6 de marzo de 2011

A la sombra de Juan Ramón Jiménez: Zenobia Camprubi Aymar

A la sombra de ellos
IV. Zenobia Camprubi Aymar (1887-1956) Y Juan Ramón Jiménez (1881–1958)

“Fío, en absoluto, en mí. Pero es absolutamente preciso que nos casemos pronto. No sabes la paz, la fuerza, la tranquilidad, el tiempo, que esto me daría. Piensa tú que tu presencia me es necesaria, Zenobia, que mi vida sin ti está falta de vida. La mañana que yo amanezca a tu lado, ¡qué nuevo va a parecerme el mundo! -El porvenir, además, ¡nos traerá tanto y tanto! Ya tú verás".


Juan Ramón Jiménez, “el poeta de Moguer” y Zenobia, de raíces puertorriqueñas por la vía materna, se conocieron en el 1913 en una conferencia en la Residencia de Estudiantes en Madrid. Se casaron en el 1916, en Nueva York, matrimonio que duraría cuarenta años. Era una joven de familia acomodada, conocía idiomas, literatura, música, historia, estaba al tanto de los movimientos feministas y participaba de reformas politíco-sociales. Después, la admiración por el autor de “Platero y yo” y su obra poética la convertiría en su traductora, secretaria, agente, enfermera, apoyo, asesora, chófer, administradora, amiga, musa. Zenobia dejó de ser ella misma para ser “la esposa de Juan Ramón” y es posible, que sin ella, él no llegara a convertirse en la figura que fue.

Tras la guerra Civil Española vivieron en el exilio. Durante veinte años Zenobia estuvo escribiendo un diario en español y en inglés. Cuando estaba en una ciudad hispana escribía en inglés, y viceversa. Este diario salió publicado en tres tomos en el 2006, a cincuenta años de su muerte: Cuba (1937-39), Estados Unidos (1939-51) y Puerto Rico (1951-56). A través de sus confidencias conocemos, no al genio literario, sino al hombre quien fuera el centro de su vida y a quien se entregó por completo.

21 de diciembre de 1938
Las cosas entre J.R. y yo llegaron a su punto culminante. Yo me doy cuenta de que tengo un gran defecto al no poder tolerar acusaciones, pero mi indignación fácilmente provocada y probablemente injusta la mayor parte de las veces, me saca toda la que tengo normalmente reprimida por estar mortificada todo el tiempo.(…) Armé un infierno. Le dije que todos los hombres que él desprecia y critica, por lo menos se mantienen, y a su mujer y a sus hijos, y él, que no tiene que preocuparse por casa y comida, no puede resolver ni los problemas más pequeños y está desperdiciando su vida tirado en la cama o perdiendo el tiempo en los vestíbulos de los hoteles con un montón de gente poco interesante.

25 de diciembre de 1938
Yo estaba muy preocupada por J.R., por sus largos silencios, su cara de pena y sus respuestas medio distraídas, pero esta tarde parecía más animado, más como él, y al regreso me habló mucho sobre Unamuno, sus fuerzas rudas, su absoluta falta de sentimiento por la belleza, su completa indiferencia a la música. También habló de lo difícil que se les hacía a los hombres de su generación aprender bien las lenguas; de la facilidad con que algunos valores menores aprovechaban las ventajas de la vida y de la total falta de adaptación de otros como Rilke, que casi se murió de hambre. Creo que después que exploté anteayer, él ha estado pensando en sí mismo. De todos modos, los dos hablamos mucho tiempo, disfrutando el uno del otro y escuchándonos el uno al otro. Me gustó tanto que se lo dije.

Lunes 27 de febrero de 1939
.. [J. R.] acababa de dictar su llamamiento para empezar a recoger dinero para los intelectuales españoles que sufren en los campos de concentración de Francia cuando al abrir el periódico se le hundió la cabeza de pena al leer sobre la muerte de Antonio Machado. Trató que lo invitaran a la Universidad de La Habana, pero los más jóvenes, Gaos en particular, que fue el primero en beneficiarse, no querían tener nada que ver con los mayores (solamente los de su generación) y prevaleció sobre J. R. Ahora era más grande su dolor por no haber podido ayudarle. Quizás se hubiera salvado. Pero como dice J. R.: «Ha sido una muerte noble, acorde a su vida —sobre todo física— esforzada y lastimosa». Me parece que a ratos había algo de envidia en los pensamientos de J. R. en cuanto a su muerte. Lo más probable es que J. R. estuviera muerto o completamente loco de haber seguido su suerte, pero el día en que juntó su destino al mío, cambió ese fin. Después de todo, yo soy, en parte, dueña de mi propia vida y J. R. no puede vivir la suya aparte de la mía. Y yo no acabo de ver ningún ideal que valga el arrojar una vida, pese a todo lo que se proclama. En esta empresa nuestra, yo siempre he sido Sancho.

Domingo 7 de enero de 1940.
Se me vino encima la vida entera y la anulación gradual de mi personalidad en todo lo que no sea ayuda para los objetivos de J. R. y sobre todo la idea de que cuando J. R. quiere algo siempre estoy dispuesta a hacer sacrificios para que él pueda tenerlo, mientras que cuando yo quiero algo, aunque sea la cosa más mínima, si implica cooperación de su parte, basta que yo lo quiera para que él quiera lo contrario.

20 de mayo de 1945. Domingo
La gripe de J. R. y el que Inés pasara el domingo en Alexandria hicieron que me quedara en casa este fin de semana. Hoy J. R., que se ha negado a dejar de trabajar, ha llegado a asegurarme que un poco de fiebre ayuda a aclarar la mente y hoy ha resuelto 4 problemas importantes para su trabajo: se dio cuenta de cómo debía ser "Con la rosa", de qué poemas deberían ir al comienzo y al final de cada parte, etc. Ha sido un fin de semana muy provechoso y me dice a cada rato lo bien que va todo. Me dice cuánto disfruta y cuánto le ayudo y: "Habla un poco conmigo que después de muertos ya no podremos hablar".

La prioridad de Zenobia, al saber que sus días estaban contados por el cáncer que la aquejaba, era darle fuerzas a Juan Ramón para continuar su obra.Le preocupaba dejarlo solo porque sabía cuánto él dependía de ella. Su muerte, ocurrida en el 1956 en Puerto Rico, dejó sumido en tal depresión al poeta que ni el haber recibido, tres días antes, el Premio Nobel de Literatura lo pudo mitigar. Fue ella quien le dio la noticia, quizás la última alegría de su vida. Poco después, presintiendo también su final, arañó la vieja victrola que les había regalado su cuñado, y grabó el nombre “Zenobia” al frente y encima, las iniciales “ZJR” y “JZR” entrelazadas. La misma permanece en la Sala Zenobia y Juan Ramón Jiménez de la Biblioteca de la Universidad de Puerto Rico, donde ambos fueron profesores. Dos años más tarde, Juan Ramón se iría tras su amada Zenobia.

"A Zenobia de mi alma, este último recuerdo de Juan Ramón,
que la adoró como a la mujer más completa del mundo,
y no pudo hacerla feliz.
J.R.
Sin fuerza ya".

2 comentarios:

víctor camprubí dijo...

GRACIAS!! GRACIAS!! Y MIL GRACIAS!! por tus palabras de reconocimiento a mi queridísima Zenobia Camprubí. Una mujer espectacular que vivió en la sombra de su marido. Sin duda alguna, habría tenido mas reconocimientos si hubiese sido ella misma!! Soy Víctor Camprubí y te escribo desde Barcelona.
http://victorcamprubi.blogspot.com.es/

Siluz dijo...

Zenobia es muy querida y recordada en Puerto Rico. Gracias a ti por comentar, me honra que te haya gustado. Un abrazo desde mi isla.