25 de octubre de 2012

Nochebuena - Luis Lloréns Torres


¡Las doce!... De lejos, venían las coplas,
en suaves rasgueos de tristes guitarras.
Los árboles viejos gemían en sus copas.
Los árboles nuevos, reían en sus ramas.
La turba del pueblo, sonámbula y loca
cantando ovillejos, pasaba, pasaba…
Y apenas si el viento traía sus notas,
como últimos ecos de una cabalgata.
Los árboles viejos gemían en sus copas.
Los árboles nuevos reían en sus ramas.

¡Las doce!...Y adentro, la gata de Angora
veía que al fuego un pavo brillaba…
Reía el abuelo. Reían las mozas.
Y al último nieto la abuela arrullaba.
Reían… De lejos, venían las coplas
en suaves rasgueos de tristes guitarras.
La noche era un sueño de luna y aromas
y cisnes serenos en nítidas aguas.
Los árboles viejos gemían en sus copas.
Los árboles nuevos reían en sus ramas.



¡Las doce!... Y a un vuelo como de palomas
que todas a un tiempo blanqueasen la rama,

la abuela entre nietos se vio, en una ronda

de rostros risueños que así gorjeaban:


—Abuelita, queremos, —decía la tropa—

queremos un cuento de alguna encantada.

—Que no hable de muertos. —Que dure una hora.

—El del niño bueno. —Aquel del fantasma.

—Abuelita, un cuento... —decía la tropa—.

—Un cuento queremos, abuela del alma.
—¡Silencio, silencio! Narraré una historia...
—les dijo. —Y cogiendo a la nieta en la falda,
la arropó de besos. Y así comenzóla:

—Era yo, en un tiempo, la niña mimada,
muy niña, recuerdo que así, cual tú ahora...
Y el resto del cuento fue un collar de lágrimas.
Los árboles viejos gemían en sus copas.
Los árboles nuevos reían en sus ramas.

17 de octubre de 2012

Instantes eternos


Cada fotografía es un instante rescatado al olvido. Cada palabra escrita un pensamiento atrapado en el tiempo. Unamos ambos, y hacemos eternidad.
Las fotos son mías, a excepción de la cuarta en la que aparezco, que la tomó mi hija. Las primeras cuatro son del Mar Caribe, al sur de la isla (Patillas), las siguientes del Atlántico al norte (Piñones y Arecibo), la Cordillera Central, la Laguna Tortuguero (Vega Baja), el Centro Ceremonial Caguana (Utuado), el Viejo San Juan, ríos de San Sebastián y Sabana Grande y la costa de Guánica. La última es la Ceiba de la Libertad, sembrada en el 1897 al final de la calle Esperanza en San Germán.
Las frases, prestadas.  Siempre alguien que dice lo que pensamos, con las palabras que nosotros no encontramos, en alguna canción,  en algún escrito. Después de todo, no somos tan distintos los seres humanos.



















2 de octubre de 2012

Mientras tanto...


"Antes del tiempo que pasé en el seno de mí madre,
¿No habré estado en otra parte y sido otra persona?”
(Confesiones de san Agustín)


El miedo, como la energía, no se pierde, solo se transforma.
Cuando niña, lloraba, pensando que un terremoto no nos iba a dejar recibir el nuevo día. Nunca sentí uno, quizás vi noticias de desastres en otros países. O escenas tan impresionantes que me afectaron.  Lo cierto es que temía que la casa  temblara y techo y paredes cayeran sobre nosotros. La idea de despertar bajo escombros o atrapada entre muros y columnas no me dejaba dormir.
Lo mismo me ocurría con algunos animales. En ocasiones, ni osaba salir al patio pues creía que una pantera merodeaba entre los árboles.  Sentía su hermosura diabólica hipnotizante, el sonido de patas sigilosas entre las ramas, los ojos fijos en cada uno de mis movimientos.
Otras veces, me asaltaba el terror en la playa. A pesar de mi admiración por el mar,  no podía olvidar que un poco más allá acechaban tiburones.  No  tuve ilusión por viajar en avión, mucho menos en barco.  Siempre me persiguió la imagen de una madre protegiendo a su niña, abrazadas en el mar abierto, a la espera de la ayuda que nunca llegó.  Escena que alguien me contó, supongo, y que ya no pude borrar de mi mente.
Ahora, ya adulta, me angustia esta expectativa.  Sé que llegará el día fatal, se manifestará de alguna manera: el día del diagnóstico, del accidente, del infortunio, de la desgracia. El principio del fin, el fin sin principio.
Mientras tanto... soy… tratando de olvidar sucesos que no he vivido, memorias que no son mías, temores abandonados entre espacios perdidos en los tiempos.

Suena el teléfono. Mira el reloj… las cuatro de la mañana.  ¿A quién se le puede ocurrir llamar a esta hora?  Despertar y volverse un manojo de nervios fue la misma cosa. Supo que  había llegado el día.
Al contestar, cayeron sobre ella todas las tragedias guardadas por siglos de lágrimas sin consuelo. Gritó, sin saber por qué, esperando lo peor. Pero nadie habló.
Sintió el dolor insoportable en el pecho, las heridas de las garras, el sabor de la sangre, la impotencia ante lo inevitable, la presión de sentirse atrapada, sin salida, en medio de la inmensidad del mar. 
Y miedo, mucho miedo…pues se hundía en un viaje sin regreso del cual ya no podría partir.

Siluz