5 de marzo de 2014

Carta a una mujer

Querida mujer:

Siento tus ojos sobre mí: intrigados, curiosos.  Me miras desde el espejo tras el escritorio mientras trabajo en la computadora.  No puedes ver lo que escribo, pero no por eso cambias la vista.  Pareces no entender qué hago, como si desconocieras este objeto frente a mí al que le dedico tantas horas. Y en cada una de ellas estás ahí, solo mirándome. Nada más.

Elevo la mirada del teclado y mis ojos se cruzan con los tuyos. Tienes cierto parecido a mí… pero no eres yo. Mis ojos, tez  y cabello son oscuros;  los tuyos, claros.  Sin embargo, hay algo en tus gestos, en tu semblante, en tu expresión, que te hace familiar.

Me parece descubrir una fingida dureza, un aire de ternura controlada.  Una expresión de paz me confirma que has regresado, que vuelvo a encontrarte.  Percibo detalles inadvertidos en mi infancia, comprendo razones inexplicadas, recobro recuerdos perdidos.  En todos ellos, situaciones que hoy repito, pero desde otra perspectiva.  Y me arropa el amor, abuelita, el que me diste, el que yo doy. Sonrío.

Veo entonces que miras a la niña que fui y yo, a la mujer en que me he convertido. En tu imagen, ambas somos.

Hasta siempre,


Nosotras

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