14 de noviembre de 2012

Solo el mar es para siempre

"..antes que el tiempo se acuñara en días,
el mar, el siempre mar, ya estaba y era"
(J.L. Borges)
Tanto movimiento alrededor me asusta. Hoy es el día, sin duda. Han hablado de esto por meses. Antes eran meros cuchicheos, rumores, luego se supo con certeza. “El terreno tiene más valor que los apartamentos”.  “Es una excelente localización para un hotel”. “Los turistas siempre buscan el mar”.  Así llegaron ellos, con cascos como guerreros: marcaron viejos planos, hicieron marcas en mis paredes,  dieron instrucciones, desalojaron a los vecinos y forraron mi base de explosivos.

Ya no queda nadie. Los del apartamento 2 fueron los primeros en irse. Supongo que no quisieron verme caer, sobre todo por los niños. Sería un espectáculo muy fuerte para ellos. Era tan lindo sentirlos regresar del mar, salpicando de sus bocas risas y sal. Revivía, con ellos, aquellos años en los que  yo era una sola y en mi terraza tropezaban juguetes e ilusiones.
Después se fue la pareja de ancianos que vivían en el número 4.  Si no entendí mal, los mudaban a un “hogar de abuelos”, quizás tratando de evitar su verdadero nombre. Salieron despacio, no con la ilusión de una nueva morada, sino con la resignación de quien va a la última. Creo que fueron los inquilinos que más tiempo duraron aquí; claro, después de mi gran familia. Esa sí que no podré olvidarla. Ya va tanto tiempo de eso.  Entonces me pensaba  una casona antigua y respetable, sin saber que otros me consideraban un caserón destartalado. Esos años, en que los dueños reunían a hijos y nietos en sus vacaciones, fue mi época de gloria, la que más disfruté y donde me sentí más útil y amada. Pero a la hora de venderme y convertirme en  casitas de juguete, no respetaron el recuerdo de los viejos  ni la angustia de Marcela.   Ella siempre estuvo, envejeció conmigo, y se había quedado tan sola. La última vez que la vi estaba tan ida, tan distinta, tan lejana. Aun así, estoy segura que era ella.  Quiso utilizar su llave, como antes, pero ya no funcionó.  Marcela sabía que aquí estaba yo. Y yo sabía que era ella. Nadie lo entendió.
¿A dónde habrán ido los del 3? Era una pareja joven, dos mujeres. Fue tanta la angustia al tener que abandonarme, que ni se despidieron de mí. Todas las noches daban la vuelta por el mar, y al cruzar la puerta de entrada al vestíbulo, me saludaban. “Qué bueno estar en casa”, decían. “No sabes cuánta paz nos dan tus paredes”. Eran las únicas que parecían percatarse de mi existencia. Ojalá puedan encontrar otro refugio como el que encontraron en mí.
¿Qué será del inquilino del 1?   Un hombre solo, ya mayor. Nunca lo visitó nadie, ni lo vi salir más allá de la playa. Se sentaba a escribir, horas y horas, caminaba un rato, y volvía a escribir. Antes de irse, guardó sus papeles en una cajita que escondió entre mis muros.  Se marchó solo, sin maletas, sin nada. Temo que, al igual que sus memorias, muera conmigo.

El constante movimiento ha cesado. Ahora hay un silencio cómplice que me grita adiós.  Es el principio del fin. Empieza el conteo regresivo.  10, 9, 8…
Segundos después, ruinas, cenizas, polvo, humo. Y una increíble vista abierta al mar,  mi mar.

Siluz
(basado en el cuento de Pilar Galindo,  Historia de una casa)

4 comentarios:

Hilda Vélez Rodríguez dijo...

¡Qué hermoso cuento, me conmovió!

Siluz dijo...

Gracias, Hilda. Compartimos esa atracción, ese amor, por el mar. Gracias por siempre leer y comentar.

Olga Cortez Barbera dijo...

De veras, es una historia conmovedora. A mí también me atrae el mar, para olerlo, sentirlo, contemplarlo. Para meditar y recordar.

Siluz dijo...

Olga, es una alegría saludarte por acá. Gracias por la visita. Nos seguimos leyendo, amiga.