Loca, chismosa y mala fe.
Eso dicen de ella, y aunque me negaba a creerlo, hoy tengo que darles la
razón.
Loca cuando se inventa enemigos imaginarios. Piensa que todos en el vecindario están contra ella, que le tienen envidia, Será porque su esposo es el más gruñón y desagradable de todos los hombres de la calle. Será porque cambia la fachada de su casa una vez al año, cada vez más fea y más árida. Será por su antipática alegría, pues de ella emana todo menos paz y felicidad.
Loca cuando se inventa enemigos imaginarios. Piensa que todos en el vecindario están contra ella, que le tienen envidia, Será porque su esposo es el más gruñón y desagradable de todos los hombres de la calle. Será porque cambia la fachada de su casa una vez al año, cada vez más fea y más árida. Será por su antipática alegría, pues de ella emana todo menos paz y felicidad.
Chismosa porque habla de todos los vecinos, les conoce vida y
milagros, reales o no. Y se encarga de
que, quien no los conozca como ella, se entere. No parece recordar que los demás también escuchamos y observamos. Y si no está en boca de todos es porque muchos no tenemos la necesidad
de repetir…
Mala fe, porque ¿qué se puede decir de una persona que se proclama
cristiana y no sabe de caridad, comprensión ni amor por los seres vivientes? Es
fácil envenenar a un gato o un perro.
Con echarle carne contaminada basta. Y nadie tiene que enterarse. Es que son ellas, bestias asquerosas, las culpables, todas se empeñan en cagar en su
patio. Será que también, de alguna
forma, quieren demostrar que no la toleran, que no le perdonan cada uno de sus
iguales masacrados, que se vengarán de cada escobazo e improperio. Y ¿quién le devuelve a nuestros niños sus
mascotas, quién les consuela cada lágrima derramada al encontrarlos muertos?
Este año la víctima escogida ha sido un caobo. Que le habrá hecho el pobre sino crecer y
cambiar sus hojas una vez al año. ¿No botamos todos una vez al día nuestros
desperdicios? Crucifíquennos por
eso. ¡Cómo se atreven a decir que ese
árbol no debería estar ahí! Nadie lo
sembró, estaba allí antes que nosotros.
Los constructores de la urbanización, tal vez abrumados por todos los
que ya habían cortado, le perdonaron la vida.
Pero ahora está de más: ¡córtenlo, mátenlo, ensucia! No importa cuántos nidos tienen sus ramas,
cuanto oxígeno produce, cuánta sombra da. Sus hojas no son billetes ni expulsa
semillas de oro. Está sembrado en tierra
y no en un patio de cemento, donde hay
que colocar toldos para combatir el sol y acondicionador de aire contra el
calor extremo.
Es la amiga de nadie, la que se va de viaje a salvar almas en
pueblos lejanos, pero no puede convivir con los de su calle. La que se da golpes de pecho y habla en
lenguas pero no se ocupa del veneno que sale de la suya.