21 de diciembre de 2016

Lo mejor que la vida me dio


Siempre conté contigo, recuérdalo, 
Y aunque haya crecido, nada cambió. 
Y te pido que tengas presente 
Que siempre serás lo mejor que la vida me dio. 

Pimpinela



10 de noviembre de 2016

¿Debemos votar los viejos?

Mi hermana, Sandra Cruz Torruellas, escribe lo siguiente en su página de Facebook. Por estar completamente de acuerdo y por el valor de su exposición, le pedí permiso para compartirlo.  Es triste darse cuenta que en realidad hay personas que piensan que para que haya un verdadero cambio en la sociedad, "mucha gente debe dejar de votar - o morirse- lo que ocurra primero". Pero dejo que Sandra lo explique mejor: sus palabras son más que suficientes.

A raíz de las elecciones, leo una serie de comentarios de jóvenes adultos en Facebook. Muchos de ellos nos responsabilizan a nosotros, los "baby-boomers", de los resultados, tanto en Estados Unidos como en Puerto Rico. Algunos me sorprendieron sobremanera: "nuestros viejos deberían morirse", "deben prohibir el voto a los mayores de 60 años", "a costa de los jóvenes", "This is the reality - a lot of people have to stop voting (or die - whichever comes first) for change to come", etc.

Me pregunto entonces, ¿cuándo cambió todo? ¿desde cuándo ya los viejos no representan sabiduría? ¿cómo los viejos dejaron de ser objeto de veneración y respeto? Me temo que ya hace décadas, reflexiono... pero ya esos son otros veinte pesos.
¿Así que deberíamos morirnos? (Aquí me acuerdo de "Soylent Green", no sé porqué...) "Los viejos están viviendo mucho, son una amenaza para la economía, hay que hacer algo sobre eso", recuerdo que alguien dijo hace un tiempo. ¿Realmente es lo que piensan las nuevas generaciones? ¿Nos quieren en silencio, o mejor, muertos?
Y sigo con mi interrogatorio interno: Si bien es cierto que muchos viejos votaron por alguno de los dos partidos principales, ¿no es cierto igual que muchos jóvenes también lo hicieron? ¿No es cierto que muchos llamados viejos, los viejos de ahora, son muy diferentes a sus padres y abuelos, y que incluso mantienen una mentalidad y una actitud de vanguardia? De la misma forma, ¿no hay jóvenes que votan, como escuché en algunas entrevistas, como lo hicieron sus padres y abuelos, por tradición, porque "siempre ha sido así"? En cualquier caso, ejercen su derecho.
Prohibir que votemos... ¿aplicaría solo a los votantes? ¿se prohibiría a los candidatos postularse después de los 60? ¡Anda!, entonces, ni Cidre (63 años), ni Clinton (69 años), ni Trump (70 años), y quizás ni siquiera estuviera yo ahora comentando sobre esto.
Aquí ya me refugio en las palabras del querido Pepe Mujica (81 años). Al dirigirse a un grupo de jóvenes, les recuerda que la juventud física es pasajera pero que hay que recordar algo muy importante:
“No se dejen robar la juventud de adentro. La de afuera, inevitablemente, se la lleva el tiempo. Pero hay una juventud peleable, territorio adentro, mirándonos hacia nosotros mismos, y está unida a una palabra muy simple y muy pequeña: solidaridad con la condición humana”.
Esa es la que yo conservo.
Sandra

31 de octubre de 2016

Dolor de patria

     La patria me duele, me duele mucho,  pero sigo sentada frente a mi computadora pensando en lo que podría ser, en lo que debería ser. Desde la comodidad tranquila de mi revolución virtual, de mi rebeldía de teclas, me desespera ver a los políticos enfrentarse en debates absurdos, burlescos. Juro que no votaré por los mismos y se aparecen sonrisas burlonas diciéndome: claro que lo harás, no solo tú sino todos ellos, los que hablan mucho y dicen poco, los que hablan poco y hacen menos, los que siguen las masas, los que son dominados por los medios, los súbditos y creyentes, los ingenuos y fanáticos, todos votarán por los mismos colores e insignias que votaron antes sus padres y sus abuelos. Intentarán evitar que gane el hijo de papá, del  autodenominado “mesías” pero, él triunfará de todas formas, porque lo dicen las encuestas, las probabilidades, el FBI, la justicia de doble vara, el destino y hasta la rueda más hermosa, la que brinca la tortuga. 

     Sí, mi patria me duele, porque mi suerte va unida a la suya, la mía y la de mis descendientes, los de sangre pirata y leones conquistadores ligada a mi casta negra, taína y caribeña. Porque anudamos nuestra estrella a las del norte, mientras ellos se aferran a escuchar a la humillada ex primera dama discutir con el ridículo y decadente millonario sin poderse explicar cómo ambos llegaron a dónde están.  Cuando nos olvidamos de que, la mayoría de ellos, los amos de antes y los de ahora, no sabe que existimos, ni siquiera dónde está la pequeña isla desconocida y hermosa que consideraron un rico puerto y no lo era, que no resultó ser más que una manchita apenas visible en el planeta, esa esfera que sigue girando alrededor del brillante astro que juraban grande pero nunca lo fue, ese mundo que ocupa  el rinconcito que le dejaron en este vasto universo, esa tierra que pensaron plana y  tampoco lo era pues, si lo habrían creído de veras no se hubieran lanzado a la mar y, tal vez, seguiríamos descontaminados de la hipocresía de los civilizados, de sus misioneros sanguinarios, de sus buscadores de tesoros, de los gobernantes codiciosos, de reyes y reinas y hasta del Cordero. Y nadie hubiera dicho Juan es su nombre, y seguiríamos siendo Borikén, la tierra del altivo señor y, quizás, yo estaría en mi bohío, preparando casabe y no me dolería la patria tanto como hoy me duele.


Siluz

12 octubre 2016

29 de septiembre de 2016

A oscuras


“Había salido una luna de este tamaño, mira, y amarilla amarilla como si estuviera hecha de oro, y el cielo estaba todito lleno de estrellas como si todos los cocuyos del mundo se hubieran subido hasta allá arriba y después se hubieran quedado a descansar en aquella inmensidad. Igual que en Puerto Rico cualquier noche del año, pero era que después de tanto tiempo sin poder ver el cielo, por ese resplandor de las millones de luces eléctricas que se prenden aquí todas las noches, ya se nos había olvidado que las estrellas existían”.
La noche que volvimos a ser gente
José Luis González

Mientras chateaba con mi hermana de sus últimas investigaciones sobre nuestros antepasados,  veo que escribe ¡Eureka!  Había descubierto el enlace que le permitía probar nuestros orígenes. De pronto... se apaga todo; ventiladores, luces, televisor. Silencio total. ¿Regresarían los fantasmas del pasado por estarlos invocando?
Por un momento pensé que era un problema local. No tenía idea de la magnitud de la situación  hasta que entra un mensaje de texto de mi hermana: Colapso del sistema. Apagón total.

¿Y ahora, que hacemos? Era casi la hora de buscar a mi hija a la escuela, así que sin remedio, salí a la calle. Terrible el tránsito. Los semáforos apagados, toda una aventura tratar de cruzar una intersección. Me di cuenta entonces que  apenas tenía gasolina.  Y, por supuesto, eran kilométricas las filas en las pocas gasolineras brindando servicio.  Me acordé que tampoco traía efectivo. No me iban a aceptar la tarjeta y los cajeros automáticos no funcionaban. Mirando a cada segundo la aguja, que cada vez se acercaba más a la E, llegué a la escuela  y regresé a mi casa.  Acá estamos a salvo.  Ya llegará la luz, pensamos. Y nos quedamos tranquilos.   Buscaríamos gasolina en cuánto volviera.  Pero no volvió.

Primera noche, todo muy romántico.  Nos acordamos del cuento  “La noche en que volvimos a ser gente”, esta noche volvíamos a serlo. Dejamos de mirar a la pantalla del celular y dirigimos la vista hacia el cielo. Redescubrimos las estrellas, antes opacadas por las luces de la ciudad, que esta noche se lucían ante nosotros, brillantes, orgullosas. Nos olvidamos de las novelas, de los chats, de los juegos virtuales, de la computadora. ¡A hacer adivinanzas!

Fotos desde la Estación Experimental la noche antes y después del apagón.
—Veo, veo
—¿Qué ves?
—Una cosita,
—¿Con qué letrecita?
—¡Con la letrecita E!
—¡Estrellas!

La segunda noche ya no era lo mismo….  Tiene que volver pronto, pensábamos optimistas. Pasó la noche y llegó la luz… del sol. Porque la bombillita seguía  apagada. La señal en los teléfonos era muy débil, casi inexistente.  Y, ¡lo peor, sin Internet! Volvimos a los viejos radios de batería, ¡era la única forma de saber qué estaba pasando fuera de nuestras paredes. La pregunta se repetía en todas partes;  ¿hasta cuándo? Nos empezamos a desesperar al ver la batería de los celulares reduciéndose ¡y no podíamos cargarlos!   Ni de reloj ni linterna nos servirían.

¡Y todavía sin saber porque mi hermana escribió Eureka!

Sentía cómo se iba cerrando un círculo agobiante. Sin poder salir. Sin gasolina. Sin estufa de gas. Sin cafetera. Sin ventilador. Saqué mi viejo abanico de mano. El calor no me dejaba dormir. Ni los mosquitos. Ni la planta eléctrica  de un local vecino que rompía la noche con su escándalo burlón.

Trato de convencerme: Tranquila, aquí  no ha pasado nada. No es un huracán, no es un terremoto, no hay inundaciones, ni  tornados, ni ventarrones, ni derrumbes. Solo se fue la luz.  Dos noches se pasan como quiera.

Al tercer día: ¡Abuela, estoy aburrido!  Y más juegos, y más adivinanzas, y más estrellas. Nos espera otra noche de velas, quinqués, linternas.  No encontramos hielo, nos preocupamos por la carne que se nos va a dañar  en la nevera. Por lo menos, acá no se fue el agua. No me arriesgo a hacer la fila en una gasolinera. Me resigno a quedarnos  en casa. Sin luz. Sin ventilador. Sin hielo. Sin café. Sin gas. Sin TV. Sin internet.

¿Y saben qué? Cautiva pero tranquila. Hasta diría feliz. Porque aquí no ha pasado nada. Estamos bien.  Estamos juntos. Eso es lo importante.

Además, mi hermana gritó Eureka.  Una buena noticia espera.

Siluz
Septiembre 2016




9 de septiembre de 2016

A 4 años de haber empezado el “homeschooling”


 “Mi abuela quiso que aprendiera,
por eso no me mandó a la escuela”
Margaret Mead

     A la edad en que Nahuel empezaría el kínder, estudiamos la posibilidad de que estudiara en casa. Tras considerar los pro y los contra, y dispuestos a aceptar el reto, nos decidimos por el “homeschooling”. En realidad, no distaba mucho de lo que ya hacíamos, pero claro, como no estaba en edad escolar, no lo considerábamos así. Ya hoy tiene nueve años y, si estuviera en la escuela tradicional, estaría en cuarto grado. Pero nunca ha ido a la escuela. De lo que no nos arrepentimos.
      A menudo me preguntan si es lo mejor.  No lo sé. Yo también me lo pregunto muchas veces. Solo puedo hablar de nuestra experiencia. No puedo decir que tenemos un sistema perfecto pero tampoco la escuela lo es.  He leído mucho, analizado, buscado información, ido a orientaciones. Sin embargo, no tengo en mis manos el plan ideal ni el método infalible. Esto es un proyecto que vamos trabajando en la marcha y lo que funciona para mi familia, quizás no funciona para otra. Todos los niños y sus padres (también abuelos, en muchos casos) son diferentes.  Cada escuela en casa también lo es.  Lo que no se puede pasar por alto es que es un compromiso de toda la familia y cada miembro tiene que aportar.
     No se necesita ser maestro para estar a cargo del “homeschooling”.  En nuestro caso, soy maestra retirada pero esto no es un requisito. No tenemos que saberlo todo, solo dónde  buscar. La lógica, el sentido común, la disposición, nuestros conocimientos, el Internet,  los libros de texto y referencias son recursos que nos ayudarán a dirigir a nuestro niño en su aprendizaje. El nivel depende de las habilidades, desarrollo e intereses del mismo niño.  No hay que etiquetarlo en un grado, el niño puede estar “ubicado” (por decirlo de alguna manera) en ciencia de quinto grado y en matemáticas de cuarto. No se estudia para pasar de grado, ni para una calificación ni para pasar un examen. Se estudia para aprender.
     Tampoco se necesita separar una habitación de la casa como salón de clases. Por supuesto que, si tiene espacio disponible, es muy conveniente que cuente con su área de estudio, esté o no en “homeschooling”.  Así sea un rinconcito de la casa o en su propio cuarto, debe disponer de un espacio donde pueda dejar un trabajo sin terminar sin temor a que se le dañe o para leer sin ser interrumpido.
     Cada día tiene 24 horas y todas son nuestras.  Pero no todos los días son iguales. Aprovechamos el tiempo según lo necesitemos.  No tenemos horarios estrictos ni timbres que controlen. Hay días más activos que otros, tampoco nosotros amanecemos siempre igual. En un día, de mucho entusiasmo e interés, podemos tomar tres horas discutiendo nuestra historia.  En otra ocasión, podemos acortar la clase a media hora porque surge otro tema que lo impresiona.  Digamos que hablábamos de la organización de nuestros taínos y como le llama la atención el lenguaje, se le ocurre escribir un cuento usando ese vocabulario. Ahí termina una clase y comienza la otra. ¡A escribir que la musa no vuelve! No hay cadenas, se sigue un fluir lógico y espontáneo.  Y si de ahí quiere ir a pintar un yucayeque, ¡buscamos los pinceles! Después de todo, la vida nos presentará todos los temas a la vez y no por asignaturas.
     Y no es que no hagamos una rutina. Una rutina  te da seguridad y cierta estabilidad pero no puede aprisionarte. No tenemos una hora fija para comenzar  aunque, por lo general, lo hacemos a eso de las 9:00.  No usamos uniformes, no nos presionan exigencias ni prisas. No hay una hora para merendar, paramos el trabajo cuando queramos o sintamos la necesidad. No se pasa hambre, ni sed ni se sufre por tener que ir al baño. No interrumpimos cuando estamos entusiasmados en una tarea pero tampoco la seguimos cuando nos sentimos muy cansados. Por lo general, cubrimos una o dos materias en la mañana y una en la tarde. Pero igual podemos estudiar algún tema por la noche, completar algún proyecto o practicar alguna destreza.  Que un niño pida la computadora para buscar, por su propia iniciativa, cuáles son las estrellas más grandes que el Sol o cómo son los distintos tipos de célula, o que escoja un libro para leer cada noche antes de irse a la cama, es algo que no lo logra ninguna asignación impuesta.
     Aunque, más o menos, nos guiamos por el currículo del Departamento de Educación y los libros de texto del grado a que corresponde su edad, eso no nos limita.  Hemos usado libros de niveles más bajos o más altos, dependiendo del propósito.  Hay ilustraciones que aparecen en libros de los primeros grados que son más llamativas y nos aclaran dudas, así como hemos leído obras de teatro, cuentos y poemas recomendados para nivel intermedio. Lo importante es que lo estimulemos a leer, que nos vea leer, que le leamos. Verá el libro como un amigo, no un villano, que sienta que leer es una diversión y no una obligación. Cuando se lee por gusto, se disfruta lo leído, cuando se lee para un examen, terminamos odiando la historia y al autor.
     La biblioteca está siempre a su alcance. Puede usar los diccionarios, la enciclopedia, los mapas,  los materiales, todos los libros. Que pueda aclarar todas sus dudas en el momento que surjan. También puede usar la computadora y el Internet, los buscadores de información y  vídeos  en cualquier momento. Con la debida supervisión, no debe limitarse la curiosidad del niño. ¿Para qué dejarlo como asignación si él quiere saber ahora? La vida tampoco se le presentará por capítulos. Déjalo buscar, crear, investigar, inventar, experimentar, en el momento que lo necesite. No te sorprenda si dentro de poco sea él  quién te estará ensenando a ti los nuevos programas y tecnología.
Sobreviví al millón de personas
preguntando sobre socialización
     Y ¿la socialización? ¡Qué mucho les preocupa a la gente la socialización! Se imaginarán que los “homeschoolers” son niños retraídos, solitarios, callados. Y yo me pregunto qué entienden por socialización. ¿Estar sentado con otros chicos con los que solo se tiene en común el año de nacimiento? ¿Recibir regaños o castigos si se habla con el estudiante sentado al lado? ¿Compartir una hora en el almuerzo con chicos más grandes que te acosan y molestan? ¿Participar en peleas? Yo entiendo por socialización el compartir con otras personas, de cualquier edad, menores y mayores que él. Poder conversar con niños y adultos, jóvenes y ancianos.  Participar en eventos y actividades con amigos y familiares. Practicar deportes, tomar cursos de bellas artes, ser miembro de organizaciones de la comunidad. No debemos olvidar que nuestra meta es el desarrollo integral del niño y que debemos darle la oportunidad  de adquirir sentido de responsabilidad, respeto y solidaridad.
     Y ¿no hay disciplina?  Por supuesto que sí. No podemos permitir que el niño falte a las más elementales reglas de cortesía y respeto. En la vida hay leyes que tendrá que cumplir. Pero si se procurará que se sienta libre de expresarse, de preguntar, de sugerir, de dudar, de cuestionar, de disentir.

     Recordemos que no tenemos un manual del maestro ni un libro de instrucciones.  Que muchas veces tocamos de oído. Pero es precisamente eso lo que nos permite descubrir nuestra propia melodía.  Es un proceso agotador, en ocasiones más para nosotros que para él. Demanda prepararnos, organizarnos, tantear alternativas, fallar muchas veces, indagar, estudiar, comparar, trabajar.  No tenemos todas las respuestas, pero sí mucha fe en los que hacemos. Y mucha paciencia. Con el niño, con nosotros mismos y con la gente a nuestro alrededor. Tendremos que seguir contestando preguntas de quienes no creen en el “homeschooling”, aguantando sus miradas suspicaces y recriminatorias.  Tendrás que repetir una y mil veces que no se dan notas,  que no tiene que tomar exámenes, que no hay que ubicar al niño en ningún grado ni registrarlo en ningún departamento, que es completamente legal y que sí lo aceptarán en la Universidad cuando llegue el momento.  Que el niño está aprendiendo y lo más importante, que es feliz haciéndolo. Y nosotros también.

Referencia sobre la legalidad en Puerto Rico: http://nche.hslda.org/hs/state/pr/FAQspa.asp

3 de septiembre de 2016

Campaña verde antes y ahora

(Diálogo entre una cliente “baby boomer”
y una cajera de la generación milenaria)

—Tiene que traer su propia funda de tela, señora, ya que ya no se proveerán las plásticas por el daño que le hacen al ambiente. 
—Disculpa, olvidé traerla. Es que no teníamos esta “campaña verde” en nuestra época.
—Claro, es por culpa de su generación que hoy tenemos este problema.  A ustedes nunca  les importó conservar el ambiente,  jamás pensaron en las generaciones futuras.
—Tienes toda la razón, muchacha. Nuestra generación no tuvo esa preocupación. Es que entonces, devolvíamos las botellas de leche, las de refrescos y cervezas. La tienda las enviaba a la planta para ser lavadas y esterilizadas para ser llenadas de nuevo. Así usábamos  las mismas botellas una y otra vez. Realmente eran recicladas. Pero no, no teníamos una campaña verde en nuestros días.
Las tiendas empacaban nuestra compra en bolsas de papel que se reutilizaban para cantidad de cosas; una de las más populares, forrar los libros escolares. Así nos asegurábamos que no dañaríamos los libros que usarían otros grupos después. Podíamos hasta personalizar los forros, pero que pena que no teníamos esta “campaña verde”.
Usábamos las escaleras pues no teníamos eléctricas en los edificios. Caminábamos hasta la tienda pues no necesitábamos una maquina con 300 caballos de fuerza para recorrer dos bloques. Pero tienes toda la razón, no teníamos “campaña verde”.
Lavábamos los pañales de los bebés pues no teníamos desechables. Secábamos la ropa en un cordel y no en máquinas que queman 220 voltios. El viento y el sol eran suficientes en nuestra época. Los niños heredaban  ropa de los hermanos y primos, no siempre estrenaban.  Pero sí, chica, estás en lo correcto, no teníamos “campaña verde”.
Teníamos un televisor o un radio, en la casa, no uno en cada habitación. Y la pantalla era del tamaño de un pañuelo no de un estadio de fútbol. Y en la cocina batíamos y majábamos a mano los alimentos, no necesitábamos que un aparato eléctrico lo hiciera por nosotros. Cuando enviábamos un artículo frágil por correo usábamos periódicos viejos no plásticos con burbujas. No necesitábamos gasolina para cortar el pasto, podíamos empujar una cortadora de grama. Nos ejercitábamos trabajando, no necesitábamos gimnasios ni sus máquinas eléctricas para sudar. Pero cierto, no teníamos “campaña verde”.
Tomábamos de la fuente cuando teníamos sed en lugar de usar vasos y botellas plásticas cada vez que necesitábamos un trago de agua. Llenábamos de tinta las plumas  en lugar de comprar bolígrafos y reemplazábamos la navaja de la rasuradora en lugar de botarla completa cada vez que se embotaba la navaja. Pero no teníamos esa “campaña verde” entonces.
Tomábamos la guagua o íbamos en bicicleta a la escuela. No convertíamos  a nuestras madres en chóferes de taxi de 24 horas en la van que cuesta hoy lo que costaba una casa en los tiempos en que no teníamos “campaña verde”. Había un solo enchufe en cada cuarto y no un banco completo para dar corriente a una docena de aparatos. No necesitábamos una caja computadorizada para recibir señales de satélites a veintitrés mil millas en el espacio para encontrar la pizzería más cercana.
 Es una verdadera pena que las generaciones de hoy se lamenten de cuán botarates fuimos los viejos solo porque no hicimos una “campaña verde” para proteger el ambiente. Mira, chica atolondrada, piénsalo mejor antes de recriminar y pedir cuentas a los de mi generación, sobre todo si ni siquiera puedes darme el cambio correcto sin que esa caja registradora te diga cuánto es.

 (autor desconocido)

4 de agosto de 2016

Mi árbol y yo

o Crónica del intento de salvar un árbol de caoba

"Hoy, bajo su sobra, que tanto creció.
Tenemos recuerdos, mi árbol y yo". 
Alberto Cortez

16 de junio de 2015
Recibo copia de una querella radicada en el Tribunal de Vega Baja por mi vecina inmediata.  La misma decía: “El motivo de esta querella es que en la casa de mi vecina hay un árbol gigante el cual no quieren ni siquiera podar y las hojas y raíces están afectando grandemente a mi salud y ensucia mi casa. Espero se tome pronta acción”.
Lo curioso es que hace 35 años que somos vecinas y nunca (¡nunca!) hablamos de este asunto. Si tanto le molestaban las hojas, pudo ofrecerse a cubrir parte de los gastos o por lo menos, advertirme que pensaba hacer una querella si no llegábamos a un acuerdo .No es un árbol que yo sembrara, sino uno que hasta los mismos desarrolladores de la urbanización respetaron y para su buena suerte, quedó en mi patio y no en el de mi vecina. Pero en su lugar, para justificar una discusión de su esposo con otro vecino,(parece ser una costumbre) en la que yo, sin querer, quedé inmiscuida, me dijo: Yo siempre he tenido problemas con las hojas de tu árbol pero nunca te he dicho nada…” Recuerdo que le contesté: “Ahora me lo estás diciendo”. Días después aparece la citación.


El árbol de caoba puede alcanzar grandes dimensiones y es una de las maderas más valiosas de América. Pierde sus hojas por corto tiempo en la estación seca, ¡una vez al año!. Está considerada como una especie en peligro de extinción, especialmente en Centroamérica, por la forma irracional en que se ha explotado a través de los años. ((Ref: http://www.magda-rodriguez.org/árbol-nacional.html)

Dice el Dr. César Nava (http://www.energiaverde.pr.com):
“Es un abismal error pretender cortar un árbol, y mucho más si es una caoba, que en cualquiera de sus especies no presenta ningún peligro, ni para los pisos ni para las áreas ornamentales públicas ni privadas, pues estos árboles son de sistema radical pivotante, es decir, sus raíces son direccionalmente hacia abajo, pues no buscan hacia los lados ni la superficie como lo hacen por ejemplo, el ficus o matapalo y otras similares.  Personalmente pude efectuar varios estudios comprobando tal hecho en particular en más de cincuenta árboles dispersos en varios tipos de terreno y localidades. Un solo árbol de caoba, adulto, genera más oxigeno que cualquier otro, y por si se trata de la especial Mahogany King, de hojas grandes, duplica la cantidad”.

23 de julio de 2015
En la primera vista sobre esta situación (no imaginaba que serían muchas) se me concede el término de un mes para hacer la gestión de poda en el Municipio de Vega Baja.

19 de agosto de 2015
Recibo en mi casa a un representante del Municipio, quien tras ver el árbol, me indica que no tiene el equipo ni el personal para podarlo.  Añade que no ve necesidad de hacerlo ya que el árbol ni está enfermo ni presenta peligro para vida o propiedad. Dice además que por ser un árbol protegido lo más que puede podarlo es en “un 30%, que sería un gancho aquí y otro allá”.

27 de agosto de 2015
Segunda vista donde el representante y la abogada del Municipio exponen sus razones para no podar el árbol.  La jueza le indica a la querellante (detalle que extrañamente olvídó escribir y, en la próxima vista, negó haber dicho) que al ser ella la interesada, busque quien pueda hacer el trabajo y dividamos el costo entre las dos.

5 de octubre de 2015
Esta vez la querellante viene acompañada por un abogado. Yo no, pues no pensé que fuera necesario ya que se trataba de llegar a un acuerdo sobre el trabajo. Pero al ver que la jueza solo lo escuchaba a él, y creía en los datos que se sacaba de la manga, me lamenté no haberlo hecho.  Esta vez la funcionaria del Departamento de Recursos Naturales recomendó que se podara el árbol en un 50% (Luego me explicó a mí en su oficina que se refería al 50% de  los ganchos que llegaban a casa de la vecina pues podarlo en ese % sería matarlo). Se me dan tres meses para la poda del árbol.

diciembre 2015
Contratamos los servicios de un paisajista quien se encarga de la poda del árbol para cumplir con las exigencias de la querellante. Se puso especial atención en los ganchos que llegan a su casa. El paisajista indica que no puede tocar la copa del árbol sin afectarlo.  Pensé que el problema había quedado atrás con el año viejo y el árbol se recuperaría sin problemas y yo me quitaría de encima a la doña vecina. A pesar de que a causa de esta poda, perdimos el árbol de limón, recuerdo de un familiar ya fallecido,  al caerle encima una de las ramas. 



árbol en julio 2015

árbol en enero 2016


19 de abril de 2016
Sorpresivamente, recibo en el correo copia de la moción presentada por el abogado de la parte querellante, solicitando que se me hiciera incurso en desacato al no cumplir con las órdenes del Tribunal.  Un capítulo que consideraba cerrado vuelve a abrirse, esta vez más como un acto de mala fe ya que considero que la petición de esta “buena persona” es caprichosa y sin fundamento. Mi árbol no es el único que bota hojas, y solo lo hace una vez al año. A nuestro alrededor hay otros árboles que sí botan hojas todo el año y cuyas hojas arrastra el viento.

20 de abril de 2016
Visito la oficina de Recursos Naturales en Arecibo. Muestro fotos del árbol y pregunto si no cumplí yo con la orden dada. La bióloga me dice que yo sí cumplí con lo recomendado, que no se podía cortar la copa del árbol porque eso sería matarlo. Que así estaba dispuesta a declararlo si era citada. Se mostró sorprendida de la insistencia de la querellante en este asunto.

29 de abril de 2016
Recojo en la oficina de Alguaciles de Vega Baja una citación para el 16 de junio de 2016 para mostrar “causa por la cual no deba hallarse incurso en desacato” a esta servidora.

16 de junio de 2016
Nos citaron a las 10:30 am. El abogado de la otra parte llegó a eso de las 12:30, despreocupado, seguro de sí mismo, con un aire a lo Keanu Reeves. No quiso hacer ningún tipo de arreglo pues el interés de la doña no es podar sino talar de una vez. Como por la eficacia del sistema de Tribunales la citación a Recursos Naturales no salió, el caso se pospone para el 3 de agosto con el compromiso de que Recursos Naturales tendrá la última palabra.
Para colmo de males, mi árbol está en su época de deshoje y está perdiendo todas sus hojas. Muy pronto adquirirá nuevas.  Se presentan fotos donde se alega que el problema no se ha resuelto, hojas qie se han dejado acumular, con toda intención,  a lo largo de semanas, hojas que dentro de poco dejarán de caer.

21 de junio
Voy nuevamente a Recursos Naturales para orientarme si la poda fue hecha correctamente.. Hablo con otra bióloga quien también, como la anterior, considera que el trabajo se realizó satisfactoriamente.

3 de agosto de 2016
El abogado de la parte querellante ofrece, como quien hace un acto de generosidad, desestimar la moción de desacato (cosa que pensé que estaba resuelta pues entiendo que el trabajo se hizo) a cambio de que se podara nuevamente el árbol. La representante de Recursos Naturales explica que según ella puede apreciar en la foto, la mayoría de las hojas no son de caoba sino de úcares, árboles que están en la parte de atrás de la casa y pertenecen al Municipio.  Aún así, el abogado de la parte querellante insiste en que la poda, realizada por un paisajista que sí conoce la Ley de Poda de Puerto Rico, no satisface a su cliente.  La representante de Recursos Naturales indica que ella considera que podar el árbol en un 50% es matarlo, pero que la jueza es quien decide.
La jueza, por el momento, exige  una nueva poda que debe ser certificada por Recursos Naturales, no sin comentar, en total menosprecio por la vida del árbol, que ya lleva más de una año con este caso, que lo mejor sería cortar el árbol y se acababa de una vez con el problema.


Me pregunto:
¿Para qué se hacen leyes de Recursos Naturales, si al final, son los jueces, que no son especialistas en el tema, los que deciden?
Me pregunto:
 ¿Para qué se dice que Recursos Naturales tiene la última palabra, si el abogado de la querellante, insiste en que aunque ella es la especialista, él no cree en lo que está diciendo?
Me pregunto:
Si el problema hubiera sido un perro que ladra, ¿la jueza habría mandado a matar al perro?
 Me pregunto:
¿vale menos la vida de un árbol, que es solo el pulmón de la tierra, que de un animal u otro ser vivo?
 Me pregunto
¿Podré salvar a mi árbol?






31 de julio de 2016

Caracolas de espuma

Hoy hago un intercambio de cuentos con mi amiga venezolana, escritora, bloguera y compañera del taller literario "Tallado de papel", Olga Cortez Barbera.
A continuación uno de sus cuentos, publicado en su blog "El péndulo de las palabras" y que me ha autorizado a compartir.
Gracias, Olga, por tu palabra y tu amistad.

Caracolas de espuma

Para hacer una montaña
el mar arroja a la playa conchas tornasoladas.
Las olas lanzan pájaros
y caracolas de espuma.
Los cangrejos traen estrellas de mar.
Las ardillas, montoncitos de arena,
los venados, mucha arcilla,
y cantos rodados el rabipelado.
Un morrocoy se pone a llorar:
Empezaron por juego y les salió de verdad.
¡La montaña ya está lista!

De: La montaña que vino del mar
Marissa Arroyal


Frente al volante, de regreso a casa, repitió para sí lo que le habían dicho tantas veces: “Al amor no se le busca, llega cuando menos se le espera”Tenían razón-continuó-. ¡Y miren dónde lo vine a encontrar! La dicha la hacía extrovertida. Por eso les confió a las compañeras de trabajo el secreto de su repentino buen humor. Lo celebraron con un almuerzo. Estaba por disfrutar tres semanas de libertad, tiempo para dedicarlo a aquel romance de ensueño.
La ilusión la sumergía en el desvelo, un torbellino arrasaba su oblonga monotonía. Con los ojos abiertos soñó toda la noche con él. Sólo esperaba el atisbo de la mañana para ponerse lo más atractiva posible. Había dado los primeros pasos unos días antes, aunque no se acostumbrara aún al moderno corte de cabellos. Ahora acataría los otros consejos. Quizás, a las compañeras no les faltaba razón:
-Deja el desaliño y cambia esa cara... Sé femenina… Ponte algo de sombra… Usa un  labial, aunque sea discreto… Vístete con algo bonito… Y no le transmitas, por favor, tu afán por atraparlo…
La autopista, como todas las mañanas, imposible. La anarquía del tráfico automotor sofocaba la vista de la regia montaña y la esperanza de llegar temprano. Se respiraban humos de impaciencia. En otras circunstancias, a ella no le hubiera afectado. Acostumbrada al peso de la rutina y de su vida vacía, el caos le hubiera dado lo mismo. Cansada de deambular por el mundo, había decidido no viajar esta vez. Poco le importaban los largos días de tedio que le esperaban en la soledad de su apartamento. Hoy era diferente: de vacaciones y con la existencia dándole un vuelco. La idea del matrimonio como que  dejaba de ser una utopía. La ilusión era una hierba que podía brotar hasta en los terrenos desérticos:
-¡Qué bella está la montaña hoy!-se dijo y miró el reloj-. Es temprano todavía.


Desde que conoció a aquel excursionista no hacía más que esperar el momento de subir en funicular y caminar hasta los predios del guardián de la ciudad, el Humboldt, un hotel construido en la cima  en la década de los cincuenta. Le gustaba llegar antes que él, pasear por los senderos, entre el vaho frío del viento y la neblina, y contemplar las laderas verdes que descendían hasta las costas del mar. Luego, verlo aparecer entre las brumas, como una aparición de cabellera al aire, y escuchar su voz:
-Amor mío, ¿cómo estás? 
En la emisora sonaba “Love´s theme”. Recordó la celebración de sus quince años y la voz de Barry White colmando el salón de fiestas. En aquel momento creía que el futuro era de colores claros y transparentes. Luego, casi sin darse cuenta, pasó el tiempo… Tenía una profesión, un buen trabajo y un novio amoroso. Casi sin sentir, siguió pasando el tiempo y el noviazgo envejeció. Sin los bríos de la juventud que la había engendrado, aquella relación terminó por fenecer. Otros amores llegaron luego sólo para sumirla en el desencanto. Frente al espejo, su rostro flotaba en un lago de tonos grises:
-No quiero morir soltera y sin hijos.
Pero, casarse no era cosa fácil. Sobre todo, en una época de aceleradas libertades. Más de medio siglo se consolidaron en una barrera infranqueable. Los prejuicios de su generación no podían ser derribados por modernidades. Sin encajar en los nuevos patrones, se vio gradualmente sola. Entonces, se refugió en los viajes. Convertida, en apariencias, en una mujer de mundo, hablaba en la oficina de los megalitos de Escocia, la arquitectura del Domo florentino, El puente Carlo de Praga, los trece mil templos de Birmania o las pirámides de Teotihuacán. Sus compañeras la oían con envidia. No sospechaban que, cerca de aquel intelecto enriquecido, latía un corazón cada vez más doliente.
Sin embargo, las cosas habrían de cambiar. ¿Quién manejaba los hilos del destino? En un acto irreflexivo, abandonó la cama un sábado y se le dio por recorrer, en su automóvil, la gran ciudad. Era una mañana fresca y los habitantes dormían. Bajo el cielo sin nubes, El Waraira Repano era una joya gigantesca reluciendo entre encajes de neblina. Posó la mirada en la montaña.
-¿Qué tal si paso el día allá?
Con boleto en mano, subió al funicular. Se alejó de la urbe adormecida, lentamente.


A pesar de lo temprano, había una multitud: exploradores, turistas, adultos, jóvenes y niños. Ya se alistaban los puestos de artesanías, golosinas y comidas rápidas. Después de recorrer el lugar y con un vaso de chocolate para combatir el frío, buscó donde sentarse. Por todas partes, los enamorados se besaban y reían. Se desanimó. 
-¿Qué hago yo aquí?
Como respuesta, una voz salida de la nada:
-¿Qué hace tan solita esta señora?
De esa forma, comenzó todo. Los encuentros en el mismo lugar. Presa del romanticismo, el resto del mundo dejó de existir. Así como la montaña estaba hecha con los elementos nobles del universo, su amor emergía entre las fibras de los sentimientos desesperados que luchaban por escapar de la soledad. Se enamoró como nunca, se aferró a lo que veía, al presente. El pasado de aquel hombre podía destruir la última chispa de esperanza. “Dispongo el resto de la vida para conocerlo”.
Estacionó el carro y fue a comprar el ticket. Día de asueto nacional. Más gente que de costumbre. La fila era interminable. El reloj le indicó que no llegaría a tiempo. La impaciencia no la abandonó hasta que lo vio. Estaba diferente. Tal vez se había disgustado por la tardanza. La llevó a un lugar apartado. ¿Qué pretendía decirle aquella mirada misteriosa?  
-¿Puedo pedirte algo?
El aroma de los eucaliptos se mezcló con la emoción.
-¿Qué cosa?
-Quédate conmigo.
A su lado, la sensibilidad abarcó otras dimensiones. Juntos, eran pájaros, capullos, flores y colmenas. La montaña, generosa, a cada paso les revelaba sus secretos: la danza de los bambúes, el nerviosismo de los venados, el rocío matutino y el rumor de los vientos. Y cuando rondaba la luna, los astros convergían en la placidez de sus sueños. Una tarde, miraron el horizonte. A los pies de la montaña, se estremecían las olas. Sintió nostalgia:
-Deseo volver a casa.
-Sabes que no te puedo acompañar y no quiero perderte.



Bajaron a la playa. El sol naranja y la arena tibia. ¡Qué agradable sensación! Él la tomó de la mano y corrieron hacia las aguas. Abrazados por el oleaje, buscó besarlo. La detuvo la mirada misteriosa, la misma que tenía cuando le pidió que se quedara con él. La intuición se lo dijo: El amor de aquel hombre, surgido de la nada, de memorias ocultas, traspasaba tiempo y espacio. ¿Era de este mundo? Tarde para saberlo. Qué más daba. Nunca la dejaría regresar. Escuchó la voz de la montaña: “Déjate ir”. ¿Por qué no? El romance, con el que tanto había soñado, se haría inmortal entre las caracolas de espuma del mar.

Olga Cortez Barbera

1 de julio de 2016

"Y, sin embargo, se mueve..."

     La tierra hoy se mueve... como todos los días. A su alrededor, un campo de energía positiva, repleto de pensamientos y oraciones, choca con sus equivalentes negativos. Un mar de buenos deseos y vibraciones humanas viajan en dirección paralela al destino, provocando una alteración en el plan divino, si lo hubo.  El planeta parece frenar con ímpetu, zarandear lo previsto, estremecer a sus habitantes.  Pero sigue girando. Siempre girando.  Un día más. El día esperado. El día temido. Hoy.


     Susana recibe una llamada de su amiga. Ambas han dado a luz a sus niños con tres días de diferencia. Dos bebés saludables, con buen peso y estatura.  Susana apenas ha visto al suyo, la separaron de él para evitar se infectara. Todos sus planes de lactar se vinieron abajo. El diagnóstico obliga a medicamentos muy fuertes, intolerables para la criatura.   No puede creer lo que le cuenta Ana. Síndrome de muerte súbita. “No tengo ya a quien darle mi leche. Nada me haría más feliz que tu bebé la utilice. Déjame ser su nodriza mientras tú te recuperas”.  La tierra se mueve. En medio de la oscuridad, brilla un halo de esperanza.

     Rosa siente que se le cierran todas las puertas.  El hogar que intentaba formar se derrumba. Engaños, infidelidades, malos negocios, trampas.  Decide marcharse sola, ir a buscar suerte en otros lares. Llama a su prima. “Llévate los muebles y enseres que quieras para la casa que estás construyendo, sé que todo te hace falta. No quiero llevarme nada que me traiga malos recuerdos, te regalo todo, voy a empezar de cero”.  El mundo sigue girando.  Dos vidas. Alfa y Omega.


     Jaime está enfermo. No puede venir a trabajar sin contagiar a todos. La función tiene que continuar, con o sin él.  Rolando se da cuenta que es la oportunidad de su vida. De tanto ver los ensayos desde su cabina de sonido, puede repetir los parlamentos de todos los personajes. Se ofrece a hacerlo. Con algo de recelo, la compañía acepta. Y lo logra. Tanto que, cuando Jaime volvió, casi quisieron que continuara Rolando.  Un día tras otro.  Esperar, pues, a pesar de todo, se mueve.

     El mensaje llegó de madrugada. “¡Mataron a Junior!” Llantos, gritos, desesperación.   Al otro lado de la isla, otro recado rompe la noche: “¡Hay un donante!”  Expectación, ilusión, fe.  Ambas familias corren al hospital, una llena de dolor, otra de esperanza. Amanece. La luz rompe el manto negro de la eternidad. El Apocalipsis se vuelve Génesis.

     Mientras, en algún punto etéreo del universo, seres de energía, sin tridentes ni alas, juegan indiferentes. Es un partido de suerte, escogen sus fichas al azar. La tierra sigue girando, cada humano es empujado hacia su destino, cada día…hasta el jaque final.



Elsia Luz Cruz Torruellas
(Siluz)

*Eppur si muove”(“Y sin embargo, se mueve”, en español) es la frase que, según la leyenda, Galileo Galilei dijo entre dientes al salir del tribunal de la Santa Inquisición.  Galileo fue obligado, so pena de muerte, a retractarse de su apoyo a la teoría heliocéntrica de Copérnico, a pesar de estar seguro de que la tierra no era el centro del universo sino que giraba, como el resto de los planetas conocidos, alrededor del sol. 

19 de mayo de 2016

20 cosas sencillas que me hacen feliz

Son pequeñas cosas que a veces damos por sentado.  Pero cuando faltan, las extrañamos. 
Porque son esas cosas sencillas las que nos dan felicidad.
Trataré de reducirlas a veinte. Solo como un ejercicio. Si quieres, hazlo también y comparte tu selección en los comentarios. 
Lo importante es no olvidar que, como dice Manuel Carrasco:  "los mayores tesoros que tengo, no los he comprado". 


1. Caminar por la orilla de la playa.
2. El olor a café colado en la mañana.
3. Mirar la luna llena.
4. Encontrar en el cielo las estrellas de  “los 3 Reyes Magos”.
5. Hallar fotos y papeles olvidados.
6. El beso sincero de un niño, su abrazo.
7. Escuchar que me llamen “mamucha”.
8. Un espontáneo “te quiero”.
9. Un amanecer o atardecer frente al mar.
10. Descubrir rincones de esta inmensa pequeña isla.
11. Confirmar que la amistad no depende de hablarse cada día.
12. Razones para decir “no hay de qué”.
13. Un arco iris.

14. La música de Serrat.
15. Que mi equipo gane un partido. Mucho mejor un campeonato.
16. Ver mi bandera flotando sola.

17. Responder a un “abuelita”.
18. Un girasol.
19. No poder soltar un libro que me atrape.
20. Recordar.