13 de junio de 2007

CATARSIS


"Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón,
con toda tu alma y con toda tu mente.
Éste es el primero y el más importante de los mandamientos.
Pero hay otro semejante a éste:
Amarás a tu prójimo como a ti mismo.
Toda la Ley y los Profetas
se fundamentan en estos dos mandamientos
."
(Mateo22, 37-40)

Así viví toda mi vida. Para honrar a un dios que creí justo y misericordioso. Amarás a Dios sobre todas las cosas. ¡Maldito sea! No puedo adorar a ese dios que hoy me paga así. Rosario diario. Ayuno y abstinencia. Misa y comunión todos los domingos y días de guardar. Santificarás las fiestas. ¡Maldita sea mil veces!
Él creyó en sus palabras, en las promesas de villas y castillos. Le llenaron los ojos de posibilidades inexistentes y la mente de espejismos. No podían esperar a que tirara al aire su birrete de secundaria; estaban a la puerta del salón de clases para ofrecerle el paraíso. No dirás falsos testimonios ni mentirás. Los muchachos no aprenden por cabeza ajena. No escuchan consejos. Se lo advertí una y otra vez: “Estás firmando tu sentencia de muerte.” No me obedeció. Honrarás padre y madre. Los viejos no saben nada; no los comprendemos hasta que no lo somos. Y mi niño jamás tendrá la oportunidad de darse cuenta. Te fuiste a meter en la boca del lobo y, mi chiquito, allí no pude entrar a sacarte.
Te protegí tanto. ¿A dónde fueron a parar mis cuidos, mis esfuerzos, mis enseñanzas? Quise ser tu ejemplo. No consentirás deseos impuros. Nunca deseé a nadie más que a tu padre y cuando él se fue, solo te miré a ti.
¡Cuánto te amamos! No sé cómo se sobrepondrá Carmita. ¿Quién secará las lágrimas de esa chica que aún te espera? De esa niña que no tocaste, a quien respetabas con el sueño de hacerla tu esposa. No cometerás actos impuros. Y ellos les privaron del derecho de crecer.
Nunca le hiciste daño a nadie. Ni siquiera a aquel pollito azul que te regalaron en la escuela para Pascuas. Sé que fue un accidente. Pensaste nadaría como un pato. “Mamita, te lo juro por Dios, no fui yo.” No usarás el nombre de Dios en vano. “Él solito se metió a la bañera.” “Mi niño, si dices mentiras, la Virgen llora.” Y fuiste tú quien lloraste, incrédulo al comprender que la muerte es irreparable.
Te enseñé a reverenciar la vida, a valorar a todos los seres vivientes. No matarás. Nadie me explicó que la ley estaba abierta a excepciones. En la guerra, todo vale. Un día te encuentras frente a frente con otro joven como tú, con tus mismas preocupaciones y ansiedades, con tus mismas ilusiones y esperanzas, fusil en mano; tú o él. ¿Cuál es la diferencia entre ambos? Él nació en un lado del mundo y tú en el otro. No tuvieron elección. A él le toca defender las creencias de sus padres y a ti, una bandera ajena. Este maldito trapo estrellado que hoy me entregan en pago por la vida de mi hijo. ¿De qué me sirven a mí las honras que hoy te hacen? Si lo que les importa a ellos es el poder, las riquezas, la victoria. No codiciarás los bienes ajenos. Todo eso lo pagamos con la sangre de nuestros hijos. Y el corazón que nos destrozan.
¿Quién decidió por él? ¿La mano de un comandante en una oficina oval, la palabra de un general en medio del desierto? ¿Quién, quién me arrebató a mi niño? No robarás. ¿Quién me lo va a devolver?
¿Cómo puedo amar al prójimo si ya no me amo a mí misma?
Dios mío... ¿por qué me has abandonado?


Elsia Luz Cruz Torruellas
(Siluz)