30 de octubre de 2007

Reencuentros en Facebook

Hay personas que calan hondo en nuestras vidas, que por un motivo u otro nunca olvidamos. Hay rostros que podemos reconocer aunque hayan cambiado con el paso de los años . Hay amigos a los que no vemos en mucho tiempo pero que al volverlos a encontrar, es como si los hubieras visto ayer.

En Internet hay millones de formas de hacer nuevos amigos, de “conocer” gente de diferentes países del mundo, de todas las creencias y de diversas edades. Entre esos medios, he encontrado una herramienta ideal y efectiva, no para hacer nuevos amigos (¡lo que es fabuloso!) sino para reencontrar aquellos que un día fueron significativos en mi vida. O yo en la de ellos. Me refiero a excompañeros de escuela, excompañeros de trabajo, ex vecinos, ex estudiantes...a tantos ex que se van acumulando a lo largo de los años.

Cuando llega ese temido y esperado día en que nos alejamos de nuestra escuela superior, de los compañeros con los que hemos compartido tantos años y experiencias, juramos que nunca nos alejaremos. “Te recordaré siempre”, “no te olvidaré”, son frases escritas en los dorsos de las fotos que repartimos. Y luego, sin poder evitarlo, cada uno escoge su sendero, y los caminos que corrían paralelos, se van por diferentes rumbos y se pierden en el tiempo y el espacio.

Llega nueva gente a nuestra vida, estudiantes universitarios, compañeros de hospedaje, compañeros de trabajo. Crece la familia, nos emparejamos, nos convertimos en padres, tíos, cuñados, suegros, abuelos. Conocemos clientes, pacientes, alumnos, colegas, jefes, subalternos. Nuestros círculos se amplían , se mezclan, se disuelven o desaparecen.

Se ha dicho mucho sobre facebook. Ha sido juzgado antes y después de ser analizado, por gente que lo usa y por gente que no lo conoce, por personas que desconfían y otros que les dedican horas. Como todo, tiene su lado bueno y su lado malo. Puede ser una herramienta útil o un arma de doble filo. Puede ser un instrumento social o una invasión a la privacidad. Aún así, a Facebook le debo haberme reencontrado con compañeros de escuela de los que no sabía desde que nos graduamos en el 1970. Me he comunicado con alumnos a los que le di clase a lo largo de treinta años en la Escuela superior de Vega Baja. He tenido noticias de muchos de ellos, cosa que no creo hubiera sucedido de otra manera. Algunos están fuera de Puerto Rico, otros en diversos puntos de la isla, algunos no recuerdo sus nombres pero sí sus caras. Compartir fotos de aquella época nos ayuda a recordar. Y como sabemos, recordar es revivir. Me entristece enterarme de sucesos desagradables o del fallecimiento de alguno, pero ¡qué lindo ver a la mayoría convertidos en padres y adultos responsables! ¡Cuánto orgullo siento al saber qué no me han olvidado!


Hacer un nuevo amigo es una maravilla. Recuperar a un viejo amigo es un milagro.

Teatreros de la Lino: http://www.facebook.com/group.php?gid=21228997176

27 de octubre de 2007

Tric Trac



TRIC TRAC
de Isaac Chocrón

Si clasificáramos a los seres humanos en números según sus características, si pudiéramos vernos desde afuera, como ajenos especimenes de nuestra raza, quizás nos daríamos cuenta de lo peligrosos y crueles que podemos llegar a ser. “Se nos pasa la mano. La mano y las piernas y los ojos y todo lo que tenemos por dentro. Nos excedemos” Isaac Chocrón, el reconocido dramaturgo venezolano, en su obra Tric Trac, demuestra la enorme gama de emociones, pensamientos y experiencias por las que por obligación atravesamos los seres humanos a lo largo de nuestra existencia. Diez seres, sin sexo, raza ni edad, crean un nuevo sistema; uno que se rige por una sola frase: Tric Trac. Guerra y paz, amor y odio, política, religión, miedo y valor, coraje, crueldad, rencor, convivencia, hogar y matrimonio, tortura, campos de concentración, conquistadores, dominio del más fuerte, exilio, la comunicación, los recuerdos, la identidad, alianzas, poder, traición, justicia, la verdad, educación, rituales, la soledad, las ciencias: naturales, humanas y ocultas; son todas reglas necesarias para jugar a vivir. Unas veces se gana y otras se pierde, pero es imprescindible participar en este partido “interminable”. Sin principio ni fin” en el que “todo se olvida” y “se ve solamente lo que tú quieras ver”. Porque al fin y al cabo, solo somos ejemplares de la raza humana de la cual cada uno de nosotros puede aclamar: “yo tengo un poco de todo el mundo y todo el mundo tiene un poco de mí” . Tric-trac, tric-trac.

TRIC-TRAC

Autor: Isaac Chocrón

Lugar: Universidad del Sagrado Corazón, Santurce, Puerto Rico
2do piso Barat Sur
Antiguo Museo de Arte Contemporáneo

Fecha: 26-28 de octubre, 2-4 de noviembre, 9-11 de noviembre

Hora: Todas las funciones serán a las 8:00 p.m. con excepción de las de los domingos que serán a las 6:00p.m.

Durante el último fin de semana, se espera la visita desde Venezuela del autor, Isaac Chocrón.

Dirige: Noel Ernesto

Auspicia:
Casa Abierta y la Universidad del Sagrado Corazón

17 de octubre de 2007

¿Por qué escribimos?

Sin lugar a dudas, cada escritor o aspirante a serlo, podría preguntarse lo mismo. Quizás no solo por qué escribimos, sino por qué nos lanzamos en paracaídas, por que “surfeamos”, por qué nos tatuamos el cuerpo, por qué escalamos el Everest, por qué hacemos teatro, por qué competimos en deportes, por qué componemos. La lista de preguntas es interminable.
Me llamó la atención lo que respondieron dos amigos talleristas , a quienes conocí en Buenos Aires, Martha Ferrari y Alejandro Panizzi a esta pregunta.
Martha asegura que:
“Escribir para mí es una pasión, un divertimento, una compañía, una ocupación gratificante y un antídoto del aburrimiento, pero sobre todo, es una plataforma de ensoñación, para que mi personalidad -tan apegada a la tierra - venza por un rato susentido práctico y con las alas de la utopía se anime a volar.”
Alejandro alega que :
“...es un acto tortuoso, que conlleva una gran dificultad,
trabajoso y capaz, incluso, de causar pena.
Lo maravilloso, acaso, sea haber escrito."
Sus argumentos me hicieron reflexionar. Y yo, ¿por qué escribo? Acepto que me gusta, lo disfruto, me entretiene, me libera, pero confieso que mucho más me gusta haber escrito. Empezar un texto cuesta y desarrollarlo mucho más...casi como un parto. (Que si no olvidáramos el proceso al tener a nuestro primer hijo en brazos, todos seríamos hijos únicos.) Y me pregunto: ¿por qué lo hacemos si nos causa ansiedad y tensión? ¿Por qué, aún así, al terminar un escrito ya estamos pensando en el próximo? ¿Por qué tenemos una lista de "cosas" que vamos a trabajar algún día? ¿Por qué una cantidad de ideas sin abordar qué nos exigen ser atendidas? Generalizando: ¿Por qué sentimos la necesidad de realizar actos que nos producen satisfacción al lograrlos pero angustia en el trayecto?

Le decía a mis estudiantes de teatro que el temor escénico es parecido a subirse al más alto trampolín de una piscina. Estás ahí, mirando desde lo alto, ves el agua tan distante, sientes mariposas en el estomago, quisieras bajar por donde mismo subiste, y te preguntas "¿qué diablos hago yo aquí? Pero cuando te tiras de clavado y te sientes volar sin necesidad de alas, deseas repetir la emoción y subes para tirarte otra vez.

Esa sensación de mariposeo, el preguntarse "¿por qué yo me meto en esto?" y prometerse "no vuelvo más", el ajetreo estrésico antes de la primera función, el cosquilleo antes de salir a escena, esa nostalgia según cierra el telón para ya estar pensando en la próxima producción; todo eso también es parecido a lo que siente un escritor frente a la computadora mientras trabaja.

Coincido con Alejandro es que el proceso es difícil. Se cruzan las ideas y los personajes, te ataca la inseguridad, te agobia la búsqueda de las palabras precisas, la prisa, el deseo de concluir el texto, la incertidumbre, el temor de no hacernos entender, el hastío de corregir, la necesidad de re-escribir, la tentación de borrarlo todo y volver a empezar. Sin embargo, necesitamos escribir. Secundo a Martha cuando dice: “Nunca le encuentro el punto justo y lo único que me hará interrumpir la obsesiva tarea, será el proyecto del próximo cuento”.

Porque cuando por fin dejamos un cuento como terminado, la satisfacción de haberlo logrado es similar a vencer el miedo y lanzarnos al vacío o a recibir el aplauso del publico en el saludo final. Para entonces, ya tenemos algo nuevo que decir. Y vuelta a volar...
Debe ser que cuando nacemos para escribir, del cielo nos cae el lápiz. O que el ser humano siempre quiso tener alas y de una manera u otra, necesitamos emprender vuelo.

O quizás es mucho más sencillo. Lo hacemos porque sí. Como diría mi abuela: “sarna con gusto, no pica”.

Siluz

13 de octubre de 2007

Los ojos de mi madre

“Nunca es triste la verdad
lo que no tiene es remedio...”
J.M. Serrat

—¡Estás buscando que se lo diga!
—¡No me amenacés!
—Entonces, no me provoqués vos. ¡Dejame en paz!

Aquellas frases se le quedaron grabadas. A sus seis años no entendió el significado, pero sí pudo captar la reacción tras ellas. Tal vez fueron los ojos aterrorizados de su madre, la angustia que sentía en su silencio o la sorpresa de ver a los padres discutir, pero no pudo evitar estallar en llanto.

—Mi niño, no llorés. No pasa nada.
—Entonces, por que llorás vos?
—No, Gabrielito, si no lloro...

Mentira, sí lloraba. Lloraba por tener que callar siempre. Lloraba al tragarse todo su orgullo. Lloraba porque se odiaba. Lloraba para mantener la paz. Lloraba de rabia y remordimiento. Lloraba para que su hijo no supiera.

Hoy, después de tanto tiempo, Gabriel recordaba ese día. Quizás porque volvió a ver aquella mirada en el rostro de su madre. Con su diabetes descontrolada y dos riñones atrofiados, las esperanzas de vida no eran muchas. Se asombró de ver que una mujer tan fuerte como ella le temiera tanto a la muerte.

Trató de darle ánimo aunque solo se le ocurría repetir frases trilladas: “La ciencia ha avanzado mucho. Yo te daré uno de los míos”. ¿Y por qué no? No era mala idea. Habló con el médico de cabecera. Aunque ella se negara, donarle uno de sus riñones era posible. Su juventud, salud y sobretodo la suerte de no haber heredado la condición, lo permitía.

—Yo sé que estás dispuesto a hacer cualquier cosa por tu madre, Gabriel, pero siento decirte que es imposible. He discutido esto con ella. No es candidata para trasplante —y sin dar más explicaciones, se marchó del cuarto.

A pesar de la tajante negativa, Gabriel no se dio por vencido. “¡ No candidata a trasplante!” ¡Absurdo! Consultó otros especialistas, entre ellos al Dr. Galíndez, uno de los mejores endocrinólogos del país y conocido defensor de los derechos humanos. Estaba consciente de que su madre nunca había querido verlo, que por algún motivo no era santo de su devoción pero ¿qué importaba eso ahora? Si alguien podía salvarla, ése era él.

La recepcionista verificó el nombre de la paciente y los datos en la hoja. Le hizo preguntas que, aunque le parecieron extrañas, respondió por cortesía. Minutos después se entrevistaba con el médico y era pasado al laboratorio a hacerse los exámenes pertinentes. A la mañana siguiente recibió su llamada. Le preocupó la insistencia del doctor y la urgencia en que fuera a su oficina. Su madre debía estar peor de lo que imaginaba.

—No, Gabriel. No se trata de eso. Lo que tengo que decirte es tal vez más grave.
—¿Qué pasa? —preguntó desconcertado.
—No sé cuánto sabés sobre esto, pero colaboro con las Abuelas de Mayo en la búsqueda de niños desaparecidos durante la dictadura.
—¿Sí? —respondió, sin entender que tenía qué ver todo eso con él.
—En el juicio que se hace a los militares mencionaron a una mujer que se hacía cargo de las mujeres embarazadas con el propósito de secuestrar a sus hijos al nacer. Tenemos la sospecha que se trata de tu madre.
—¿De qué habla? ¡No puede ser!
—Tus análisis nos han hecho pensar que, además, adoptó uno de ellos.

No quiso preguntar más. Salió de aquella oficina sin rumbo alguno. En un instante se le derrumbaba la vida que creyó suya. Perdía pasado, presente y futuro; nombre, identidad, familia, todo a la misma vez. Aquella mujer a quien llamaba madre era una desconocida, una fugitiva, una criminal. Creyó renacer sin haber muerto. Caía en un abismo, sin haberse acercado al borde siquiera y sin encontrar de dónde asirse. Caminó por horas, con miedo a comprender el alcance de las palabras del Dr. Galíndez. Merecía una explicación. Sus pasos lo llevaron al hospital.

El padre salió a su encuentro desesperado. —Muchacho, ¿dónde andabas? —Tras una pausa que le pareció eterna, añadió—: Tu madre está muy mal. Solo te llama a vos.

No pudo decir nada. Entró al cuarto para encontrarse una vez más con aquella mirada. Ojos de miedo, de súplica, de llanto contenido; ojos que decían adiós. En el interior de Gabriel se entremezcló toda una gama de emociones: decepción, odio, amor, rabia, ternura, aversión, agradecimiento, rechazo, cariño, vergüenza, incertidumbre, repugnancia, dolor.

Y al cerrarle los ojos, pudo ver que gritaban: perdón.



Elsia Luz Cruz Torruellas

Cuento ganador en el Certamen de Tallerines 2007

4 de octubre de 2007

Redescubriendo a Gioconda Belli

En uno de los talleres literarios a los que pertenezco se dio la consigna de escribir sobre una poeta a la que admiráramos. Busqué en mi memoria y de momento solo se me ocurrió Julia de Burgos. Tengo que confesar que a mi mente llegaron muchos nombres de hombres. Busqué entonces en la memoria de mi computadora (que es mucho más confiable que la mía) y me recordó, entre otras, a esta escritora de nuestro tiempo, de quién no solo me identifico con muchos de su poemas sino también con su obra narrativa: Gioconda Belli. Junto a Rubén Darío y Ernesto Cardenal, se consideran las voces representativas de su natal Nicaragua.

Comparto con ustedes:
REGLAS DEL JUEGO PARA LOS HOMBRES
QUE QUIERAN AMAR A MUJERES MUJERES

I
El hombre que me ame
deberá saber descorrer las cortinas de la piel,
encontrar la profundidad de mis ojos
y conocer lo que anida en mí,
la golondrina transparente de la ternura.



II
El hombre que me ame
no querrá poseerme como una mercancía,
ni exhibirme como un trofeo de caza,
sabrá estar a mi lado
con el mismo amor
conque yo estaré al lado suyo.

III
El amor del hombre que me ame
será fuerte como los árboles de ceibo,
protector y seguro como ellos,
limpio como una mañana de diciembre.

IV
El hombre que me ame
no dudará de mi sonrisa
ni temerá la abundancia de mi pelo,
respetará la tristeza, el silencio
y con caricias tocará mi vientre como guitarra
para que brote música y alegría
desde el fondo de mi cuerpo.

V
El hombre que me ame
podrá encontrar en mí
la hamaca donde descansar
el pesado fardo de sus preocupaciones,
la amiga con quien compartir sus íntimos secretos,
el lago donde flotar
sin miedo de que el ancla del compromiso
le impida volar cuando se le ocurra ser pájaro.

VI
El hombre que me ame
hará poesía con su vida,
construyendo cada día
con la mirada puesta en el futuro.

VII
Por sobre todas las cosas,
el hombre que me ame
deberá amar al pueblo
no como una abstracta palabra
sacada de la manga,
sino como algo real, concreto,
ante quien rendir homenaje con acciones
y dar la vida si es necesario.

VIII
El hombre que me ame
reconocerá mi rostro en la trinchera
rodilla en tierra me amará
mientras los dos disparamos juntos
contra el enemigo.

IX
El amor de mi hombre
no conocerá el miedo a la entrega,
ni temerá descubrirse ante la magia del enamoramiento
en una plaza llena de multitudes.
Podrá gritar -te quiero-
o hacer rótulos en lo alto de los edificios
proclamando su derecho a sentir
el más hermoso y humano de los sentimientos.

X
El amor de mi hombre
no le huirá a las cocinas,
ni a los pañales del hijo,
será como un viento fresco
llevándose entre nubes de sueño y de pasado,
las debilidades que, por siglos, nos mantuvieron separados
como seres de distinta estatura.


XI
El amor de mi hombre
no querrá rotularme y etiquetarme,
me dará aire, espacio,
alimento para crecer y ser mejor,
como una Revolución
que hace de cada día
el comienzo de una nueva victoria
.


Gioconda Belli