31 de diciembre de 2009

Noche Vieja



a mis amigos de la antigua sala Temas de actualidad de yahoo, 
de los Talleres CiudadSeva, La navaja de Occam y Tallerines 
y a mis amigos blogueros

Era el 31 de diciembre de 1999, el pánico quería sembrarse sobre nosotros.  Nos hablaron del Y2K y de los desastres que ocurrirían. Nada pasó…
Entró el siglo XXI.  Muchos descubrimos Internet.  Coincidimos en muchos espacios: salas de chateo, blogs, talleres. Nos conocimos, nos amigamos, nos separamos, nos buscamos, nos reencontramos.  Compartimos distintos intereses: literatura, alegrías, tristezas, buenos y malos ratos, música, chistes, muertes, bromas, cumpleaños, nacimientos, graduaciones, bodas, divorcios, risas, lágrimas, insultos, halagos, amores, desamores. Pero nunca faltó la amistad.
Hoy, 31 de diciembre de 2009, comienza una nueva década.  Nos vuelven a hablar del fin del mundo.  Y aquí estamos. ¡Ánimo! A pesar de la tempestad que pudiera sacudirnos siempre sale el sol.  Allí, cruzando nuestro cielo cibernético, veo un arco iris de reconciliación y alianza. ¡A pintarnos, pues,  la cara de sus colores!
Que nos acompañen el rojo de energía, pasión y amor.  El naranja de entusiasmo, determinación y éxito.  El amarillo de felicidad, honor y lealtad.  El azul de la confianza, la fe y la verdad.  El añil de la humildad y la tolerancia.  El violeta de la sabiduría y la dignidad. El verde de la armonía, fertilidad y esperanza.
Que, juntos, podamos soñar cantando y vivir soñando.
Que, juntos, esperemos la llegada de un nuevo sol.
Que siempre podamos llamarnos hermanos.
¡Bienvenido, 2010!


Y un deseo especial: como una noche de bodas llena de ilusiones, una noche vieja llena de entusiasmo, fe y esperanza:


Que el maquillaje no apague tu risa,
que el equipaje no lastre tus alas,
que el calendario no venga con prisas,
que el diccionario detenga las balas.

Que las persianas corrijan la aurora,
que gane el quiero la guerra del puedo,
que los que esperan no cuenten las horas,
que los que matan se mueran de miedo.

Que el fin del mundo te pille bailando,
que el escenario me tiña las canas,
que nunca sepas ni cómo, ni cuándo,
ni ciento volando, ni ayer ni mañana.

Que el corazón no se pase de moda,
que los otoños te doren la piel,
que cada noche sea noche de bodas,
que no se ponga la luna de miel.
Que todas las noches sean noches de boda,
que todas las lunas sean lunas de miel.


Que las verdades no tengan complejos,
que las mentiras parezcan mentira,
que no te den la razón los espejos,
que te aproveche mirar lo que miras.


Que no se ocupe de ti el desamparo,
que cada cena sea tu última cena,
que ser valiente no salga tan caro,
que ser cobarde no valga la pena.


Que no te compren por menos de nada,
que no te vendan amor sin espinas,
que no te duerman con cuentos de hadas,
que no te cierren el bar de la esquina.


Que las persianas corrijan la aurora,
que gane el quiero la guerra del puedo,
que los que esperan no cuenten las horas,
que los que matan se mueran de miedo.

Que el fin del mundo te pille bailando,
que el escenario me tiña las canas,
que nunca sepas ni cómo, ni cuándo,
ni ciento volando, ni ayer ni mañana.

Que el corazón no se pase de moda,
que los otoños te doren la piel,
que cada noche sea noche de bodas,
que no se ponga la luna de miel.
Que todas las noches sean noches de boda,
que todas las lunas sean lunas de miel.
(Joaquín Sabina)

25 de diciembre de 2009

¡Feliz Navidad!



Hoy, al sentir a mi nieto durmiendo a mi lado, le sonreí y canté:

 Esta noche es Nochebuena
vamos al bosque, Nahuelito,
a buscar un arbolito
hoy que la noche es serena.
Los Reyes y los pastores
andan siguiendo una estrella
le cantan al Jesún Niño,
hijo de la Virgen Bella.

Al continuar, ya me sonreía y con sus manos seguía el ritmo...

Arbolito, arbolito,
campanitas te pondré
quiero que seas bonito
que al Reién Nacido
te voy a ofrecer.
Iremos por el camino, caminito de Belén.
Iremos porque esta noche
ha nacido el Niño Rey.

Que el Niño Rey renazca cada Navidad en sus corazones y permanezca siempre ahí, conservando  al niño que fuimos y permitiendo que esté orgulloso de los adultos en que nos hemos convertido.
Que cada Navidad sea un renacer a la fe y la esperanza.
Que cada Navidad nos de la energía y el entusiasmo para seguir adelante, por nosotros, por nuestro planeta, por los demás seres que lo habitan.
¡Feliz Navidad!
desde este rincón caribeño hasta ese rinconcito desde donde me lees.
Gracias por estar.
Siluz

15 de diciembre de 2009

Guardo y guardo.. puede servir para algo...


Una gran amiga me envió un artículo con el que me identifiqué. Me imagino que por eso  lo hizo.  Ella es de las que sabe que pertenezco a ese grupo de personas que todo lo guarda.  Una vez me dijeron que yo era como un ratoncito: que dondequiera armaba un nidito de cosas.  Y es que siempre pienso que lo que bote, lo voy a necesitar.  ¿No les ha pasado que pueden estar guardando una cosa por años sin usarla, y cuando la botan, la necesitan al día siguiente? Además, estando yo y mis hijos en el mundo del teatro, sé que cualquier cosa puede servir como utilería o escenografía.  ¡Cuántas veces he visto mis objetos en escena!
Pero además guardo recuerdos.  ¿Cómo botar esa servilleta en que me escribieron una primera declaración de amor? ¿esa flor que representó una despedida?  ¿esa sabanita con que saqué a mis hijos del hospital? ¿la llave de mi primer apartamento? ¿esa última tarjeta que me dedicó mi madre? ¿ese primer dibujo de mi nieto?
Pero ya eso es harina de otro costal.  A lo que se refiere el artículo es a esas cosas que pueden guardarse para reciclarse, volverse a usar, arreglarse.  Pensé que era de las pocas personas que creía que no todo es desechable, pues a mi alrededor veo que todo se descarta.  Pensé también que era un mal de familia.  Ahora entiendo que es un mal generacional.
El texto se atribuye a Eduardo Galeano.  Sin embargo, buscando por la red, encontré que no le pertenece a él, sino a Marciano Durán, también uruguayo.  No es la primera vez que esto pasa.  Recibí una vez un poema “Instantes” por Internet que se le adjudicaba a Jorge Luis Borges sin serlo.  También leí una aclaración de Paulo Coelho donde explicaba que la reflexión “Cerrar un ciclo” que circulaba por Internet no era suya.
Así que paso el texto, con la firma de Marciano Durán.  ¡Es genial! Quizás también te identifiques...

DESECHANDO LO DESECHABLE

Seguro que el destino se ha confabulado para complicarme la vida. No consigo acomodar el cuerpo a los nuevos tiempos. O por decirlo mejor: no consigo acomodar el cuerpo al “use y tire” ni al “compre y compre” ni al “desechable”. Ya sé, tendría que ir a terapia o pedirle a algún siquiatra que me medicara. Lo que me pasa es que no consigo andar por el mundo tirando cosas y cambiándolas por el modelo siguiente sólo porque a alguien se le ocurre agregarle una función o achicarlo un poco.

No hace tanto con mi mujer lavábamos los pañales de los gurises. Los colgábamos en la cuerda junto a los chiripás; los planchábamos, los doblábamos y los preparábamos para que los volvieran a ensuciar. Y ellos… nuestros nenes… apenas crecieron y tuvieron sus propios hijos se encargaron de tirar todo por la borda (incluyendo los pañales). ¡Se entregaron inescrupulosamente a los desechables!
Sí, ya sé… a nuestra generación siempre le costó tirar. ¡Ni los desechos nos resultaron muy desechables! Y así anduvimos por las calles uruguayas guardando los mocos en el bolsillo y las grasas en los repasadores. Y nuestras hermanas y novias se las arreglaban como podían con algodones para enfrentar mes a mes su fertilidad.
¡Nooo! Yo no digo que eso era mejor. Lo que digo es que en algún momento me distraje, me caí del mundo y ahora no sé por dónde se entra.
Lo más probable es que lo de ahora esté bien, eso no lo discuto. Lo que pasa es que no consigo cambiar el equipo de música una vez por año, el celular cada tres meses o el monitor de la computadora todas las navidades. ¡Guardo los vasos desechables! ¡Lavo los guantes de látex que eran para usar una sola vez! ¡Apilo como un viejo ridículo las bandejitas de espuma plast de los pollos! ¡Los cubiertos de plástico conviven con los de alpaca en el cajón de los cubiertos! Es que vengo de un tiempo en que las cosas se compraban para toda la vida. ¡Es más! ¡Se compraban para la vida de los que venían después! La gente heredaba relojes de pared, juegos de copas, fiambreras de tejido y hasta palanganas y escupideras de loza. Y resulta que en nuestro no tan largo matrimonio, hemos tenido más cocinas que las que había en todo el barrio en mi infancia y hemos cambiado de heladera tres veces.
¡Nos están jodiendo! ¡¡Yo los descubrí… lo hacen adrede!! Todo se rompe, se gasta, se oxida, se quiebra o se consume al poco tiempo para que tengamos que cambiarlo. Nada se repara. ¿Dónde están los zapateros arreglando las medias suelas de las Nike? ¿Alguien ha visto a algún colchonero escardando sommier casa por casa? ¿Quién arregla los cuchillos eléctricos? ¿El afilador o el electricista? ¿Habrá teflón para los hojalateros o asientos de aviones para los talabarteros?
Todo se tira, todo se deshecha y mientras tanto producimos más y más basura. El otro día leí que se produjo más basura en los últimos 40 años que en toda la historia de la humanidad. El que tenga menos de 40 años no va a creer esto: ¡¡Cuando yo era niño por mi casa no pasaba el basurero!! ¡¡Lo juro!! ¡Y tengo menos de 50 años! Todos los desechos eran orgánicos e iban a parar al gallinero, a los patos o a los conejos (y no estoy hablando del siglo XVII) No existía el plástico ni el nylon. La goma sólo la veíamos en las ruedas de los autos y las que no estaban rodando las quemábamos en San Juan. Los pocos desechos que no se comían los animales, servían de abono o se quemaban. De por ahí vengo yo.
Y no es que haya sido mejor. Es que no es fácil para un pobre tipo al que educaron en el “guarde y guarde que alguna vez puede servir para algo” pasarse al “compre y tire que ya se viene el modelo nuevo”. Mi cabeza no resiste tanto.
Ahora mis parientes y los hijos de mis amigos no sólo cambian de celular una vez por semana, sino que además cambian el número, la dirección electrónica y hasta la dirección real. Y a mí me prepararon para vivir con el mismo número, la misma mujer, la misma casa y el mismo nombre (y vaya sí era un nombre como para cambiarlo) Me educaron para guardar todo. ¡Toooodo! Lo que servía y lo que no. Porque algún día las cosas podían volver a servir. Le dábamos crédito a todo. Sí… ya sé, tuvimos un gran problema: nunca nos explicaron qué cosas nos podían servir y qué cosas no. Y en el afán de guardar (porque éramos de hacer caso) guardamos hasta el ombligo de nuestro primer hijo, el diente del segundo, las carpetas de jardinera… y no sé cómo no guardamos la primera caquita.
¡¿Cómo quieren que entienda a esa gente que se desprende de su celular a los pocos meses de comprarlo?! ¿Será que cuando las cosas se consiguen fácilmente no se valoran y se vuelven desechables con la misma facilidad con que se consiguieron?

En casa teníamos un mueble con cuatro cajones. El primer cajón era para los manteles y los repasadores, el segundo para los cubiertos y el tercero y el cuarto para todo lo que no fuera mantel ni cubierto. Y guardábamos. ¡¡Cómo guardábamos!! ¡¡Tooooodo lo guardábamos!! ¡Guardábamos las chapitas de los refrescos! ¡¿Cómo para qué?! Hacíamos limpia calzados para poner delante de la puerta para quitarnos el barro. Dobladas y enganchadas a una piola se convertían en cortinas para los bares. Al terminar las clases le sacábamos el corcho, las martillábamos y las clavábamos en una tablita para hacer los instrumentos para la fiesta de fin de año de la escuela.
¡Tooodo guardábamos! Las cosas que usábamos: mantillas de faroles, ruleros, ondulines y agujas de primus. Y las cosas que nunca usaríamos. Botones que perdían a sus camisas y carreteles que se quedaban sin hilo se iban amontonando en el tercer y en el cuarto cajón. Partes de lapiceras que algún día podíamos volver a precisar. Cañitos de plástico sin la tinta, cañitos de tinta sin el plástico, capuchones sin la lapicera, lapiceras sin el capuchón. Encendedores sin gas o encendedores que perdían el resorte. Resortes que perdían a su encendedor. Cuando el mundo se exprimía el cerebro para inventar encendedores que se tiraran al terminar su ciclo, los uruguayos inventábamos la recarga de los encendedores descartables. Y las Gillette -hasta partidas a la mitad- se convertían en sacapuntas por todo el ciclo escolar. Y nuestros cajones guardaban las llavecitas de las latas de paté o del corned beef, por las dudas que alguna lata viniera sin su llave. ¡Y las pilas! Las pilas de las primeras Spica pasaban del congelador al techo de la casa. Porque no sabíamos bien si había que darles calor o frío para que vivieran un poco más.
No nos resignábamos a que se terminara su vida útil, no podíamos creer que algo viviera menos que un jazmín. Las cosas no eran desechables… eran guardables.
¡¡Los diarios!! Servían para todo: para hacer plantillas para las botas de goma, para poner en el piso los días de lluvia y por sobre todas las cosas para envolver. ¡Las veces que nos enterábamos de algún resultado leyendo el diario pegado al cuadril!
Y guardábamos el papel plateado de los chocolates y de los cigarros para hacer guías de pinitos de navidad y las páginas del almanaque del Banco de Seguros para hacer cuadros, y los cuentagotas de los remedios por si algún remedio no traía el cuentagotas y los fósforos usados porque podíamos prender una hornalla de la Volcán desde la otra que estaba prendida y las cajas de zapatos que se convirtieron en los primeros álbumes de fotos.
Y las cajas de cigarros Richmond se volvían cinturones y posamates, y los frasquitos de las inyecciones con tapitas de goma se amontonaban vaya a saber con qué intención, y los mazos de cartas se reutilizaban aunque faltara alguna, con la inscripción a mano en una sota de espada que decía “éste es un 4 de bastos”.
Los cajones guardaban pedazos izquierdos de palillos de ropa y el ganchito de metal. Al tiempo albergaban sólo pedazos derechos que esperaban a su otra mitad para convertirse otra vez en un palillo.
Yo sé lo que nos pasaba: nos costaba mucho declarar la muerte de nuestros objetos. Así como hoy las nuevas generaciones deciden “matarlos” apenas aparentan dejar de servir, aquellos tiempos eran de no declarar muerto a nada… ni a Walt Disney. Y cuando nos vendieron helados en copitas cuya tapa se convertía en base y nos dijeron “Tómese el helado y después tire la copita”, nosotros dijimos que sí, pero… ¡minga que la íbamos a tirar! Las pusimos a vivir en el estante de los vasos y de las copas. Las latas de arvejas y de duraznos se volvieron macetas y hasta teléfonos. Las primeras botellas de plástico -las de suero y las de Agua Jane- se transformaron en adornos de dudosa belleza. Las hueveras se convirtieron en depósitos de acuarelas, las tapas de bollones en ceniceros, las primeras latas de cerveza en portalápices y los corchos esperaron encontrarse con una botella.
Y me muerdo para no hacer un paralelo entre los valores que se desechan y los que preservábamos. No lo voy a hacer.
Me muero por decir que hoy no sólo los electrodomésticos son desechables; que también el matrimonio y hasta la amistad es descartable. Pero no cometeré la imprudencia de comparar objetos con personas.

Me muerdo para no hablar de la identidad que se va perdiendo, de la memoria colectiva que se va tirando, del pasado efímero. No lo voy a hacer.
No voy a mezclar los temas, no voy a decir que a lo perenne lo han vuelto caduco y a lo caduco lo hicieron perenne.
No voy a decir que a los ancianos se les declara la muerte apenas empiezan a fallar en sus funciones, que los cónyuges se cambian por modelos más nuevos, que a las personas que les falta alguna función se les discrimina o que valoran más a los lindos, con brillo y glamour.
Esto sólo es una crónica que habla de pañales y de celulares.
De lo contrario, si mezcláramos las cosas, tendría que plantearme seriamente entregar a la bruja como parte de pago de una señora con menos kilómetros y alguna función nueva. Pero yo soy lento para transitar este mundo de la reposición y corro el riesgo que la bruja me gane de mano … y sea yo el entregado.
Y yo…no me entrego.
Marciano Durán (2006)


Más de Marciano Durán en:

7 de diciembre de 2009

¿Somos supersticiosos?


Nos mordemos la lengua en cada día de estreno de algún amigo.  Cada vez que estamos a punto de decirle “buena suerte” nos callamos. Nada peor para un actor que decirle esas dos palabras.  Entonces le deseamos: ¡Mucha mierda!
Es el día del gran juego.  Se decide el campeonato.  Eres fanático de uno de los equipos que se lo disputan.  Ese día usas la gorra al revés y la misma camisa que has usado en todos los partidos importantes.   Si no, estás seguro que tu equipo será derrotado.
Se te derrama la sal. No crees en supersticiones pero tomas un poquito de la sal derramada y la tiras sobre tu hombro izquierdo.  No sabes porqué pero has visto que todo el mundo lo hace.  Y como dice el refrán: “ante la duda, saluda”.
Hablamos de lo bien que nos va en asuntos de negocio, estudios o amores,  Temiendo que los espíritus malos nos viren la suerte, “tocamos madera”.
Son costumbres que se nos pegan sin darnos cuenta. Tradiciones, rituales, cábalas, que algunos toman muy en serio y otros no.  De orígenes inciertos, y significados dudosos las seguimos haciendo, creamos en ellas o no.
El diccionario define la palabra superstición como una “creencia extraña a la fe religiosa y contraria a la razón”.  Wikipedia afirma que “las supersticiones, no fundamentadas o asentadas de manera irracional en el ser humano, pueden estar basadas en tradiciones populares, normalmente relacionadas con el pensamiento mágico”,  Se le da a ciertas fuerzas (astros, ritos, espíritus, amuletos, conjuros, rezos, hechizos, objetos) el poder de decidir sobre la vida y destino de los seres humanos.


Avisos:
Un abejón o “caculo” que se cuela en la casa significa que se recibirán visitas.  Una mariposa negra presagia muerte.  Perros aullando como si lloraran presienten alguna desgracia o ven espíritus que nosotros no vemos.


Teatrales
  • Hace siglos, los únicos que podían pagar el costo de la entrada al teatro eran los ricos.  Éstos llegaban en coches tirados por caballos, los cuales dejaban sus excrementos en los alrededores.  Por eso a más cantidad de materia fecal, más público.  Lógico entonces que deseáramos “mucha mierda”.  
  • También se dice: “Que te rompas una pierna”.  Se cree que esto viene de la costumbre de arrojar monedas al escenario, como una especie de propina cuando la función era del gusto del público.  Los actores las recogían, así que “quebrar las rodillas” era lo más deseado.
  • Está casi prohibido vestirse de amarillo para subirse al escenario.  De ese color iba vestido Moliere cuando se desplomó en plena función de “El enfermo imaginario” y murió horas más tarde.  Por eso usar ropa de ese color es sinónimo de mala suerte.  Aunque también se dice que en los Tiempos de Inquisición, a muchos cómicos se les obligó a deambular por las calles usando una túnica amarilla de penitente para que fueran motivo de burla.
Populares:
  • Cuando la mujer embarazada tiene antojos, hay que complacerla o se malogrará la criatura.  Además a la persona que le niegue el antojo, le saldrá un orzuelo.
  • Cuando una persona no es bienvenida en la casa, se golpea la escoba detrás de la puerta y se coloca con las fibras hacia arriba para que no vuelva.
  • Si una persona baila durante la cuaresma, se le secan las piernas.
  • Señalar un fruto cuando comienza a brotar lo echará a perder.
  • Cuando llueve con sol se cree que alguna bruja se está peinando en algún lugar cercano.
  • Si se barren los pies de una soltera o una viuda, nunca se casará.

Es de buena suerte:
  • Colgar una herradura en la puerta
  • Una pestaña caída
  • Usar amuletos  como patas de conejo, búhos, elefantes con la trompa hacia arriba, cruces, escarabajos
  • Apagar las velas del pastel de cumpleaños de un tirón
  • Encontrar un trébol de cuatro hojas
  • Decir “salud” o “Jesús” cuando alguien estornuda
  • Tocar la joroba de un jorobado
  • Tirar monedas a una fuente

  • Romper un espejo trae siete años de mala suerte.  Para  evitarlo hay que recoger todos los pedazos y dejarlos en agua por siete días con sus noches.
  • Un cuadro torcido o que se cae de la pared
  • Un gato negro que se nos cruza
  • Dejar las tijeras abiertas
  • Abrir un paraguas bajo techo
  • Encender tres fósforos  - Se cuenta que en una de nuestras absurdas guerras, tres soldados encendieron sus cigarrillos con la misma cerilla y el enemigo vio la llama del primero, apuntó en la del segundo y disparó sobre el tercero.
  • Pasar por debajo de una escalera – Puede ser por el triángulo que forma con la pared pero también por la conexión entre ésta y la muerte.  Se necesitaba una para bajar los muertos del patíbulo o de la cruz.
Martes 13 
El día se refiera al nombre del dios de la Guerra para los romanos, Marte.  El número 13 a los trece comensales en la Última Cena. Se cree que si a una mesa se sientan trece personas, una de ellas morirá antes de finalizar el año.


De boda
Se considera de buena suerte: llevar algo prestado, algo nuevo, algo azul y algo viejo; arrojar arroz sobre la pareja y que el novio entre en el nuevo hogar alzando a la novia.
Sin embargo es de  mala suerte que el novio vea a la novia antes de la ceremonia o que ésta se mire al espejo.



De la víspera del día de San Juan
Para purificarse y alejar los malos espíritus se prenden fogatas.  A la medianoche es preciso tirarse de espaldas al mar en tres ocasiones y salir de frente.  Se recuerda el bautismo de Jesús, pues ese día todas las aguas llevan una gota del Jordán.  En Puerto Rico, siendo San Juan el patrono de la ciudad capital, los rituales de la víspera pasan de generación en generación sin perder vigencia.
Otros rituales:
·        Por la noche, llenar dos terceras partes de un vaso con agua; luego, romper un huevo y dejar caer la clara en el recipiente.. A la mañana siguiente observar la forma de las burbujas del agua y los filamentos dejados por la clara del huevo. Mientras más haya, más abundancia. También pueden verse formas como barcos, ataúdes, trajes.
·        También se acostumbra escribir tres deseos, dejarlos tomando sol y justo a las 12:00 de la medianoche, escoger uno de los papeles y sin mirarlo, tirarlo a una hoguera. Ése será el primero en cumplirse en un periodo de tres meses.
·        Las muchachas casaderas ponen  tres dientes de ajo (o tres habichuelas) bajo la almohada: uno, pelado por completo, el otro a medio pelar y el tercero entero. A la mañana siguiente, escogen uno sin mirar.  Según el seleccionado será el nivel económico del futuro marido.

Del día de Año nuevo
¿Que deseamos en el nuevo año? Si se quiere viajar, se sacan las maletas a la puerta de la casa pero si  queremos casarnos hay que sentarse y pararse con cada una de las doce campanadas.   Usar ropa interior amarilla, traerá alegría; dinero dentro de los zapatos o comer lentejas traerá prosperidad; las doce uvas, la realización de todos tus deseos.


La lista sería interminable.  Escritores que comienzan sus obras siempre el mismo día del mes, peloteros que usan siempre el mismo bate, boxeadores que se amarran los guantes de la misma forma, cantantes que siempre usan en sus conciertos una pulsera, atletas que no compiten sin antes santiguarse, mujeres que llevan un rosario bajo la ropa o un escapulario en la cartera, hombres que llevan una imagen de un santo en la billetera o una cruz cerca del volante.  De una manera u otra, todos somos supersticiosos aunque digamos que es una “manía” o “costumbre”.


 No, yo no  soy supersticiosa, ¡claro que no!  Solo “toco madera”, por si acaso. Nunca me visto de amarillo para subir a escena. Y no dejo de tirarme al mar a la medianoche de la víspera de San Juan.