"Antes del tiempo que pasé en el seno de mí
madre,
¿No habré estado en otra parte y sido otra persona?”
(Confesiones de san Agustín)
El miedo, como la energía, no se
pierde, solo se transforma.
Cuando niña, lloraba, pensando
que un terremoto no nos iba a dejar recibir el nuevo día. Nunca sentí uno, quizás
vi noticias de desastres en otros países. O escenas tan impresionantes que me
afectaron. Lo cierto es que temía que la
casa temblara y techo y paredes cayeran sobre
nosotros. La idea de despertar bajo escombros o atrapada entre muros y columnas
no me dejaba dormir.
Lo mismo me ocurría con algunos
animales. En ocasiones, ni osaba salir al patio pues creía que una pantera
merodeaba entre los árboles. Sentía su hermosura
diabólica hipnotizante, el sonido de patas sigilosas entre las ramas, los ojos
fijos en cada uno de mis movimientos.
Otras veces, me asaltaba el terror
en la playa. A pesar de mi admiración por el mar, no podía olvidar que un poco más allá acechaban
tiburones. No tuve ilusión por viajar en avión, mucho menos
en barco. Siempre me persiguió la imagen
de una madre protegiendo a su niña, abrazadas en el mar abierto, a la espera de
la ayuda que nunca llegó. Escena que
alguien me contó, supongo, y que ya no pude borrar de mi mente.
Ahora, ya adulta, me angustia
esta expectativa. Sé que llegará el día
fatal, se manifestará de alguna manera: el día del diagnóstico, del accidente, del
infortunio, de la desgracia. El principio del fin, el fin sin principio.
Mientras tanto... soy… tratando
de olvidar sucesos que no he vivido, memorias que no son mías, temores
abandonados entre espacios perdidos en los tiempos.
Suena el teléfono. Mira el reloj…
las cuatro de la mañana. ¿A quién se le
puede ocurrir llamar a esta hora? Despertar
y volverse un manojo de nervios fue la misma cosa. Supo que había llegado el día.
Al contestar, cayeron sobre ella
todas las tragedias guardadas por siglos de lágrimas sin consuelo. Gritó, sin
saber por qué, esperando lo peor. Pero nadie habló.
Sintió el dolor insoportable en
el pecho, las heridas de las garras, el sabor de la sangre, la impotencia ante
lo inevitable, la presión de sentirse atrapada, sin salida, en medio de la
inmensidad del mar.
Y miedo, mucho miedo…pues se hundía
en un viaje sin regreso del cual ya no podría partir.
Siluz
2 comentarios:
Tienes un blog muy bonito.
Gracias, Gjanietf, por leer y comentar. Me alegra te guste.
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