho su murmullo suave y rítmico.
Tenemos la bendición de poder gozar de la playa el año entero. Aún en “invierno”, cuando las aguas están un poco más frías, disfrutamos de ella como en cualquier otra época. Cuando era niña, los viejos nos advertían que en diciembre cambiaba el viento y llegaban las aguavivas* a la ribera. Decían que si se pegaba una a la piel, producía un terrible ardor y que había que estar muy pendiente, pues eran casi transparentes y pasaban inadvertidas. Pero nunca me encontré una, así que lo tomé como un mito que mi madre repetía, para tratar de asustarme un poco. Para mí, como para mis hermanos y mis primos, no había nada más allá de nuestro océano, ni más estación que el eterno verano.
Nadé desde niña, por lo que me sentía tan segura en el mar como en tierra. Quizás por eso, me atrevía a lanzarme, sin ningún temor, desde la inmensa peña que divide nuestra playa en dos. De un lado, las olas se alzan violentas, iracundas; del otro, descansan pasivas, mansas. ¡Quién dice que son las mismas aguas! Ese caer sobre ellas, es lo más parecido a volar. ¡Una sensación indescriptible!
Aquel día caminaba con mi hermanito por la roca. Iba a enseñarle como tirarse al mar desde su cima, al igual que un día me enseñó mi hermano mayor. Tenía que saber exactamente el momento en que las olas se lo permitirían, y el punto exacto donde debía caer. Pero ese día el viento sopló más de lo acostumbrado, y luego cambió su rumbo. Al momento de lanzarme, percibí algo distinto en el ambiente. “No estamos en verano” pensé. Recordé las aguavivas , sentí nuevamente el golpe de aire, el batir de las olas y dudé. Ese instante de indecisión me hizo dar un paso en falso, y caí. Fue el último paso que di.
Hoy empieza oficialmente un nuevo verano. Allá, al frente, el océano. Aún no me acostumbro a contemplarlo desde este ángulo. Siento que voy a contramano. Lo miro desafíante desde mi silla de ruedas. Sigue ejerciendo un poder cautivador sobre mí. Pero esta vez me devuelve la mirada.
—Sigo aquí. Estoy viva —le grito victoriosa.
— Y tu hermanito también —le escucho responder.
Hoy el mar y yo hicimos las paces.
Elsia Cruz Torruellas
(Siluz)
Escrito para un ejercicio de "Tallerines" en Oct. 05
*aguaviva: La fragata portuguesa o aguaviva, es una especie colonial que vive flotando en la superficie del mar gracias al gran flotador que posee (pneumatóforo), que está lleno de gas, y que puede alcanzar los 30 cm de largo por 10 cm de ancho. Su picadura es muy dolorosa e, incluso, peligrosa para personas débiles o niños. El contacto con sus tentáculos provoca quemaduras en la piel. En determinadas personas sensibles puede llegar a provocar un shock anafiláctico y causar la muerte por paro cardíaco o ahogamiento.
6 comentarios:
El que haya visto "Mar adentro" de Amenábar no puede dejar de recordarla después de leer tu relato.
Dotas a tu personaje de una gran entereza para afrontar su desgracias, supongo que el hecho de que gracias a que ella se tiró primera su hermanito sobrevivió.
Besos, amiga,
Anabel, la Cuentista
Wow...
En un momento me vi sumerjida en la poza de Mar Chiquita... y la voz de mi amiga pensando que me había tratado el mar ... mientras subía para darle la noticia que seguía aquí.
Tengo un amor tan profundo por el mar que en ocasiones ni lo comprendo del todo.
Por otro lado el escrito me recordó, sin saber a ciencia cierta, la historia de Sandra Zaiter, quien en estos días estuvo de cumpleaños.
Estoy en total acuerdo con Anabel al decir que tus personajes los dotas de tanta entereza... a veces no puedo distinguir si verídico o no.
Siempre saco tiempo para llegar hasta aquí.
Ichión...
Un abrazo grande desde Mi MAR CARIBE...
Hermoso, como siempre.
Besos!!
Muy lindo tu blog. Respira dulzura, elegancia...
Un saludo desde el sur de España.
wwww.jesusdominguez.blogspot.com
Siluz:
Nuesros mundos se encuentran. Nací en la playa, justo frente al mar. De niña mi abuela no nos dejaba bañarnos en invierno porque el agua estaba fría y los peces se venían a la orilla y sobre todo, las aguavivas. Yo si las vi, muchas veces, muertas (ellas tan aguavivas) en la orilla. También los erizos están cerca en ese tiempo.
Mi mar es el Caribe. Siempre fue tranquilo por mi rumbo.
Un abrazo
Hilda
Me ha encantado el cuento, Siluz.
Sobre todo como describes el mar, y todo lo que le rodea: las parejas, los viejos, los turistas.
Felicidades, me ha gustado mucho, y de camino he visto el video: delicioso.
Por cierto, tu hija tiene que estar harta cuando le dicen que se parece a su madre. jajaja.
Un beso,
Juanma
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