2 de agosto de 2023

POEMAS DE MI PADRE



De mi padre conocí muy poco: su nombre, sus seudónimos, y los medios hermanos que estaban antes, entre y después del nacimiento de mi hermana y yo.  Sabía que nací gracias a una breve tregua, que salió de nuestra vida a mis escasos tres meses de edad y conocía la admiración que todavía sentía mi madre por su inteligencia, elocuencia y gallardía. Nunca permitió que nadie hablara mal de él, a pesar de todo lo que pudieran haber dicho, solo de su elocuencia, su talento como poeta y escritor y su pensamiento místico y filosofía. Siempre pensé que su imagen, sus palabras y hasta su recuerdo tuvieron más valor que su presencia.

Lo conocí a través de sus poemas, de las cartas a mi hermana, de recortes de periódicos y de los retratos y correspondencia que mi madre conservaba. Hemos fallado a su petición, quemarlas a su muerte. Algún día le cumpliremos.

Lo vi una sola vez. Recuerdo su mirada, entre curiosa y apenada, su mano temblorosa y ese único beso que muy tarde recibía. Aún se veía fuerte, apuesto, pero ya la muerte lo rondaba y lo arrastraría poco tiempo después.

Me alegra no haber vivido con él, hoy puedo verlo como nos lo presentó mi madre y lo visualiza mi hermana, a pesar de haber leído sus cartas, su romanticismo, su floreteo manipulador, sus promesas, sus palabras precisas, su poesía. No tengo razones para amarlo ni detestarlo, solo agradecerle a la vida las buenas cualidades que sus hijos y nietos pudieron haber heredado y la ausencia de malos recuerdos que empañaran su memoria. 


Estos poemas son parte de su legado.


Lucrecio Borgia,


o Perseo, el Fénix,


o Swami Shanti-Ram


o

Gabriel Cruz Martínez...


mi padre.








Desdoblamiento


Quiero que sepas que al ver tus cartas, anhelante,

he podido captar en ellas tu alma misma

La he visto llegar mimosa y fulgurante

y mi conciencia ha sangrado por la herida.


Una mañana blanca, el amor sacrosanto nos unió

y una gris tarde, la envidia nos separó.

Desde entonces, vagamos por rutas abismales

buscando olvido y paz cual sombras fantasmales.


Los caníbales humanos devoraron nuestra dicha

y hasta las flores hurtaron de nuestra casita.

Triunfaron la envidia y la mentira

malogrose nuestra dicha y nuestras vidas.


Ya no volverán jamás aquellas tardes,

no regresarán más nuestros bailes,

ni los paseos volverán.

Ya tú lo sabes.


Sin embargo, te siento palpitar en mí

y te siento llegar así todas las tardes.

No creas que al leer tus cartas he ignorado

que en ellas llegas tierna para abrazarme.


Eres tú la que ignoras que mi yo desdoblado,

al sentirte, se aleja y llega a ti para besarte.

Eres tú quien ignoras que tengo un cielo

en el que estoy siempre junto a ti porque aún te quiero.



Yo soy


Me has buscado arriba en el espacio
has creído encontrarme entre las flores,

me has pretendido hallar en el topacio

y en la magia sutil de los colores.


Me has buscado en el monte y en el valle

en el tenue perfume de la rosa,

en la vuelta graciosa de una calle

y en el ritmo exquisito de las olas.


Crees que existo en el alba y en la aurora,

que soy silencio inefable en la quietud,

que soy el tono de la dulce alondra,

del anciano, la paz, del niño, la inquietud.


Crees que estoy en la amapola roja,

en el jazmín, en la oración y el rezo,

que soy ternura, suavidad y beso,

voz de arroyuelo y rumor de hojas.


Por momentos, me intuyes en el verso

y sospechas que estoy en los contrarios,

que soy parte de negros y de arios,

de la aspereza y del encaje terso.


Te figuras que soy el absoluto,

el todo, el amor, el llanto, el luto.

A veces crees que soy suma de estrellas

que soy del místico, la santa huella.


Dondequiera me buscas y me esperas,

en el sol, en el agua, en las esferas.

Piensas que estoy en a prisa y la calma,

no alcanzas a entender que soy tu alma.


Piensas también que soy cima y abismo

no puedes comprender que soy tú mismo,

por ratos me imaginas en la luz

no llegas a saber que yo soy tú,

que en verdad soy la vida en vibración

y que estoy en tu propio corazón.





Me cuenta mi hermana: “Este es el texto que está dentro del cofrecito de madera de mami. Como les dije, está escrito a maquinilla en papel oficial del Departamento de Instrucción Pública. En la esquina superior derecha, mami estampó su nombre con lo que parece ser tinta de pluma fuente, que era lo que se usaba para la década de 1950.  Es una carta escrita por un padre "al hijo que vendrá un día", a aquel hijo que tardaba, que se hacía esperar, que no llegaba; y ya ansioso, su padre le escribe, lo invoca, no solo por él mismo que tanto lo deseaba, sino más "por ella". (SCT)

Tenemos la leve (no tan leve) sospecha que fue escrito por nuestro padre, Gabriel Cruz Martínez, (Swami Shanti-Ram ) aunque no hemos podido confirmarlo.

AL HIJO QUE VENDRÁ UN DÍA

En la cruz de mi cansancio te estoy esperando con las manos de par en par abiertas, palmas al cielo. Sé que llegarás de allí como la lluvia y me hice tierra para recibirte. Tierra emocionada. Vendrás del cielo, atravesando los países de la noche y de la ausencia. Neblinosos países de las vigilias, de las sombras fantasmas, con bosques petrificados y llagas sangrantes de volcanes.

Pero no temas, hijo. De tanto mirar arriba hice ya tu caminito. Un camino blando de humedades para que no te duela. Tu llegada a la tierra coincidirá con la muerte de una estrella. Vestirán luto en el cielo. Pero acá, los campanarios sacudirán el sueño de la mañana para que ese día el mundo se levante antes.

Ella también te espera. Livianito el andar, suaves como de algodón las manos y una canción de cuna en la garganta, ella también te espera en su esperanza. Somos así, dos voluntades barajando un futuro. Esperando... que es la forma más linda de morir la muerte, sin sentirla.

Vendrás del cielo, como la lluvia. Por eso, ella y yo, nos hicimos tierra para recibirte. Tierra doblemente emocionada.

Te veo llegar a través de sus ojos, que son una noche inacabable. Pero a veces, se nublan las estrellas. Mis manos, entonces, acarician su mirada. Y vuelven húmedas de su viaje.

Entretengo tu ausencia en los hijos ajenos. Hice barcos de papel, esperándote. Con tizas de colores dibujé rayuelas, esperándote. Y en los amaneceres del descanso fabriqué domingos rubios, esperándote. Siempre esperándote.

A ella le tiemblan las manos, y los ojos se le vuelven lágrimas sin ruido cuando acaricia los hijos de los otros. Se sonríe llorando. Y es que de tanto esperarte ya no sabe qué hacer con su ternura.

Mis noches para ti serán vacías de fantasmas y vientos agoreros. Nada de sombras ni de esquinas turbias. Ni ladridos lejanos, ni silbatos. La noche y yo, buenos amigos, hemos sellado un pacto solemne para tu llegada. Luna arriba y grillos abajo.

Te dibujo en el humo de mis cigarrillos. Y te dibujo así: Tendrás los ojos de ella, los cabellos de ella, las manos de ella. Su Dios y su cielo. Su ternura inacabable. Su plegaria y su grito. De ella, su infinito amor y su tristeza infinita. Todo de ella, porque ella es mejor que yo.

Te esperamos del cielo, como la lluvia. Y nos hicimos tierra emocionada para recibirte.


Ella le habla a Dios y piensa en ti. Canta a media voz una canción que es música de todas las músicas. Sabe también cerrar las puertas sin ruido y andar por las habitaciones en puntas de pie. Para ella duermes siempre. Y su ternura es tan mansa que sabe besarte sin que tu sueño se despierte.

Levantaré en mis brazos tu cuerpecito desnudo, bien en alto, y en mitad de la noche reventaré en un grito que los vientos llevarán por todas las rutas de la tierra.

¡Es mi hijo! Lleva mi sangre, mi apellido, mi esperanza y mi rabia. Luna, cielo, estrellas, hombres, morirán de vergüenza al escucharme. Previendo tu llegada y tu barullo, tengo mis planes hechos.

¿Soñar? En cualquier plaza y bajo el cielo.
¿Versos? En la mesilla de algún bar obscuro.
Estando en casa tú, tú eres el verso, y el cielo, y el soñar, y el mundo, y Dios.

Livianito el andar, suaves como de algodón las manos y una canción de cuna en la garganta, ella no se cansa de esperarte. Que tu primer beso sea para ella, y para ella también la primera palabra que articules, porque ella será la única capaz de comprenderla. No lo olvides, hijo: primero, ella, después, yo y el mundo.

Tendrás que saber de versos, pero también de yunques y martillos. Blanda la mano para el lápiz, recia para lo demás.

¡Ay, de mis libros cuando llegues! Tengo preparado un réquiem, porque sé que Platón morirá en tus manos, horriblemente despedazado. En los atardeceres saldremos a vagar por los barrios sin asfalto. Nos haremos amigos del perro vagabundo, de la cuneta, del sapo, de los niños pobres que no tienen 6 de enero, del caballo de la calesita, del malvón y de la rueda del molino. ¡La fiesta de barrios que nos daremos juntos! Volveremos cansados, empujando la noche. Sin hablar. Pero amigos, más amigos que antes.


Llegarás del cielo, como la lluvia. Y me hice tierra para recibirte. Tierra emocionada.

Yo no sé por qué vuelan los pájaros ni adónde van las nubes. Tenlo presente para no preguntármelo, porque me avergonzaría no saber qué contestarte.

Ella les tiene rabia a los caminos y a las vías. Los caminos traen, pero también llevan. Las novias llevan siempre. Son las únicas capaces de robar cariños a las madres. Por eso ella piensa en tus pantalones largos, en el primer cigarrillo. Y tiembla de rabia y de miedo.

Tus caprichos serán órdenes. Si me pides la luna, te traigo la luna. Si la estrella, la estrella. Si un verso, te daré el lápiz.

Ella te sueña manso. Yo, enamoradizo y decidor de cosas lindas. Amar, amar mucho y siempre, es justificar la vida. Por eso tuve treinta novias, a cual más hermosa y a cual quise más. Hijo, a ver cómo te portas tú.

Nunca te olvides de besarla, aunque te sientas hombre. A mí, no me importa. Pero las madres — no lo olvides nunca — las madres no perdonan el olvido de un beso.

Con las manos de par en par abiertas, palma al cielo, te estoy esperando en la cruz de mi cansancio. Sé que llegarás de allí, como la lluvia, y me hice tierra emocionada para recibirte.

No tardes mucho. Por mí y por ella. Más por ella que por mí.


Quisiera ser poeta



Quisiera ser poeta

para ofrendarte cadencias secretas

o convertido en ave

darte en notas y trinos, mis cantares.

O ser un mar de brumas

para ofrecerte en nieblas mis espumas,

o de alabastro el camino

que te aparte de rumbos serpentinos.

O ser níveo lucero

que en un rayo de luz bese tu pelo

o el vestido de encaje

que aprisione la juncia de tu talle.

Quisiera ser la lluvia

clara, fresca y rubia

que tu calor mitigue

o el bálsamo anodino

que calme tus angustias sacarino.

Quisiera ser cocuyo

y hacerle guiños en la noche oscura.

Quisiera ser tan tuyo

que en mi ausencia el espanto te estrujara

y cuando al fin yo regresara

mi presencia fuese para ti, locura. 

De nieve yo quisiera ser un copo 

que aliviase tu ardor y, con dulzura,

derretirme en tus labios, poco a poco.

Quisiera ser un cielo

para obsequiarte en nubes mi blancura

o ser mágico espejo

que devolviese en reflejos

vibraciones de amor y de ternura.




Milagro al amanecer


Y ya amanece:

el alba viste galas de plata

de rosa y grana. Ya la mañana

fresa y lozana, de oro y rubíes 

surge radiosa tras la alborada. 


Potros veloces, ígneos y audaces,

pintan de rojo montes y valles,

los flamboyanes, los platanales,

los cafetales y los maizales.

Alegres cantos pueblan los aires. 


Los ruiseñores, joyas aladas,

narran veladas alegorías,

cuentan febriles sus alegrías

mientras saludan al nuevo día

desde el alféizar de mi ventana. 


De pronto el cuarto

se vuelve aroma, se hace de oro,

se torna aurora, ¡estalla en luz!

Ella,Triunfante, entra y me besa

y soy resurrecto Cristo Jesús.



Con tus latidos



A veces miro el cielo pensando en ti

llegan mis ojos en vuelo a las estrellas

y me pregunto ansioso si en una de ellas

encontraré tus ojos pensando en mí. 


Interrogo a la noche si aún me amas,

al susurrante viento si eres feliz,

y comprensivo éste, me dice así: 

"Ella responde amante cual la reclamas,


son superfluas las ansias con que te afanas,

esa armonía triste, notas lejanas,

son solo la música de sus gemidos


que sus alas extienden y se dilatan

en el azul espacio en que se desatan

al ir a confundirse con tus latidos". 


 Las imágenes que ilustran los textos han sido capturadas de Internet. Si considera que he violado sus derechos de autor, por favor, déjeme un mensaje, y la imagen será removida de inmediato.

22 de junio de 2023

El anónimo


"¿Qué será de Borinquen, mi Dios querido?

¿Qué será de mis hijos y de mi hogar?" 

Rafael Hernández

(Lamento Borincano)


No sé si me llaman comevaca, tiznao o sucio. Son nombres que no me denigran, al contrario, me recuerdan que un día me pensé mosquetero. Aunque pasados tantos años, nadie parece recordar las lágrimas y sangre que cada uno de esos epítetos encierra. Ahora mis nietos se ríen, en su ignorancia no imaginan su significado real. Yo soy solo uno más, no cuento, no pasaré a los libros de historia, ni siquiera en la lista de heridos o muertos. Soy un anónimo, sigo aún en este plano. Los verdaderos valientes, los grandes, los que nos motivaron y dirigieron, nos dejaron muy pronto. Los mataron en una guerra que teníamos perdida antes de comenzarla. Quisimos defender una autonomía que, aunque tarde, por fin habíamos conseguido. Desconocíamos ser fichas de un plan estratégico ya trazado. Ellos nos vendieron promesas y sueños, llegaron hablando de libertades y redenciones e ilusos, caímos en el engaño. Así, la esperanza se convirtió en desencanto, perdimos todo el camino avanzado en cuatro siglos de lucha y nos enfrentamos a un futuro incierto por el que, algún día, estos nietos nos juzgarán y culparán.

Tenía diecisiete años en ese fatídico año del 98. Terminaba el siglo 19 y los imperios europeos perdían sus colonias americanas. Un siglo nuevo asomaba con vientos prometedores y yo, con toda la pasión característica de la juventud, me lancé a la aventura. Unido a muchos otros chicos, voluntarios también, sin más entrenamiento que nuestras ganas de victoria y fe ciega en nuestro "D'Artagnan de Mayagüez" nos tiramos a combatir un ejército superior, bien armado que tenía el fin preciso de arrebatarle nuestra tierra a España.

Hasta entonces viví con mis padres y mis cinco hermanos menores en Mayagüez, al oeste de la isla, en una casita próxima a la del patrono. Teníamos un pequeño huerto que nos daba para subsistir. Mi madre criaba a los chicos y hacía labores de aguja para las señoras de la ciudad. Mi padre y yo trabajábamos en el cañaveral, él ganaba treinta y siete centavos pero como yo era aún niño, solo me pagaban diez. El horario era de sol a sol, aunque en tiempos de zafra, comenzábamos a las dos de la mañana. Me parecía agotador, abusivo pero a aquellos hombres que habían dejado su vida en aquellas tierras ya no parecía importarles. La desesperanza de la rutina los había resignado a la miseria inevitable.


Fue para ese tiempo, tendŕia yo unos trece años, que oí hablar por primera vez de Juan Ignacio Bascarán, militar ya retirado. La gente le decía Juancho, y lo llamaban el "gobernador" de la pequeña isla de Mona, próxima a la costa de mi pueblo. Claro que era un cargo que no existía pero decían que, gracias a su defensa, compañías extranjeras no la ocuparon. Él me hizo pensar que luchar era posible, que podíamos aspirar a una vida mejor, que los Goliat sí podían caer bajo la honda de los David.


Cuatro años después volví a escuchar de él. Había estallado la Guerra Hispanoamericana y se decidió a retomar el servicio militar al enterarse que tropas estadounidenses habían entrado por la bahía de Guánica, al sur de la isla. Contaban que solo se oyó el aviso del farero: ¡"trece buques de guerra americanos están entrando por la bahía"! Era el 25 de julio, día de Santiago, y la bandera española ondeaba festiva al viento. Sin resistencia alguna, la arriaron e izaron en su lugar la de franjas y estrellas. Al verla, la tropa que custodiaba la costa abrió fuego, acción que provocó un contraataque desde los buques quedando heridos tanto el teniente como algunos de su tropa. De ahí en adelante, el desenlace se precipitó en dos meses. No es cierto que este ejército fue invitado y mucho menos, que respondiera a una llamada de auxilio cuando tan solo meses antes había bombardeado la capital y provocado el pánico de los sanjuaneros. Si fue recibido con cierta algarabía fue porque muchos residentes se habían sentido abandonados por la "Madre Patria" pues los refuerzos esperados no llegaban. No podíamos sospechar que la Armada que nos daría seguridad había sido destruida en Santiago de Cuba.

Así las cosas, decidimos unirnos a la tropa del Capitán Juancho Bascarán. Éramos alrededor de cincuenta voluntarios, inexpertos, ansiosos, con la ilusión y energía optimista de la juventud sumada a la admiración y fuerza que nos daba tener al mismísimo Capitán frente a nosotros. Deberíamos tener un aspecto muy desafortunado pues el mismo pueblo nos llamaba los " sucios". Quiźas porque solo contábamos con un uniforme que, ciertamente, no lucía como para un desfile militar. Pero nuestra misión iba mucho más allá, no pensábamos en honores ni medallas, queríamos seguir siendo lo que ya éramos, no súbditos españoles ni colonia estadounidense, solo puertorriqueños.

Tras varios encontronazos, interpretados por los conquistadores como derrotas, terminó la guerra. ¡Si nos hubieran dejado batallar un poco más! No sé si es que lo veo a través de mis lentes opacados por el tiempo, pero creo que si no hubiera llegado tan pronto la orden de suspender las hostilidades, otra hubiera sido la historia.

¡Ay,  Capitán Juancho!  Como me gustaría haber tenido tu firmeza y gallardía.   Tuve miedo, me escondí entre los montes, me asustó lo que pasó entonces, la violencia que se desató, los ataques a los peninsulares, con o sin razón, la quema de cosechas y haciendas, el caos que veía venir y temí que tocara a los míos.  Huí con mi familia y callé.  Me interné en las montañas del centro de la isla, olvidé hasta mi nombre y no volví a hacer mención de haber sido parte de los guerrilleros de Bascarán. 


Con sorpresa, supe que el valor del Capitán era reconocido por los americanos  quienes le ofrecieron unirse a su ejército con el mismo rango.  ¡Qué osadía! El Capitán conservaba su entereza y orgullo. Por supuesto, rechazó la oferta y con ese desaire, posiblemente, firmó su sentencia de muerte.  Siendo un hombre de armas , por alguna razón que desconozco, se vio envuelto en un duelo que no provocó.  Fue arrestado y todavía hoy nadie puede explicar cómo  ni por qué amaneció ahorcado en su celda.  Estoy seguro que no fue un suicidio, yo conocí al Capitán.  A sus cuarenta y cuatro años lucía fuerte, decidido, seguro, solidario, no temía al peligro ni lo evadía.  Era nuestra inspiración y  guía.  Sé que hubiera enfrentado cualquier cosa pero jamás hubiera abandonado a sus compañeros en esos tiempos tan cruciales.

¿Qué somos ahora?  Yo, nadie.   Lo que para  los otros fue una "guerrita espléndida" a nosotros nos costó la patria.   Cuándo nos dieron, sin preguntarnos, la ciudadanía que no pedimos, nos convertimos en extranjeros en casa.  Mis hermanos fueron reclutados para pelear en tierras lejanas, por causas  desconocidas y contra enemigos ajenos. Tengo casi setenta años, estoy viviendo en esta mitad del siglo XX "problemático y febril", sin valores, sin ideales, sin dignidad Se rumorea que vendrán cambios, de que ¡por fin! se firmará una Constitución y  aunque ya podemos votar por quien nos gobierne, soy viejo para creer en cuentos de hadas.  Ya he tenido tres ciudadanías, una propia y dos foráneas, veo que la integridad no rinde frutos, que la fe no mueve montañas, que la isla es arrastrada por fuerzas materiales que vencen el honor y la decencia.  Me avergüenza ser tan cobarde como entonces,  viendo venir el golpe de agua y dejándome llevar por la corriente.   Pero…queda mucho siglo aún, ¡quizás  no ha nacido aún nuestro Bolívar!

Siluz

11 de junio de 2023


fotografía del Capitań Bascarán tomada de: http://www.proyectosalonhogar.com/enciclopedia_ilustrada/Documentos_historicos/Protagonistas/P12.htm

10 de febrero de 2023

Señora de las siete décadas

 (Enlazando hilos de una misma historia)



"La vida no es lo que uno vivió 
sino lo que recuerda 
y cómo la recuerda para contarla"
Gabriel García Márquez


Septuagenaria... palabra fuerte.  Sinónimo de envejeciente,  “baby-boomers”, persona grande, de edad avanzada  o de la tercera edad… Cuántos eufemismos para evitar decir vieja.  Señora, no ya de las cuatro décadas, como dice Arjona, sino de siete.. pues, como canta Ana Belén, “yo también nací en el ‘53”.


Fui una niña feliz, y me atrevo a decir que así me siento a veces, como si aún fuera esa niña. Quizás es que, en realidad, nunca me abandonó o que estos setenta años volaron y no le dio tiempo a escaparse.

La primera década (1963) terminó abruptamente con la partida de mi abuelo. Vivíamos siete en la casa: mis abuelos Juan y Esperanza, mis tíos Lydia y William, mami, mi hermana Sandra y yo.  Papi, como siempre lo llamé, tenía a sus 83 años,  esa fortaleza, serenidad y seguridad que solo tienen los que han vivido con responsabilidad y fe.  Así se fue, y conocí lo permanente que es la muerte. Fue él quien le dio forma a la casa de Roosevelt. Aún quedan en la verja las granadas, residuos de la Segunda Guerra Mundial, y en una de sus columnas, el viejo semáforo, pieza del ya extinto ferrocarril donde trabajó. Era un contador de historias, aún me parece verlo sentado en su sillón en el balcón, fumando el habano de la tarde.
De esa primera década no recuerdo mucho,  mi memoria me traiciona con frecuencia.  Los buenos recuerdos tanto como los malos, se confunden, se mezclan, se pierden.  Si sé que contamos siempre con el respaldo de Tata, gran amiga venezolana de abuelita, que se convirtió en un pilar de la familia.  Y que mi camino tuvo como norte el de mi hermana.  Siempre traté de seguir los pasos de Sandra y de repetir sus logros.  Conté con su guía y orientación, hasta con sus mapas.  Y por lo general, lo conseguí.
Representé a mi clase de segundo grado en una coronación escolar. Una coincidencia del destino me haría conocer, muchos años después, a la hermana de mi maestra, la Sra. Martínez, y trabajar con ella en el Centro Cultural de Vega Baja.  No llegué a reina, creo que fui segunda princesa. Estaba muy orgullosa de mi traje, inspirado en el flamboyán, y que estaba pintado a mano en toda la tela amarilla.  Por poco no puedo estrenarlo, el asma quería dañarme la fiesta, pero desfilé, con mi abuelo a mi lado, sombrilla en mano, por si llovía.
Mami trabajaba en la Sección de Nóminas del Departamento de Educación.  Me encantaba ir con ella a su trabajo y ver aquella máquina que llamaban computadora, tan grande que tomaba toda una pared, llena de agujeros, al que le insertaban cables, los cuales cambiaban cada cierto tiempo de sitio.  De la misma, salían unas tarjetas de colores con orificios pequeñitos rectangulares y que nosotras enumerábamos con un instrumento que iba cambiando de número. 
Recuerdo con mucho cariño a las monjas Trinitarias.  El convento quedaba tras de casa, y en la capilla tenían un Niñito de Praga, al que le cambiaban la ropa.  Fue una gran tristeza cuando le encomendaron el Colegio a otra Congregación.  Sin embargo, no tuve muchos problemas, tengo que aceptar que fui estofona y seriecita. Me gustaba estudiar y participar en todas las actividades extracurriculares que pudiera.
Siempre conté con el apoyo de mami.  Si quería ser niña escucha, mami era líder de la tropa.  Hasta abuelita iba a todos los campamentos allá en el Elisa Colberg.   Nunca fui sola a una fiesta, mami se quedaba en las mesas, junto a otras madres,  hasta que nos cansábamos de dar vueltas, porque poco era lo que bailábamos.  No había tiempo para aburrirse. Paseábamos por la isla en caravana, a la playa, al Yunque, siempre rodeados de amigos que veían en mami a otra madre. Tomaba clases de guitarra, de baile, de natación; pertenecía a las Hijas de María, a la JAC, al Club de Filatelia, al Drama Club.  Mis compañeros y amigos  fueron más o menos siempre los mismos, pues eran mis primos o eran del Colegio donde estudié desde kínder o  vecinos de la Urbanización Roosevelt, donde siempre viví. Del Colegio La Merced pasé a la Universidad, Recinto de Río Piedras, como si fuera un paso lógico, necesario, sin tener una idea certera de a qué facultad quería ingresar.

Cerré mi segunda década – 1973 –  con el viaje a Disney-NY-Canada.  Sandra se graduaba de la UPR, y yo, tomé mi regalo anticipado. Fue una época de cambios y decisiones que marcaron lo que sería mi futuro.  Estudiando el año básico, solicité admisión a la Facultad de Humanidades para estudiar Teatro.  Años  inolvidables los de estudiantes, nuevas amigas que serían para siempre. A pesar de que seguía viviendo en casa, todo era distinto. Estudié, me divertí, hice teatro, descubrí la vida nocturna de San Juan, el café teatro La Tea, la nueva trova, la música de protesta, vi por primera vez a Serrat, seguí todos los conciertos de Danny Rivera, fumé, bebí, gocé mi juventud sin desaprovecharla y prueba de esto es que me gradué con honores a los 21 años.
Trabajaba en el Dispensario de la parada 19, cuando se me ofreció la plaza de teatro de la escuela superior de Vega Baja.  Pensé no aceptarla, ya tenía una plaza permanente en MedicAid, vivía en casa y no tenía gastos mayores. Sin embargo, no era eso lo que había estudiado y aunque económicamente salía perdiendo, decidí aceptarla.  Mi hermana ocupaba una plaza del Seguro Social en Manatí, y quería irme con ella.  Así, a mis 22 años me convertí en la maestra de teatro de la Escuela Superior Lino Padrón Rivera,  puesto que ocupé hasta  cumplir los treinta años en el gobierno y poder retirarme, a pesar de no contar con la edad requerida para la jubilación.  Un año después ella se trasladó a San Juan pero ya Vega Baja me había robado para siempre.

Terminé mi tercera década - 1983- , casada, con dos hijos Maritza BeatrizNoel Ernesto  (Juan Noel llegaría al año siguiente).  A través de los años, me di cuenta que había escogido la profesión correcta, que podía llegar a los estudiantes por medio del teatro y me sentí orgullosa de la labor realizada.  Estuve activa en actividades culturales y sindicales, a través del Centro Cultural de Vega Baja y la Federación de Maestros de Puerto Rico.

Para mi cuarta década-1993 - estaba divorciada, con tres hijos, viviendo con ellos y para ellos, contando hasta su partida con la inmensa ayuda de mami, de la incomparable titi Lydia, (a abuelita la había perdido en el 85) y doña Gloria, mi “siempre suegra” como ella misma se llamaba, tres madres que nunca me dejaron sola.  Disfruté ver crecer a mis hijos, vivimos juntos alegrías y decepciones, logros y tristezas, escuela y diversiones, playa, aventuras, risas y lágrimas.  Nos acostumbramos a estar juntos, a compartirlo todo, a dividir todo entre cuatro.  El teatro se convirtió en pieza clave en el tablero de mi vida y por osmosis,  en la de mis hijos. Nuestros amigos se convirtieron en compadres, los hijos de todos en primos, y nacieron nuevos lazos que serían eternos. Fue a principios de esta década que conocí a mi padre biológico, un día de Acción de Gracias. Así sin aviso, sin esperármelo, le di el primer y último beso de nuestras vidas. Lamentablemente, en esta década también se lo di a mi madre.

En la quinta década -2003- empecé el conteo regresivo para el retiro, con nuevos planes y proyectos, que aunque no se concretaron, me permitieron dar ese paso con muchas ilusiones. Mis hijos se graduaron de la escuela superior (le di clase a los tres), buscaron sus rumbos, abandonaron el nido… y descubrí el Internet. Nuevas amistades, nuevos retos. Fue ese año que di el primero de muchos viajes a Buenos Aires y San Miguel y por lo que ahora, 10 años después, tengo nuera y dos nietos argentinos. 
Me enfrenté a que mis hijos dejaran de ser “los hijos de Elsia” y  se refirieran a mí como la mamá de ellos. 
En todas las épocas hubo personas, amigos, que me ayudaron a seguir adelante.  Gente que me ayudó a moverme  para que pudiéramos ir a actividades escolares y deportivas, que me respaldaron en el proceso de crianza.  Gente que me acompañó en los momentos más felices y me ayudó a superar los más difíciles. Gente que lloró conmigo y río conmigo, gente que me motivó a desarrollar mis talentos, a olvidar mi timidez, a luchar por mis hijos y por mí misma, para que ellos se convirtieran en los adultos que son y yo me sienta hoy realizada. Por miedo a omitir a alguien evito mencionar nombres, pues fueron muchos los ángeles que encontré en el camino, muchos de los cuales aún siguen a mi lado.
En ocasiones siento que algunos episodios de mi vida pertenecen a otra persona, que viví por momentos una vida prestada.  Cuando miro atrás y pienso en la hija, en la maestra, en la actriz y directora, en la amiga, en la joven que un día fui, me parecen escenas envueltas en un sueño, partes de una película ajena. 

Cerré esa sexta década (2013) con la hermosa e inigualable experiencia de ser cinco veces abuela. (La benjamina no llegaba todavía)  Un amor distinto, no más grande pero quizás sí más tierno, más divertido.  Disfruto  ser la maestra en casa de Edil Nahuel, comunicarme en la distancia con Germán Emilio, haber estado en el nacimiento de Luna Esperanza, (gracias, Vane, por este privilegio) tener en la isla a Mía Beatriz y Urayoán Noel.  Si emocionante es que te digan “mami”, indescriptible es escuchar abuela”. Y ni decir del poder de persuasión que tienen las palabras “abuelita linda”.
Escribir cuentos, llevar un blog y participar en talleres literarios me ilusionan.  La tecnología de este nuevo siglo y el avance de las comunicaciones me maravillan. El respeto a las canas y la silla asegurada son algunas de las recompensas de la edad. Ser la abuela en la casa donde fui la menor de las nietas y que ya no esté nuestra "titi-gue" en ella, es una sensación bien extraña.  No han pasado seis décadas en vano.

Cierro otra década, la séptima, (2023) mucho más rápido de lo que pensé.  Tomo este escrito de hace diez años para actualizarlo y me pregunto si volveré a hacerlo.  El tiempo lo dirá.  Agradezco a Dios haber llegado aquí, con salud, energía, con menos dientes pero mejor vista y a pesar de ser una época tan extraña, de tantos sucesos locales y mundiales, con esperanza.
Nuestra isla está en la ruta de los huracanes. Sin embargo, en toda mi vida no vi uno como el que nos azotó en el 2017. María atravesó la isla, nos dejó sin servicio eléctrico por meses, destrozó viviendas y sembrados.  Fue la causa, directa o indirecta de miles de muertes, entre ellos la de la abuelita Gloria, y de la separación de muchas familias. Aura Celeste, quien se había unido a mi clan de nietos en el 2014, tras María, vive con su mamá y hermana en Orlando.  Y por eso, aunque Mía y Urayoán se establecieron en Puerto Rico, sigo teniendo tres nietos lejos de la patria. 
Estrenamos nuevo hogar, nuevo ambiente en nuestra amada Vega Baja, con nuestras mascotas Marlon Brando y un gallito que Nahuel bautizó como Winter Nicolás. 
El 2020, un año que sonaba tan impactante, olímpico y eleccionario, nos sorprendió con un terremoto y sus réplicas,  eventos que no se habían repetido en un siglo. Jamás como el que ocurrió precisamente el día en que cierro esta década en Siria y Turquía, pero desastroso en especial para los pueblos del sur.  ¡Cuánta destrucción, miedo y dolor!  Y para confirmar nuestra fragilidad, un pequño virus nos encerró en nuestras casas sin hacer caso de fronteras, razas o distinciones.  El Covid-19  se convirtió en una pandemia, una experiencia que no conocíamos y que provocó muchas lágrimas.   Nos distanció físicamente, cambió nuestra rutina, nos aisló, nos obligó a usar mascarillas y a tomar precauciones excesivas para evitar el contagio.  
Aparte de mis tres césareas, no había sido hospitalizada.  Mi vesícula me traicionó y me recluyó por 17 días, en un mes que prometía tanto.  "De vez en cuando la vida... nos regala un sueño tan escurridizo que hay que andarlo de puntillas para no romper el hechizo".  Y a veces se pisa demasiado fuerte. 
Duele que los seres que amamos se nos vayan sin adiós ni despedida. Algunas partidas son inevitables, otras incomprensibles. Saber que dos hombres que amé se me adelantaron en el viaje definitivo fue muy triste.  Pero perder a mi único sobrino fue algo inesperado. "La muerte para los jóvenes es naufragio y para los viejos es llegar a puerto".


Disfruto los juegos de fútbol ahora tanto o más que los de béisbol o baloncesto. Ver a Messi levantar la copa del Mundial fue un sueño de años cumplido.  Quisiera ver a Yadier y el "Team Rubio" levantar la del Clásico Mundial de Beisbol después de dos veces "casi ganadores". 

Pues ¿he cambiado tanto? No sé...
Pensaba  antes que los Beatles era el mejor grupo musical del mundo y que nunca pasarían de moda.  Hoy estoy segura de ello.
Creía que Danny Rivera era la mejor voz masculina de Puerto Rico y Joan Manuel Serrat el mejor cantautor del mundo.  Hoy lo sigo  creyendo
Entonces no me gustaban los salones de belleza, el maquillaje excesivo ni las joyas.  Como no me gustaban los mariscos ni las aceitunas. Todavía no me gustan.
Pensaba que no había diferencias entre clases sociales, razas, culturas.  Lo sigo pensando.
Me apasionaba la literatura, la música, las artes y los deportes.  Me siguen apasionando.
De joven creía que la libertad era un derecho de todos los pueblos y que mi patria, como toda América, podía tenerla.  Creía en la posibilidad de un mundo mejor, en la solidaridad, en la tolerancia, en que la mayoría de los seres humanos son buenos y podíamos vivir en paz.  Hoy, a pesar de todo…. lo sigo creyendo.

No niego que temo a la ancianidad. "Lo más temible de la vejez no es la soledad sino la dependencia", escribió Isabel Allende.  No me gusta la idea de convertirme en un problema por lo que agradezco a Dios cada día en que me permite ser solución.
Deseo que mis hijos sigan reuniéndose, apoyándose, cuidándose uno al otro cuando yo no esté. Ruego que mis nietos logren sus sueños, alcancen sus metas y se sientan realizados en su adultez. 
No sé que traerá el futuro ni cuań largo sea. Soy parte de una generación que ha caminado por dos milenios, dos siglos, siete décadas y sigue en pie.  He sido bendecida por la familia en que crecí, la que formé, mis hijos, sobrinos, nietos, sobrinos nietos, los amigos que coincidieron en mi espacio y tiempo, las que me han acompañado por décadas, los que llegaron poco o mucho después y se hicieron familia, con aquellos que compartí estudios, trabajo, luchas, sueños, horas de conversación, juegos y música, alegrías, tristezas, proyectos, preocupaciones y aficiones.  No me puedo quejar, he sido una mujer afortunada pues "los mayores tesoros que tengo, no los he comprao".


Muy cerca de mi ocaso, yo te bendigo, vida,
porque nunca me diste ni esperanza fallida,
ni trabajos injustos, ni pena inmerecida;
porque veo al final de mi rudo camino
que yo fui el arquitecto de mi propio destino;
que si extraje las mieles o la hiel de las cosas,
fue porque en ellas puse hiel o mieles sabrosas:
cuando planté rosales, coseché siempre rosas.
...Cierto, a mis lozanías va a seguir el invierno:
¡mas tú no me dijiste que mayo fuese eterno! 
Hallé sin duda largas las noches de mis penas;
mas no me prometiste tan sólo noches buenas;
y en cambio tuve algunas santamente serenas...
Amé, fui amado, el sol acarició mi faz.
¡Vida, nada me debes! ¡Vida, estamos en paz!



(Este escrito fue publicado por primera vez como Señora de las seis décadas el 10 de febrero de 2013.  Ahora, diez años después, tengo la fortuna de poderlo actualizar.  )