5 de noviembre de 2007

Su mejor homilía

Las monótonas pisadas del cura al ascender al púlpito hicieron crujir los peldaños de madera. Como todos los domingos se aclaró la voz, pero se le olvidó el tema de la homilía al ver entre los feligreses a aquella mujer que había entrado a su confesionario la noche antes. Sentía su mirada fija en él, aquellos ojos negros lo atravesaban como la espada al santo cerca del altar. Recordó las palabras pronunciadas:

—Padre, estoy embarazada.

No hubo reproches ni exigencias. Ni siquiera sorpresa. Quiso disimular pero ella notó su espanto. Sí que estaba aterrado. Su reputación, su carrera, todo por lo que había vivido hasta ahora se iba abajo.

—Déjeme. Yo sigo sola.

Tiempo después me contó que esas frases lo persiguieron toda la noche, que fueron cruciales pues lo obligaban a todo lo contrario. Era necesario enfrentar lo ocurrido. Por dignidad, por principios, por pura decencia. Si antes obró por los impulsos de la pasión, ahora tenía que hacer lo que le dictaba la conciencia. Es así que lo recuerdo: un hombre íntegro, honesto, dispuesto a afrontar las consecuencias de sus actos, a reconocer que no era infalible y sí responsable de sus errores.

Ya en el púlpito miró a todos los pares de ojos que lo observaban con curiosidad. Debió haber palidecido pues el monaguillo se le acercó:

—Padre, ¿se siente usted bien?

Padre. Aquel nombre por el que todos lo llamaban pareció retumbar entre las paredes del templo. Padre...Padre...Si alguien tenía derecho a llamarlo así era el niño que ella llevaba en su vientre. Ése que estaba considerando no traer al mundo.

—Haré lo que usted me diga. No quiero perjudicarlo.

Amigos, no la culpo. Entiendo que estaba asustada, eran otros tiempos. El amor y la admiración por él la obligaban a querer protegerlo. Fue él quien decidió.

— A veces nos dejamos llevar por los instintos. No somos de piedra y el amor nos puede llevar a ser impulsivos. También a recapacitar. Se dice en Corintios que “El amor es paciente, servicial y sin envidia. No quiere aparentar ni se hace el importante. No actúa con bajeza, ni busca su propio interés. El amor no se deja llevar por la ira, sino que olvida las ofensas y perdona. Nunca se alegra de algo injusto y siempre le agrada la verdad. El amor disculpa todo; todo lo cree, todo lo espera y todo lo soporta. El amor nunca pasará”.* Por eso, por lo que creo y por lo que espero, en nombre de la Verdad y del Amor, doy paso a la Vida.

Dicho esto, bajó del púlpito y fue hacia el último banco desde donde ella lo contemplaba atónita. Ante la sorpresa de todos salieron abrazados, dejando atrás un torrente de murmuraciones y habladurías. La Iglesia no le perdonó su afrenta, nunca volvió a oficiar una Misa, lo llamaron indigno y traidor. Para mí, no obstante, fue el más valiente de los hombres. Hoy que marcha a encontrarse con el Dios en el que nunca dejó de creer y con mi amada madre, quien se le adelantó en el camino, le agradezco ser quien soy.

Padre, hoy, ante tu féretro, recuerdo aquellos sucesos, porque sin lugar a dudas ese día diste tu mejor homilía. Gracias, papá.

Elsia L. Cruz Torruellas
(Siluz)

* (1Cor. 13:4-8)

5 comentarios:

Xai dijo...

Este escrito, aunque cargado de dolor, está hermoso y lleno de luz.

Lo siento, Lucy, cuanto lo siento.

Que descance en paz.

Rocío dijo...

[sin palabras]

Un abrazo de esos grandes.

Reivajss dijo...

eso es Hacer lo que se predica, algo que casi nadie hace, vivir como piensas.. historias como esa, son para nunca olvidar...

Anabel dijo...

Siempre tocando temas hasta el fondo. Un gran hombre, me quedo con ganas de saber más de él y de su amor.

Besos,

Anabel, la Cuentista

Anónimo dijo...

Amiga Siluz.
Es un hermoso cuento. Muy real. Te felicito. Gracias por el saludo en el Taller. Espero me permitas escribirte directamente.
Un abrazo
José Luis