31 de octubre de 2016

Dolor de patria

     La patria me duele, me duele mucho,  pero sigo sentada frente a mi computadora pensando en lo que podría ser, en lo que debería ser. Desde la comodidad tranquila de mi revolución virtual, de mi rebeldía de teclas, me desespera ver a los políticos enfrentarse en debates absurdos, burlescos. Juro que no votaré por los mismos y se aparecen sonrisas burlonas diciéndome: claro que lo harás, no solo tú sino todos ellos, los que hablan mucho y dicen poco, los que hablan poco y hacen menos, los que siguen las masas, los que son dominados por los medios, los súbditos y creyentes, los ingenuos y fanáticos, todos votarán por los mismos colores e insignias que votaron antes sus padres y sus abuelos. Intentarán evitar que gane el hijo de papá, del  autodenominado “mesías” pero, él triunfará de todas formas, porque lo dicen las encuestas, las probabilidades, el FBI, la justicia de doble vara, el destino y hasta la rueda más hermosa, la que brinca la tortuga. 

     Sí, mi patria me duele, porque mi suerte va unida a la suya, la mía y la de mis descendientes, los de sangre pirata y leones conquistadores ligada a mi casta negra, taína y caribeña. Porque anudamos nuestra estrella a las del norte, mientras ellos se aferran a escuchar a la humillada ex primera dama discutir con el ridículo y decadente millonario sin poderse explicar cómo ambos llegaron a dónde están.  Cuando nos olvidamos de que, la mayoría de ellos, los amos de antes y los de ahora, no sabe que existimos, ni siquiera dónde está la pequeña isla desconocida y hermosa que consideraron un rico puerto y no lo era, que no resultó ser más que una manchita apenas visible en el planeta, esa esfera que sigue girando alrededor del brillante astro que juraban grande pero nunca lo fue, ese mundo que ocupa  el rinconcito que le dejaron en este vasto universo, esa tierra que pensaron plana y  tampoco lo era pues, si lo habrían creído de veras no se hubieran lanzado a la mar y, tal vez, seguiríamos descontaminados de la hipocresía de los civilizados, de sus misioneros sanguinarios, de sus buscadores de tesoros, de los gobernantes codiciosos, de reyes y reinas y hasta del Cordero. Y nadie hubiera dicho Juan es su nombre, y seguiríamos siendo Borikén, la tierra del altivo señor y, quizás, yo estaría en mi bohío, preparando casabe y no me dolería la patria tanto como hoy me duele.


Siluz

12 octubre 2016