Adolescentes de los 60, crecimos escuchando a los Beatles, bailando twist, admirando a los hippies, protestando la guerra de Vietnam, dibujando en todas partes el símbolo de la paz, vistiendo pantalones campanas y minifaldas y demandando "paz y amor".
Hoy nos llaman baby boomers, y somos la generación de abuelos más atrevidos y "modernos"... o así nos consideramos. Quizás porque nunca perdimos esa rebeldía con la que crecimos y nos oponemos a ser los culpables ante los ojos de nuestros nietos de lo mismo que le echábamos en cara a nuestros padres y abuelos.
Reproduzco un discurso pronunciado en Colombia por la doctora Mirta Núñez, porque sé que muchos de los hoy llamados "baby boomers", nos identificaremos con sus palabras.
Tener 60 años
Dra. Mirta
Núñez
Texto de la ponencia presentada en el VIII Curso de ASOGA,
Barranquilla, Colombia
Tener 60
años es tener dos veces 30 años; es entonces reconocer la densidad y riqueza
del ayer y lo frágil y precario del mañana; es estar dispuesta a vivir
intensamente la década que se abre con la lúcida convicción de que puede ser la
última –o por lo menos la última en poder vivirse intensamente–; es ya no
posponer los sueños y hacerlos realidad en la medida de lo posible. Es
alegrarse cuando, al despertar, a uno le duele algo: una articulación, la
garganta, la cabeza, porque significa que está viva. Esto me le enseñó un amigo
algo pesimista y a la vez de una gran lucidez en cuanto a los pequeños estragos
de los años acumulados.
Tener 60
años es tener respeto a los espejos porque no mienten y no volverán a mentir
nunca más.
Tener 60
años es por fin saber quiénes son tus verdaderos amigos y amigas y haberse
ganado el enorme privilegio de no simular más frente a los otros; es saber
decir “no” cuando es “no”; es conocerse a fondo y poder, por fin, dialogar con
su cuerpo, conocer los caprichos de su digestión, los ritmos de su corazón, la
capacidad de sus pulmones y la susceptibilidad de sus articulaciones en tiempos
de lluvia.
Tener 60
años es burlarse de todas las dietas de las revistas femeninas porque ya uno
sabe perfectamente cuál es su dieta de vida.
Tener 60
años es conversar con la soledad y nunca sentirse sola con ella. Tener 60 años
es ya no pedir permiso a nadie para cumplir un viejo sueño, para ir a cine a las
tres de la tarde, tomar un aguardiente antes de la telenovela de la noche o
prender la luz a las tres de la mañana para leer nuevamente un capítulo de “En
busca del tiempo perdido” de Marcel Proust porque no logró conciliar el sueño.
Es saber que nadie nos espera en casa y alegrarse porque podrá almorzar o comer
con lo que más le gusta: una ensalada acompañada de pan y queso. Poder comer lo
que le antoja a la hora que le antoja es un verdadero lujo para una mujer, y
esto lo puede hacer a los 60 años, o lo debería poder hacer. Sí, porque al escribir
esto, sé una vez más que soy una mujer privilegiada. A la vuelta de la esquina
de mi casa, una mujer como yo, de 60 años, es desplazada, violentada y
olvidada.
Tener 60
años es asombrarse de lo que ha logrado con sus hijos o sus hijas que ya están
en la década de los 30. Es inaugurar por fin nuevas miradas, nuevos diálogos
con ese sentimiento de desprendimiento y de levedad frente a ellos o ellas. Lo
hecho, hecho está y ya no existe sino el asombro frente a estos hombres o mujeres
que un día, hace mucho, habitaron en sus entrañas y, algo más tarde, se
refugiaron en sus brazos buscando consuelo.
Tener 60
años hoy es a veces ser una abuela indecente, enamorada, liviana y
desculpabilizada.
Tener 60
años es entender el misterio de la vida y empezar a confrontarse con la muerte,
sin temor ni tristeza porque está ahí asomándose, tímidamente pero
inexorablemente.
Tener 60
años es empezar a despedirse demasiado temprano, siempre demasiado temprano, de
buenos amigos o amigas.
Tener 60
años es tener dos veces 30 años, o sea mucha juventud acumulada. Hoy, doy la bienvenida
a mis recién inaugurados 60 años.
De hecho
escribí esta columna para convencer a mis amigas generacionales que, entrando
en esta etapa, es necesario aprender a burlarse de los discursos de una cultura
que nos quiere, o nos vuelve, invisibles, calladas y deterioradas. Discursos de
una sociedad basada cada vez más en una lógica de mercado que exige productividad
y consumo, lógica que los medios se encargan de difundir con sus comerciales que
no hacen sino mostrarnos el universo de una juventud asociada a la belleza, al
éxito y al amor.
Tomado de: