17 de febrero de 2011

Miss White

Carpe diem”
“Mientras estamos hablando,
he aquí que el tiempo envidioso, se nos escapa.
Aprovecha el día de hoy
y no pongas de ninguna manera tu fe ni tu esperanza
en el día de mañana”.
Horacio

 
Río Wolastoq… “río bueno y bello”, según la tribu algonquina. Río Saint John, río terrible, avasallador, rabioso, según los conquistadores franceses. Río grande, fuerte, poderoso, rico, fuente de vida y muerte.
Louise White, o Miss White, como la llamaban sus alumnos, presintió a su alrededor los albures de la primavera. En los libros mostraban flores, mariposas, bosques reverdecidos, sol, calor y energía. Sin embargo, el fin del invierno era para ella sinónimo de deshielo, pérdida, destrucción. No podía olvidar aquella gran inundación del 23* en la que las feroces aguas arrastraron todo a su paso, incluyendo los sueños y el amor.

Mujer responsable y luchadora, la mayor de tres hermanas, se dedicó a cuidarlas y a laborar, sin recriminaciones ni quejas. Amaba su carrera y necesitaba el trabajo, nunca pensó en otras alternativas. De su padre, perdido en el olvido y la distancia, no supo mucho y al morir su madre, se hizo cargo de las niñas. No tenían a nadie más. Por eso, no vaciló en firmar el contrato que, como maestra, le aseguraba un sueldo estable para que nada les faltara. Comenzaba un nuevo año escolar en ese otoño de 1922.

Muy cerca de la escuela quedaba la manufacturera de papel más grande y próspera de Nuevo Brunswick. Los bosques circundantes ofrecían materia prima suficiente y, el río, el medio ideal para transportar los troncos de los árboles. Hasta allí llegó el joven empresario Steven McGill, del vecino estado de Maine, a consolidar la empresa de su padre con la canadiense. Así fue que, una mañana, las vidas de Steven y Louise se cruzaron.

Desde ese momento él se dedicó a buscar una ocasión para conocerla. La casualidad no lo favorecía. Miss White iba de la escuela a su casa y de su casa a la escuela. No la veía en las noches, ni siquiera en la frecuentada plaza, en el café o en el teatro. Llegaba muy temprano, a las ocho la chimenea estaba encendida y el salón caliente, listo para recibir a los niños. Decidido: si el azar no le daba una oportunidad, Steven la provocaría. La esperó a la hora de salida y fingiéndose el distraído, chocó con ella. Un truco gastado que nunca falla. No falló.

Caminaron por las calles sin rumbo fijo. Steven la invitó a una cerveza, ella la rechazó turbada. Tras mucha insistencia, le aceptó un mantecado, el cual disfrutaron sentados en la heladería. La charla hizo volar las horas sin que lo notaran. Los envolvió una nube mágica, inmunes a las miradas curiosas de los transeúntes y a los cuchicheos de quienes los observaban. Nunca nadie había visto a Miss White acompañada de un hombre. Fue una tarde feliz. Hasta que, sin motivo aparente, como Cenicienta a medianoche, Louise huyó. En el reloj de la iglesia repicaron ocho campanadas.

Steven no durmió esa noche. Sus planes eran permanecer de ese lado de la frontera unos dos meses pero, si ella le permitía cortejarla, podría quedarse allí toda su vida. Le impresionó la naturalidad, sencillez y recato de la dulce maestra. Se veía hermosa, sin pizca de maquillaje, ni siquiera rubor en los labios. Brillaba, a pesar de su ropa tan opaca y una moda algo anticuada que la hacía lucir mayor. Era capaz de hablar de deportes, arte, política, literatura, sufragio, derechos humanos, guerras y economía. Una mujer bonita e inteligente: la mujer ideal para ser la madre de sus futuros hijos. Mañana volvería a buscarla.

A la hora de salida, ella lo vio desde la ventana, la esperaba. Pensó no salir hasta que se fuera. ¿Cómo explicarle lo que quizás no entendería? Él la notó nerviosa, esquiva. Miss White se marchó a toda prisa sin permitirle acompañarla. Todas las palabras pensadas, los sueños, las ilusiones de Steven quedaron presos en sus labios. La tarde siguiente, ella se quedó en el salón con el pretexto de limpiar el piso y las pizarras. Al otro día, dijo tener que corregir trabajos y organizar materiales. Y así, excusa tras excusa, evasiva tras evasiva. Algo había cambiado. Algo que él nunca supo.

Dos semanas después, el deshielo. El río no avisó. Los témpanos que circulaban corriente abajo bloquearon las salidas naturales, las aguas subieron y el golpe fue tan fuerte que arrasó todo a su paso. Steven, ajeno a estos peligros, dormía en una cabaña en la ribera. La misma no resistió el empuje de la corriente y fue arrastrada, con todo lo que había en el interior. El cuerpo del joven jamás apareció.

Han pasado veinte años. Miss White es aún la maestra de Fredericton, la ciudad en que ahora se ha convertido el pueblo. Las hermanas formaron sus propias familias y se mudaron. La población aumentó. Son otros los niños y otras las reglas. Todo ha cambiado. Menos Miss White. Cada primavera revive aquella tarde en que la visitó el director del distrito escolar, justo al día siguiente de su único paseo con Steven. Puede repetir cada una de sus palabras amenazantes e hirientes. Vuelve a sentir su dedo acusador, el miedo a perder su puesto, la angustia de sentirse maniatada por la necesidad de mantener a su familia. Busca un cofre, donde guarda aquel viejo documento que decidió su vida. Tantas veces lo ha leído que podría recitarlo de memoria:

Por el presente contrato, Miss White se compromete a impartir sus clases en la escuela Middleton por un período de ocho meses comenzando el primero de septiembre de 1922. por lo que la Junta de Educación le pagará la suma de $75.00 mensuales.**

La señorita Louise White acuerda:
1. No casarse. Este contrato quedará automáticamente anulado y sin efecto si la maestra se casa.

2. No andar en compañía de hombres.
3. Estar en su casa entre las 8.00 de la tarde y las 6.00 de la mañana, a menos que sea para atender función escolar.
4. No pasearse por heladerías del centro de la ciudad.
5. No abandonar la ciudad bajo ningún concepto sin permiso del presidente del Consejo de Delegados.
6. No fumar cigarrillos. Este contrato quedará automáticamente anulado y sin efecto si se encontrara a la maestra fumando.
7. No beber cerveza, vino ni whisky. Este contrato quedará automáticamente anulado y sin efecto si se encuentra a la maestra bebiendo cerveza, vino y whisky.
8. No viajar en coche o automóvil con ningún hombre excepto su hermano o su padre.
9. No vestir ropas de colores brillantes.
10. No teñirse el pelo.
11. Usar al menos dos enaguas.
12. No usar vestidos que queden a más de cinco centímetro por encima de los tobillos.
13. Mantener limpia el aula
     a) Barrer el suelo al menos una vez al día.
     b) Fregar el suelo del aula al menos una vez a la semana con agua caliente.
     c) Limpiar la pizarra al menos una vez al día.
     d) Encender fuego a las 7.00, de modo que la habitación esté caliente a las 8.00 cuando lleguen los niños.
14. No usar polvos faciales, no maquillarse ni pintarse los labios

En el cofre conserva el contrato. En la mente, una pregunta sin respuesta. ¿Qué habría pasado de haberlo roto? Ese papel dictaminó el invierno eterno en que se convirtió su existencia. Y por cumplirlo, no pudo evitar que el deshielo arrancara cientos de páginas al libro de su vida. Capítulos que no podrá leer jamás. Hojas imposibles de recobrar. Con ellas se fueron los besos no dados, los hijos que no tuvo, el hogar que nunca formó. Quedaron congeladas las pasiones, reprimidos los deseos, vencida la rabia, amordazada la rebeldía.
Ya es tarde, Miss White, el tiempo no espera, tampoco la felicidad. A veces es necesario permitirse deshelar el alma.


Elsia L. Cruz Torruellas
(Siluz)
Notas:
*Los niveles del río St. John no se documentaron hasta el 1929. Pero las inundaciones del 1923 son consideradas como una de las peores en la historia de Fredericton, la capital de la provincia de Nuevo Brumswidk. El río subió ocho metros sobre el nivel del mar.
** Este documento es una traducción literal de un contrato de la provincia canadiense de New Brunswick, correspondiente a una tal Miss Jones en el año 1923.

1 comentario:

Hilda Vélez Rodríguez dijo...

Buenísimo. Y según la nota al calce, la realidad que supera la fantasía.