
Sin lugar a dudas, cada escritor o aspirante a serlo, podría preguntarse lo mismo. Quizás no solo por qué escribimos, sino por qué nos lanzamos en paracaídas, por que “surfeamos”, por qué nos tatuamos el cuerpo, por qué escalamos el Everest, por qué hacemos teatro, por qué competimos en deportes, por qué componemos. La lista de preguntas es interminable.
Me llamó la atención lo que respondieron dos amigos talleristas , a quienes conocí en Buenos Aires, Martha Ferrari y Alejandro Panizzi a esta pregunta.
Martha asegura que:
“Escribir para mí es una pasión, un divertimento, una compañía, una ocupación gratificante y un antídoto del aburrimiento, pero sobre todo, es una plataforma de ensoñación, para que mi personalidad -tan apegada a la tierra - venza por un rato susentido práctico y con las alas de la utopía se anime a volar.” 
Alejandro alega que :
“...es un acto tortuoso, que conlleva una gran dificultad,
trabajoso y capaz, incluso, de causar pena.
Lo maravilloso, acaso, sea haber escrito."
Sus argumentos me hicieron reflexionar. Y yo, ¿por qué escribo? Acepto que me gusta, lo disfruto, me entretiene, me libera, pero confieso que mucho más me gusta haber escrito. Empezar un texto cuesta y desarrollarlo mucho más...casi como un parto. (Que si no olvidáramos el proceso al tener a nuestro primer hijo en brazos, todos seríamos hijos únicos.) Y me pregunto: ¿por qué lo hacemos si nos causa ansiedad y tensión? ¿Por qué, aún así, al terminar un escrito ya estamos pensando en el próximo? ¿Por qué tenemos una lista de "cosas" que vamos a trabajar algún día? ¿Por qué una cantidad de ideas sin abordar qué nos exigen ser atendidas? Generalizando: ¿Por qué sentimos la necesidad de realizar actos que nos producen satisfacción al lograrlos pero angustia en el trayecto?

Le decía a mis estudiantes de teatro que el temor escénico es parecido a subirse al más alto trampolín de una piscina. Estás ahí, mirando desde lo alto, ves el agua tan distante, sientes mariposas en el estomago, quisieras bajar por donde mismo subiste, y te preguntas "¿qué diablos hago yo aquí? Pero cuando te tiras de clavado y te sientes volar sin necesidad de alas, deseas repetir la emoción y subes para tirarte otra vez.
Esa sensación de mariposeo, el preguntarse "¿por qué yo me meto en esto?" y prometerse "no vuelvo más", el ajetreo estrésico antes de la primera función, el cosquilleo antes de salir a escena, esa nostalgia según cierra el telón para ya estar pensando en la próxima producción; todo eso también es parecido a lo que siente un escritor frente a la computadora mientras trabaja.
Coincido con Alejandro es que el proceso es difícil. Se cruzan las ideas y los personajes, te ataca la inseguridad, te agobia la búsqueda de las palabras precisas, la prisa, el deseo de concluir el texto, la incertidumbre, el temor de no hacernos entender, el hastío de corregir, la necesidad de re-escribir, la tentación de borrarlo todo y volver a empezar. Sin embargo, necesitamos escribir. Secundo a Martha cuando dice:
“Nunca le encuentro el punto justo y lo único que me hará interrumpir la obsesiva tarea, será el proyecto del próximo cuento”.

Porque cuando por fin dejamos un cuento como terminado, la satisfacción de haberlo logrado es similar a vencer el miedo y lanzarnos al vacío o a recibir el aplauso del publico en el saludo final. Para entonces, ya tenemos algo nuevo que decir. Y vuelta a volar...
Debe ser que cuando nacemos para escribir, del cielo nos cae el lápiz. O que el ser humano siempre quiso tener alas y de una manera u otra, necesitamos emprender vuelo.
O quizás es mucho más sencillo. Lo hacemos porque sí. Como diría mi abuela: “sarna con gusto, no pica”.
Siluz