23 de abril de 2013

Dayanara: un cuento


No sé cuál fue el propósito de mi madre al bautizarme Dayanara.  Tuve la malísima suerte de nacer el 22 de mayo de 1993, un día después que la puertorriqueña Dayanara Torres ganara el certamen de Miss Universo en la ciudad de México.  Quizás quería que me acompañara su buena estrella, o que el universo compartiera conmigo parte de  la luz que ella irradiaba esa noche, pero fue la peor idea de su vida... y la  mía.


Mientras Dayanara lucía unos ojos celestiales, mis ojos eran pequeños y miopes.  Su pelo negro y sedoso en nada semejaba al mío, grueso y sin brillo. Los ganchos en mis dientes, tal vez, podrían darme una sonrisa parecida a la de ella, pero jamás alcanzaría su estatura ni sus medidas perfectas.  Más bien, fui siempre  regordeta, bajita, tímida y asustadiza.  Me odiaba a mí misma, ¿pero cómo no?  Yo era una niña fea con la terrible condena de llamarse Dayanara, sinónimo de belleza.

Detestaba que me preguntaran mi nombre. Cuántas risitas reprimidas oí, cuántas veces el mismo libreto repetido, la misma broma.  Hastiada, solo  miraba esas caras ridículas y estúpidas que todavía esperaban que las felicitara por su presunta originalidad. 

¿Cómo te llamas?
—Dayanara…
—Chica, ¿pero qué te pasó?
O bien: “Con razón Marc Anthony te dejó”, o “Claro, la versión en negativo”.

Sin embargo, ahora, a punto de cumplir mi mayoría de edad, cuando tengo la opción de cambiarlo,  no lo haré.  

Ayer conocí a un chico en la biblioteca.  Lo oí solicitar un libro en reserva para la clase de química. Yo lo tenía en mis manos.  Fue tanta su desesperación cuando la bibliotecaria le comunicó que no estaba disponible,  que osé acercarme y le ofrecí compartirlo.   “Graciaaas…” susurró; así, alargando la a, esperando, tal vez, que yo terminara la frase con mi nombre.  No lo dije, y él tampoco el suyo.  Lo invité a la mesa y nos sentamos a trabajar.  Lo noté cortado, cohibido, vergonzoso, como debían verme los demás a mí.  Usaba unos lentes muy gruesos, que agrandaban sus ojos de manera descomunal, un recorte casi a ras y una barba algo descuidada que no lograba ocultar una cicatriz sobre el labio superior.  No era muy alto pero sí muy delgado, diría que se veía hasta frágil, enfermizo.

Al salir, me dijo: “Has sido hoy mi ángel.  Este examen es muy importante y tenía muchas dudas.  No  las habría resuelto sin ti. Si no paso esta clase, pierdo la beca y no puedo darme ese lujo.  Me matan en casa”.   Y se fue corriendo, como con miedo de dañar el momento o la amistad que empezaba a nacer. Sentí un alivio enorme, al saber que no tuvo la oportunidad de decepcionarme con algún chiste de mal gusto, cuando oigo a la bibliotecaria llamar:
—Clark Kent, encontré otra copia del…  ¿Se fue el chico que estaba contigo?

No te imaginas, Clark, cuánto te comprendo.  Nos tenemos que volver a ver, porque te lo tengo que decir.

Siluz  (3/2013)

Dayanara Torres Delgado es una reina de belleza, bailarina, modelo, actriz, cantante, animadora y escritora. El 21 de mayo de 1993, en el Auditorio Nacional de México, México D.F., Dayanara Torres se coronó como la tercera puertorriqueña en obtener el título de Miss Universo. . Contaba con 18 años de edad, siendo una de las Miss Universo más jóvenes de la historia. Conocida también por ser la primera esposa del cantante Marc Anthony.
Clark Kent
es la identidad secreta del superhéroe de ficción Superman.

15 de abril de 2013

En la brecha

José de Diego:
Este poeta, abogado, político y orador, nació en Aguadilla, Puerto Rico el 16 de abril de 1866  y falleció el 17 de julio de 1918.  Gran defensor del idioma español y de la cultura puertorriqueña, se le llamó "el Caballero de la Raza".

En su escrito <El Problema de Puerto Rico>, de Diego afirma sobre nuestra relación con los Estados Unidos: 
 “No sólo nos separan los abismos del mar y el agrupamiento de nuestra población, sino otros más impenetrables abismos y más impenetrables agrupamientos. Diferencias étnicas, históricas, sociales, jurídicas, de temperamento, de raza, de idioma, de costumbres, de cuerpos y de espíritus, que proceden de cien generaciones y treinta siglos, trazaron en el tiempo y en la vida de ambos pueblos tan hondas divisiones, tan resistentes núcleos, que su unión política sólo es asequible por un frágil artificio, por una ficción absurda, en contra de irrevocables hechos de la naturaleza y de incoercibles principios de la ley moral”.

 “No os asuste nuestra pequeñez, ante la grandeza de nuestro pensamiento, que lo mejor para lo pequeño es subirse a lo grande, y sería curioso ver qué pueden un elefante contra una hormiga en un oído, un rinoceronte contra un gorrión en el cuerno, un águila contra un piojillo en el párpado, una ballena contra una lapa en el hombro”.